Ya inmersos en una
infinita noche puedo ver claramente a través de un poderoso ojo de buey el
planeta Soros. Debido a la tecnología de Ya inmersos en una infinita noche
puedo ver claramente a través de un poderoso ojo de buey el planeta Soros.
Debido a la tecnología de avanzada que despliegan los sorenses, el viaje por el
espacio fue placentero. Los sorenses tienen la estructura molecular de un
androide. Al entrar en su galaxia me deslumbran una multitud de estrellas rojas
y doradas que luego desaparecen cuando cruzan a intervalos regulares cuatro
soles en un cielo muy claro casi transparente. Alcanzo a percibir que temen
problemas con el asorizaje.
Lo primero que
identifico es la vegetación profusa en forma de pirámides invertidas de
diferentes tamaños. Los sorenses viven en ellas. No sólo son pintorescas sino
cálidas y confortables, ubicadas en pequeñas parcelas de tamaño regular y con
diagonales amplias que cruzan el planeta sin solución de continuidad. Desde el
espacio semejan un damero gracioso y de prolijo diseño.
La nave envía señales
lumínicas y desde alguna base responden. Ahora sí llegamos. La vegetación se
confunde con el paisaje urbano dándole un extraño aspecto geométrico. Me alojan
en la vivienda del zepel Jon, algo alejada del conglomerado popular como
corresponde a un funcionario de su categoría. No me es difícil comunicarme con
él, dado el lenguaje de sonidos corporales muy agradables y persua-sivos que
facilita el entendimiento.
El zepel Jon resulta un
anfitrión refinado y amistoso. Parece vivir solo, no me resulta extraño
teniendo en cuenta los viajes prolongados a que lo obliga su profesión. Durante
mi estancia se entrevis-ta varias veces a solas con un joven pero no puedo
afirmar que haya sido sólo visitas de trabajo. De hecho, durante el transcurso
de las mismas, Jon cuida que yo no esté presente.
Jon me invita a conocer
Piguy, el planeta vecino.
-Los piguyens son
androides -me aclara- son de inteligencia mediocre y alcanzan la altura del
vuelo intelectual de un gallo. Pero siempre son seguros. Resulta cómodo tratar
con ellos aunque resultan pedantes. -¡Soy un piguyen!, dicen- Jon se ríe. Está
bromeando, aunque se muestra algo impiadoso.
Parece ser que por
razones políticas que me son desconocidas todavía, los piguyens son influyentes
en estas galaxias. Como un aporte al estudio del comportamiento social de estas
etnias prácticamente desconocidas debo decir que he sido mejor recibido que por
mis futuros suegros en mi primer visita. No les gustan los judíos. Me refiero a
mis padres políticos. Los piguyens, por ejemplo, no profesan ninguna religión
conocida o desconocida para mí. ¿Será por eso que son aplomados, impertérritos?
Los piguyens viven
todos juntos en las habitaciones que les sirven de refugio sin vínculos parentales
que los condicionen. Sólo le dan importancia a las organizaciones políticas. En
cambio, los soren-ses habitan en comunidades sin organización nuclear.
En el viaje de regreso
Jon me explica que a medida que un piguyen va llegando a una edad adul-ta tiene
además responsabilidades consigo mismo y la comunidad. Mientras Jon cumple con
las tareas que lo han llevado a Piguy, el zeltofen Lipsis, un piguyen demasiado
amable, me sugiere que perma-nezca en su casa no me agrada demasiado pero no
puedo arriesgar una negativa. Luego partiremos hacia Soros.
La apariencia física de
sorenses y piguyens no es similar a la nuestra. Sus ojos, al costado de la
cabeza en forma de pez, no tienen pestañas y su cuerpo está recubierto de una
(en apariencia débil) co-raza, que los protege de sus enemigos y de los cambios
climáticos de la atmósfera que recorren en los viajes interplanetarios. No
tienen pelos, en realidad no los necesitan. Se deslizan sobre luces pequeñas
que genera la energía propia de cada ser, lo que les da un andar suave, ligero
y elegante, como una me-dusa en el agua. No he visto enfermos. No les ocupa la
vejez ni la muerte. Para tranquilidad de mi men-talidad terrestre supongo que
en algún momento deben morir. Es un tema sobre el que prefiero callar.
Al parecer se dedican
seguido a las relaciones amorosas aunque no he visto parejas.
El sistema político en
los dos planetas parece regido por normas no registradas gráficamente, que
todos respetan. Su economía tiene principios tribales.
Los sorenses me
aprecian. Recibo numerosas muestras de afecto (a veces es demasiado, creo que
lo confunden con el sexo). Por ejemplo: hoy me llevaron a una de sus ceremonias
gastronómicas en casa de Mos. Me alimentan; es curioso, pero desde que inicié
esta visita, no he sentido hambre.
Los sorenses son
hermafroditas. Supongo que los piguyens también. Pero no me animo a preguntar.
En la reunión escucho a Mos invitar a copular a un joven como parte natural de
la tertulia. Se niega y Mos lo amenaza y golpea. El resto de los invitados no
interviene. Mos, con el rostro descompuesto por la ira me arrincona con las
mismas intenciones.
Me niego aduciendo un
fuerte dolor de cabeza.
Noto signos de haberlo ofendido, se muestra muy molesto pero soy extranjero y se contiene. Reconozco que aún conservo mis prejuicios, mamados en la más tierna infancia. Además, con mucha vergüenza debo confesar que no puedo evitar la repulsión al verlos desovar después de cada coito.
Noto signos de haberlo ofendido, se muestra muy molesto pero soy extranjero y se contiene. Reconozco que aún conservo mis prejuicios, mamados en la más tierna infancia. Además, con mucha vergüenza debo confesar que no puedo evitar la repulsión al verlos desovar después de cada coito.
Un par de días después
me entero que el joven apareció descabezado. Debe hacer un par de se-manas que
estoy en Soros; me ha bastado para comprobar que los sorenses son fanáticos del
pensa-miento filosófico y el amor libre; entre otras cosas, practican juegos de
esgrima; se reúnen para disfrutar del alba y el crepúsculo de cada uno de sus
soles. Se trabaja con la educación de las larvas ovíparas.
Los sorenses intentan
integrarme a toda costa. Mos y otros están insistiendo con sus muestras de
acercamiento erótico, temo por mi vida.
He decidido abordar la primera nave que regrese a la Tierra.
Soldado que huye sirve para otra guerra.
He decidido abordar la primera nave que regrese a la Tierra.
Soldado que huye sirve para otra guerra.
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