De cuando Aurora aprendió a rezar
tomado de Google imágenes |
Y fue así que
el Tirifilo Gadea aprendió con su tata el oficio de cuidador del
santuario. Desde que se le legara dicho
cargo, con prebendas y autoridad, el Tirifilo no ha descansado hasta dotar al
santito de todo lo mejor.
En principio
declaró su devoción a cuanto cristiano se le cruzara; también se hizo tatuar la
imagen venerada en lugar bien visible. Ya debidamente identificado, buscó al
mejor imaginario de la comarca. Lo encontró recluido por perpetua, pero eso no
lo arredró.
--No era
custión de achicarse, ¿ha visto?
Y lo
contrató.
El asunto es
que el Tirifilo llevaba su mate al corral y mientras ordeñaba a la Aurora , en momentos de
concentración especial, le pedía al santito por el artesano preso. Promesando al santo logró la libertad del
condenado.
Tanta
devoción alejaba a las chinas de su rancho de corteza de urunday. A las mujeres no les gusta la competencia en
las sinrazones de la fe, como a los hombres en las razones del poder.
Una mañana el
Tirifilo escuchó el silbido de las almitas que, como todos los del oficio
saben, es señal de peligro: en efecto,
la creciente amenazaba el rancho del susodicho y el santuario del protector. Una vez más, el cuidador y el santo, debieron
huir por la orillita del camino:
--Hasta
l’Aurora aprendió a rezar, pa’ no ser menos ¿ha visto?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario