MISANDRIA
Un aporte para esclarecer misterios
fem.
dícese del fastidio que provoca en algunas mujeres
cierto animal bípedo implume del género masculino
de la raza humana. ú.t.c.s.
Desde tiempos inmemoriales he desandado penosos pasillos de bibliotecas cómplices, consultando tratados de conspicuos contenidos.
¿Por qué? podrían preguntarme. Creo que la mejor respuesta es que he decidido reconstruir, desde la literatura y con justicia, el idioma que amo. Es este un plan tan extravagante y asombroso que voy a necesitar de la contribución de cada escritora que desee aportar a posteriores ediciones y a otras ya desaparecidas.
Para este propósito elegí como personaje a un tipo: Félix. Quizás el vocablo que elegí sea culpable de que yo adjetive en exceso. Puede ser. Creo que si hoy me ocupa y me preocupa es porque sugiere dos términos pertinentes a mi situación: en primer lugar, el término Misandria cita a la familia de una trémula y afinada pajarilla entrerriana (........andria) y en segundo lugar a una melodía religiosa del África virgen (misa..........).
Nada en su sonoridad pre-anuncia y de-nuncia la enorme crueldad que se ejerce sobre uno de los géneros de la raza humana. Es notorio analizar que este tipo, personaje llamado Félix (lo utilizo como sustantivo propio a pesar de que representa al tipo común), ya que es un hecho que puede (debidamente) dar sustancia al sujeto principal de mi literatura.
Félix – que de él se trata – ha caminado por tantos de mis cuentos, y ha pasado de ser el jardinero de “una cuadra de viudas” a ser “el hombre de mis sueños”.
Desde su aparición en mis sueños y por ende en mi literatura, Félix es un tipo en abstracto. Se presentó como en un síndrome vertiginoso.
En la literatura subsistente, dominada por siglos de oscurantismo machista, el término “misandria” ha sido injustamente sepultado por la preocupación ilusoria de la pertinente Academia por incluir conceptos, a toda vista nubes de humo, con el pretérito concepto de sustentar la desaparición indefinida de nuestra identidad femenina.
Una de las escuelas lingüistas que más ha investigado la conveniencia de incluir la voz misandria en el uso diario de la lengua, ha sido la liderada por la abajo firmante. Si alguna de nuestras lectoras se siente inclinada a continuar en esta huella, le sugerimos buscar primero a un tipo – como Félix pero no a Félix - que justifique integrarla a su objeto poético, a fin de abonar a un proceso y no ser copartícipe voluntario (ahora que ya lo sabe) de un pasado irrecuperable.
Además debo aclarar que Félix es dueño de entera libertad y sapiencia para el juego amoroso. Félix remite a Feliz y no es fácil de definir, no es rubio ni morocho, ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, es un hombre tipo y cuando comienza a surgir va llegando a mi lentamente, con la arritmia que solo me pueden dar los sueños y mi personaje está hecho de sueños.
Para quien se sienta escandalizada le recordamos que ya “Segismundo Froid“ hablaba de la envidia del clítoris que desvela al macho de la especie. Deseo contribuir a fundamentar este postulado científico (con el único fin de apostar al esclarecimiento del tema), que la envidia la genera (en el mismo espécimen) la imposibilidad de la maternidad y que dicho ejemplar – Félix - está demasiado atento a “ocuparse en destruir aquello que no se siente capaz de construir”.
El primer y único proyecto en este sentido que me ha llegado a través de la filosofía fue propuesto por Platón, sabio ermitaño, analfabeto y funcional, que en su dialécto colérico lo definió ajustándose a su perspectiva, a fin de influir en la realidad, cuando se calificó a sí mismo como un “animal bípedo implume”.
Ése es Félix. Mi personaje.
Hasta aquí una síntesis de mi postura, sustentada en principio, en una traducción apócrifa del Journal Femenil de
No hay comentarios.:
Publicar un comentario