La
Comisión Directiva de Salac, en la persona del Director de la Revista Vivencias
Literarias, Luis Foá Torres, tiene el placer de comunicar el resultado arribado
por nuestros calificados jurados de la
II Convocatoria Revisa Vivencias para Cuento, tema libre.
II Convocatoria Revisa Vivencias para Cuento, tema libre.
(Argentina) .
Primer Premio Compartido por:
“Monique”, Marcelo Juan Valenti. Y “Amplitud térmica 100 º” Alcira Claudia
Saldaña.
Segundo premio a “Un domingo en el
rancho” De Ada Inés Lerner.
Un domingo en el rancho
--Te apuraste un poco —grita la mujer con voz
chillona parada bajo el techo de la galería en un rectángulo ganado por el sol.
-- Antes o después qué más da. --
responde el hombre
El cordero mira con el secreto de la muerte
en sus ojos sin brillo. Las moscas comienzan a posarse en la sangre coagulada
que tiñe el filo del cuchillo.
La mujer lo observa a contraluz con
una mano como visera. El hombre, el cordero y el cuchillo están inmóviles como
si la muerte los hubiera alcanzado a los tres. El sol está todavía oblicuo pero
ya hace calor y el verde de las plantas brilla estático.
Los pájaros se persiguen con vuelos
irregulares y penetran en la espesura de los árboles. En la medida que el sol
se incorpore la actividad cesará hasta el atardecer.
Ahora el hombre mira hacia las
barrancas. Limpia el cuchillo en el pasto, se incorpora y arrastra el cuerpo
hasta la sombra de los paraísos. Trabaja un instante agachado y cuelga el
cuerpo de una rama.
--¿Qué vas a hacer? -- ella grita la pregunta.
Él no contesta y le da la espalda. La
mujer adivina en los movimientos el trabajo del hombre.
--¡Soltá el perro! –ordena él entre
las sombras.
La mujer da la vuelta a la casa, un
perro llega por delante de ella, el animal olisquea el aire y enseguida corre
hacia donde está su patrón. El hombre arroja algo hacia delante y allí va el
perro. La mujer desaparece dentro de la casa y regresa con la pava y el mate.
Se sienta en un banco al amparo de la sombra de la galería. El aire está quieto,
translúcido. Desde esta posición ella ve al hombre terminar la faena. Al fondo,
después de las barrancas, el río color caramelo y más allá el horizonte, una
línea marrón enclavada contra un azul intenso que avanza difuminado por el
resplandor del sol que inunda el día de enero con un calor del que la mujer se
halla a salvo bajo la galería.
El hombre se acerca con el cordero en
brazos.
—Tomá, ponelo adentro y tapalo con un
trapo. —Dicho esto camina hasta la bomba de agua.
Da
varias bombeadas, se refriega las manos, se echa agua en la cara. Entre cada
intervalo del chorro se aferra al brazo de la bomba y le da un nuevo impulso.
Por último, se moja la cabeza. Cuelga el cuero del cordero del alambre que
separa el lote del vecino. Vuelve con la mujer:
-- Dame un
mate ¿vendrán? -- Ella se encoge de hombros, él agrega: -- Si no, comemos
cordero toda la semana.
--Eso es lo de menos.
El silencio
se hace espeso como el día que sienten resumir en las axilas, los brazos, la
cara.
--Deben de hacer treinta y cinco por
lo menos.
--Para mí que no se arriesgan a
venir, es mucho viaje.
--Los chicos, ese es el problema, sí
por él fuera, ya estaría aquí.
--No, los chicos los manejas, el
problema es ella --remata la mujer enfrentada con la nuera, --es muy pulcra
Los dos se quedan callados. El sonido
ronco del mate indica cuando debe ser llenado de nuevo. El hombre piensa cómo
se quiebra la rutina con los dos niños que juegan y ríen cada día más
traviesos. El hijo que cuenta cosas de la ciudad tan cercana y tan lejana. La
nuera que se esfuerza para que el tiempo, detenido en ese rincón, avance y
aproxime la hora de irse. Pero a él no le importa y espanta ese pensamiento
como hace ahora con una mosca molesta.
El quiere
escuchar al hijo, jugar con los nietos, consentirlos a escondidas de la madre y
gozar con la alegría que dejarán como una estela hasta la próxima visita.
La mujer piensa cómo separará la mejor
porción de cordero para el hijo y como se esmerará para hacerlo sentir el rey
sin importarle el desdén de su nuera; a la que va engañar con las golosinas que
tiene escondidas para los niños y con los billetes nuevos de cinco pesos que
les dará sin que ella se dé cuenta.
El mate va y viene y en ese pendular
pareciera transmitir, con la bombilla como antena de un extraño adminículo,
similares pensamientos. La semana será un constante recordar lo que hicieron y
dijeron los chicos y de tanto hacerlo las anécdotas se estirarán hasta el
hartazgo en el intento por hallarle una nueva arista. Pero ya no vienen, mejor
comer.
