Los vestidos de novia
Ese lunes
amaneció brumoso y frío. Rosita Yamaní,
modista sin título y bordadora calificada evaluó, con ojos de experta, la tarea
que le esperaba: en un maniquí un vestido de novia para la señorita Mercedes;
en el otro, uno terminado que apenas se entreveía, protegido del polvo. Se puso el delantal de trabajo con el
alfiletero colgado en la cintura, el centímetro al cuello y se alejó un poco
para observar la obra en su totalidad.
Rosita era menuda, morena, con una expresión de distancia, como si
mirara hacia adentro.
Con
la tela dispuesta se sentó frente a la máquina,
enhebró de un solo movimiento y cuando tuvo acomodadas con firmeza sus
manos pequeñas alrededor de la aguja, sólo entonces su pie en la pedalera
comenzó el vaivén. Al parecer estaba
concentrada pero no dejaba de observar a su alrededor aún con la vista fija en
la costura.
Al promediar la
mañana hizo una pausa para espiar, por la puerta abierta, al sol que comenzaba
a pintarse entre la niebla que huía. Pensó con alivio que si el día continuaba
así tendría luz hasta entrada la tarde. Decidió que podía tomarse un descanso,
un breve descanso para prender el mechero y calentar la matera. Coincidiendo,
como instrumentos en un concierto, entró una jovencita.
- Buen día tenga usted, Rosita
- Buen día, Lucía, ¿cómo está tu mamá esta mañana?
- Mejorcita,
gracias a la Virgen. Aquí le traigo el tocado que faltaba, el de la
Señorita Mercedes.
Rosita levantó la cabeza y observó con cuidado las
delicadas flores bordadas al tul.
- Se lo probará cuando llegue, dejálo sobre la mesa.
Cariños a la mamá, que continúe la mejoría - y la siguió con la vista hasta que
Lucía desapareció tras la puerta entornada.
Volvió a concentrarse en su tarea, y así continuó sin
pausa hasta que advirtió que el sol estaba en lo alto porque en el umbral se
recortaba la figura de una esbelta mujer, que obstruía su luz.
- Buen día, Rosita - dijo la recién llegada
- Buen día. -
La modista le extendió el vestido aún tibio como pan recién horneado. -
Pruébese - le dijo. - Detrás del biombo encontrará lo necesario.
Desde ese lugar privilegiado, y
creyendo no ser vista, Mercedes tuvo la verdadera dimensión de la pobreza de la
costurera. No pudo evitar un estremecimiento al advertir la humedad en las
paredes y los rastros que ésta había ido dejando en el mobiliario barato. Aún
así el aroma a lavanda envolvía todo. Mercedes reapareció en el centro de la
pequeña habitación, y la iluminó con todo el resplandor de su vestido blanco.
Rosita la ubicó
frente a la puerta, en el centro de la luz. A sus espaldas el espejo de pie las
duplicaba. En silencio observó los detalles, tomó distancia para ver mejor, se
acercó para colocar alfileres aquí y allá mientras hacia girar a Mercedes,
empujándola suave.
- No podrá
estar listo antes del viernes - dijo la modista
- ¿Por qué?
- Porque se
necesita otra prueba el jueves.
Mercedes no
pudo sospechar malicia en los ojos de Rosita, sólo aquella mirada esquiva que
la hacía sentirse intrusa.
- Qué macana,
che. Bueno, pero igual te lo dejo pago - Puso unos billetes sobre la carpeta de
la mesa y agregó: volveré el jueves.
Apresurada Rosita los guardó en el bolsillo del delantal.
Mercedes, detrás
del biombo, se cambió. Murmuró algo cuando se pinchó varias veces pero Rosita
no se inmutó. Estaba muy ocupada destapando con cuidado el otro maniquí, como
si en ello le fuera la vida.
- ¿Para quién
es ese vestido? - preguntó la clienta
- Para mí
Ahora sí
Mercedes no disimuló su intriga. Miró con detenimiento el vestido; notó que
estaba bordado y finalizado hasta el
último detalle.
- ¿Cuándo te
casás?
- Pasado
mañana
A Rosita le
pareció que el espejo le sonreía cuando Mercedes, ya bajo el dintel de la
puerta, atinó a volver un poco la cabeza:
- ¿Y con
quién, si puede saberse?
- Con su
novio, señorita Mercedes.
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