Hay otros mundos y están en este — Sergio
Varela
Lo resucité del sarcófago de celofán que lo aprisionaba intacto como una
contraseña inviolable.
Después de saborear un bizcochuelo legendario en sus reverberantes perfumes alimonados, y un café con leche callejero no menos memorable, al pie del andén de la estación Ituzaingó, abrí más tarde sus páginas, ya vagamente sentado junto a las puertas de un moderno vagón chino del Ferrocarril Sarmiento.
Y los bastos arrabales suburbanos del Oeste transmutaron en espejos, tigres, laberintos, duelos a cuchillo donde el honor era una música de milonga, cosmogonías apócrifas, Shakespeare, Cervantes, Rosas, Quiroga, Perón y otros sueños.
Al llegar a Once, aquel antiguo escenario de una (otra) batalla perdida contra los ingleses, de aquella al menos la cronología me había concedido, acaso, la ausencia, comprobé que en ese momento yo también padecía de irrealidad, como tantos de ellos.
Después de saborear un bizcochuelo legendario en sus reverberantes perfumes alimonados, y un café con leche callejero no menos memorable, al pie del andén de la estación Ituzaingó, abrí más tarde sus páginas, ya vagamente sentado junto a las puertas de un moderno vagón chino del Ferrocarril Sarmiento.
Y los bastos arrabales suburbanos del Oeste transmutaron en espejos, tigres, laberintos, duelos a cuchillo donde el honor era una música de milonga, cosmogonías apócrifas, Shakespeare, Cervantes, Rosas, Quiroga, Perón y otros sueños.
Al llegar a Once, aquel antiguo escenario de una (otra) batalla perdida contra los ingleses, de aquella al menos la cronología me había concedido, acaso, la ausencia, comprobé que en ese momento yo también padecía de irrealidad, como tantos de ellos.
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