Se separan, él prende el fuego. Ella
hace la ensalada y prepara la picada. El irá y vendrá de la cocina a la
parrilla con los comentarios de la marcha del asado. Ella irá a mirar y extasiados
verán crepitar la carne resumida por las brasas y rodeada de un coro de
chorizos.
--Los hice igual ¿vos no te comes uno?
– Pregunta el hombre
--Sabes que me hacen mal .—responde
ella
Él se encoge de hombros.
-- Siempre
decís lo mismo,-- y agrega en voz baja al tiempo que acomoda unas brasas.
-- Ponete la gorra --ordena ella -- el
sol está muy fuerte.
El hombre retira
la primera porción y la lleva a la cocina, regresa a refrescarse en la bomba
antes de sentarse a comer. Todavía saldrá una vez más a retirar todo de la
parrilla y a darle los restos al perro.
Ella lava los platos y él come una
mandarina recortado en la ventana de la cocina. Escucha el motor de una lancha
que solo intuye por la espuma del agua.
--Me voy a recostar -- dice la mujer.
--Ahora voy -- responde él.
En el calor de la siesta el recuerdo
le gana al sueño forzado. El verano se le pega en los pliegues de la sábana con
la transpiración del torso desnudo. Mira a la mujer que duerme a su lado o
simula hacerlo de costado. El abismo de los senos contenidos por el corpiño,
transpirados, están atrapados entre la cama y un brazo. Las arrugas del cuello
se desprenden surcadas de sudor hasta el tajo que le separa las tetas. Siente
esa mezcla de deseo e impotencia que le arrebata las sienes y le produce la
incomodidad del insomnio que se interpone tenaz con el sueño. Insomnio
ventilado por el aire tibio del ventilador que gira y vuelve a acariciarlo en
la penumbra de la habitación.
El recuerdo, tan personal e
intransferible como la propia muerte, está allí, en una heladería, otra tarde
de enero distante, donde son jóvenes entre un grupo de jóvenes. Sólo los
jóvenes andan en grupo en las tardes sofocantes de enero. Bicicletas que
circulan hacia el río a buscar el alivio de una sombra bajo los sauces, un
chapuzón en el agua cobriza perlada de reflejos que, como estrellas del día,
los rayos del sol depositan vacilantes en la superficie. Ella tiene puesto un
vestido salpicado de flores, él mira el talle perfecto y los ojos se encuentran
y se ven en la cresta de un helado que se derrite de prisa.
. Se despierta, la mujer ahora le da la
espalda. Se sienta, busca los pantalones cortos, se los pone y se para, el
fresco de las baldosas en las plantas de los pies desnudos le transmite alivio.
Con sigilo abandona la habitación sin que ella se despierte.
En la cocina descorre la cortina de la
ventana y comprueba que el sol giró y que todo está en su sitio, el jardín, las
hortensias, la ligustrina, los árboles, la barranca y el río con su horizonte
atravesado de azul, todo en su sitio pero de un color más intenso y el
silencio, el silencio incoloro y constante.
Llena la pava con agua, abre la
garrafa y enciende la hornalla. Coloca la yerba en el mate hasta la distancia
que considera óptima para que sea un mate largo como le gusta a ella. Sacude el
mate con una mano cuya palma tapa el agujero y la retira marcada con un
redondel de polvo verde. Toma la pava y desprende con cuidado un chorro de agua
dentro del mate que infla un poco la yerba. Enseguida la coloca de nuevo sobre
la hornalla y espera, vuelve a echar agua, ahora más caliente, hasta un poco
antes del engarce y entierra la bombilla, sorbe el líquido apenas caliente
hasta llenarse la boca de un amargor estimulante. Se acerca a la pileta y
escupe el líquido verde. Abre la canilla y deja correr un poco de agua. Se
sirve, ahora sí, lo que considera el primer mate. La yerba sube espumosa hasta
el límite del borde formando un círculo perfecto de esmeralda y diamantes.
Escucha el agua de la ducha y sabe
que ella está levantada. Aparece con el pelo mojado y un batón limpio al que el
cuerpo le transmitió la humedad del baño mal secado. Salen a la galería. El
nota que ella no tiene corpiño. Ella capta la mirada y el rubor del crepúsculo
le gana el semblante.
--¿No ponés la radio?-pregunta ella.
--No hay fútbol en enero ¿cuántas
veces te tengo que decir lo mismo? –responde él con fastidio. Piensa, no
vinieron.
El murmullo de los grillos llena el
silencio de incomprensibles rumores. Los mosquitos resisten el humo del espiral
y uno que otro se atreve a zumbar cerca de los oídos. La noche inexorable
comienza a envolverlos y el horizonte avanza ahora hasta la barranca.
--Andá a saber qué les pasó --murmura
él, los dos saben de qué habla.
--Ella no habrá querido venir – la
mujer, con énfasis de indiferencia.
--Vamos para adentro, mañana será
otro día. –- responde el hombre
Entran, él prende la luz de la galería
que de a poco se puebla de bichitos. Alguna luciérnaga, como un fantasma,
parpadea a lo lejos, el horizonte se funde en la oscuridad, en la pampa los
colores se toman un descanso.
