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El Narratorio blog: ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL Nro 15: Disponible para su descarga en: MEDIAFIRE Leer On line en ISSUU:
El Carnaval
de mi pueblo
Elca
estaba preparada a las diecinueve horas de ese Martes de Carnaval, para que su
papá la acercara con auto al centro del Pueblo. Luego él la seguiría de cerca,
por las dudas, aunque no se dejaba ver.
Los mozos eran atrevidos con las chicas bonitas ¡si lo sabía él!.
El disfraz de Elca era un gorro frigio de un rosa deslucido que simulaba tapar el pelo gris deslustrado y de corte desparejo. La careta flexible dejaba entrever sus ojos celestes, burlones y simulaba tener una nariz aguileña enorme sobre una sonrisa guasona. La piel de su cuello y su cuerpo juvenil mal disimulados con una larga camisa del mismo basto rosa sucio que llegaba hasta el piso.
Ella recorría la avenida principal donde los pueblerinos se apiñaban para no perderse las carretas y la diversión. Elca arrastraba con una mano una escobilla de escasos hilos, y en la otra también guantes enormes con largas uñas falsas que aparecían mal pintadas y rotas y que llevaba la bujía de una sola vela apagada.
Entonces Elca se paraba frente a un joven, le alargaba la bujía y pedía que la encendiera mientras ella, con gesto burlón pero bajando la cabeza con falsa humildad simulaba barrer la calle y las alpargatas de los más cercanos.
Algunos la satisfacían con una sonrisa y ella, si el mozo le agradaba, apagaba la vela y lo miraba pícara para repetir la acción. Cuando terminaba el desfile, ése y también otros elegidos o no, la invitaban a bailar en la pista.
Esa noche, uno de ellos, la invitó a bailar una polca y la fue llevando fuera de la pista hasta un rincón debajo de un viejo ombú. Elca intentó deshacerse de la opresión y apareció el padre, intentó convencer al joven y como éste no cedía su presa le tiró un golpe debajo de la cintura. Al mismo tiempo, Elca gritó una advertencia a su padre pero fue tarde, éste sintió el metal ardiendo en su espalda
y a Elca un muchacho la subió a un jeep que se alejó rápido, mientras alguien conducía otro le arrancó la camisola y buscó su sexo. Triste Miércoles de Ceniza para Elca y su famila.
Los mozos eran atrevidos con las chicas bonitas ¡si lo sabía él!.
El disfraz de Elca era un gorro frigio de un rosa deslucido que simulaba tapar el pelo gris deslustrado y de corte desparejo. La careta flexible dejaba entrever sus ojos celestes, burlones y simulaba tener una nariz aguileña enorme sobre una sonrisa guasona. La piel de su cuello y su cuerpo juvenil mal disimulados con una larga camisa del mismo basto rosa sucio que llegaba hasta el piso.
Ella recorría la avenida principal donde los pueblerinos se apiñaban para no perderse las carretas y la diversión. Elca arrastraba con una mano una escobilla de escasos hilos, y en la otra también guantes enormes con largas uñas falsas que aparecían mal pintadas y rotas y que llevaba la bujía de una sola vela apagada.
Entonces Elca se paraba frente a un joven, le alargaba la bujía y pedía que la encendiera mientras ella, con gesto burlón pero bajando la cabeza con falsa humildad simulaba barrer la calle y las alpargatas de los más cercanos.
Algunos la satisfacían con una sonrisa y ella, si el mozo le agradaba, apagaba la vela y lo miraba pícara para repetir la acción. Cuando terminaba el desfile, ése y también otros elegidos o no, la invitaban a bailar en la pista.
Esa noche, uno de ellos, la invitó a bailar una polca y la fue llevando fuera de la pista hasta un rincón debajo de un viejo ombú. Elca intentó deshacerse de la opresión y apareció el padre, intentó convencer al joven y como éste no cedía su presa le tiró un golpe debajo de la cintura. Al mismo tiempo, Elca gritó una advertencia a su padre pero fue tarde, éste sintió el metal ardiendo en su espalda
y a Elca un muchacho la subió a un jeep que se alejó rápido, mientras alguien conducía otro le arrancó la camisola y buscó su sexo. Triste Miércoles de Ceniza para Elca y su famila.
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