El cordero mira con el secreto de la muerte en sus ojos sin brillo. Las moscas comienzan a posarse en la sangre coagulada que tiñe el filo del cuchillo.
La mujer lo observa a contraluz con una mano como visera. El hombre, el cordero y el cuchillo están inmóviles como si la muerte los hubiera alcanzado a los tres. El sol está todavía oblicuo pero ya hace calor y el verde de las plantas brilla estático.
Los pájaros se persiguen con vuelos irregulares y penetran en la espesura de los árboles. En la medida que el sol se incorpore la actividad cesará hasta el atardecer.
Ahora el hombre mira hacia las barrancas. Limpia el cuchillo en el pasto, se incorpora y arrastra el cuerpo hasta la sombra de los paraísos. Trabaja un instante agachado y cuelga el cuerpo de una rama.
--¿Qué vas a hacer? -- ella grita la pregunta.
Él no contesta y le da la espalda. La mujer adivina en los movimientos el trabajo del hombre.
--¡Soltá el perro! –ordena él entre las sombras.
La mujer da la vuelta a la casa, un perro llega por delante de ella, el animal olisquea el aire y enseguida corre hacia donde está su patrón. El hombre arroja algo hacia delante y allí va el perro. La mujer desaparece dentro de la casa y regresa con la pava y el mate. Se sienta en un banco al amparo de la sombra de la galería. El aire está quieto, translúcido. Desde esta posición ella ve al hombre terminar la faena. Al fondo, después de las barrancas, el río color caramelo y más allá el horizonte, una línea marrón enclavada contra un azul intenso que avanza difuminado por el resplandor del sol que inunda el día de enero con un calor del que la mujer se halla a salvo bajo la galería.
El hombre se acerca con el cordero en brazos.
—Tomá, ponelo adentro y tapalo con un trapo. —Dicho esto camina hasta la bomba de agua.
Da varias bombeadas, se refriega las manos, se echa agua en la cara. Entre cada intervalo del chorro se aferra al brazo de la bomba y le da un nuevo impulso. Por último, se moja la cabeza. Cuelga el cuero del cordero del alambre que separa el lote del vecino. Vuelve con la mujer:
--Eso es lo de menos.
--Deben de hacer treinta y cinco por lo menos.
--Para mí que no se arriesgan a venir, es mucho viaje.
--Los chicos, ese es el problema, sí por él fuera, ya estaría aquí.
--No, los chicos los manejas, el problema es ella --remata la mujer enfrentada con la nuera, --es muy pulcra
Los dos se quedan callados. El sonido ronco del mate indica cuando debe ser llenado de nuevo. El hombre piensa cómo se quiebra la rutina con los dos niños que juegan y ríen cada día más traviesos. El hijo que cuenta cosas de la ciudad tan cercana y tan lejana. La nuera que se esfuerza para que el tiempo, detenido en ese rincón, avance y aproxime la hora de irse. Pero a él no le importa y espanta ese pensamiento como hace ahora con una mosca molesta.
La mujer piensa cómo separará la mejor porción de cordero para el hijo y como se esmerará para hacerlo sentir el rey sin importarle el desdén de su nuera; a la que va engañar con las golosinas que tiene escondidas para los niños y con los billetes nuevos de cinco pesos que les dará sin que ella se dé cuenta.
El mate va y viene y en ese pendular pareciera transmitir, con la bombilla como antena de un extraño adminículo, similares pensamientos. La semana será un constante recordar lo que hicieron y dijeron los chicos y de tanto hacerlo las anécdotas se estirarán hasta el hartazgo en el intento por hallarle una nueva arista. Pero ya no vienen, mejor comer.
Se separan, él prende el fuego. Ella hace la ensalada y prepara la picada. El irá y vendrá de la cocina a la parrilla con los comentarios de la marcha del asado. Ella irá a mirar y extasiados verán crepitar la carne resumida por las brasas y rodeada de un coro de chorizos.
--Los hice igual ¿vos no te comes uno? – Pregunta el hombre
--Sabes que me hacen mal .—responde ella
Él se encoge de hombros.
-- Ponete la gorra --ordena ella -- el sol está muy fuerte.
Ella lava los platos y él come una mandarina recortado en la ventana de la cocina. Escucha el motor de una lancha que solo intuye por la espuma del agua.
--Me voy a recostar -- dice la mujer.
--Ahora voy -- responde él.
En el calor de la siesta el recuerdo le gana al sueño forzado. El verano se le pega en los pliegues de la sábana con la transpiración del torso desnudo. Mira a la mujer que duerme a su lado o simula hacerlo de costado. El abismo de los senos contenidos por el corpiño, transpirados, están atrapados entre la cama y un brazo. Las arrugas del cuello se desprenden surcadas de sudor hasta el tajo que le separa las tetas. Siente esa mezcla de deseo e impotencia que le arrebata las sienes y le produce la incomodidad del insomnio que se interpone tenaz con el sueño. Insomnio ventilado por el aire tibio del ventilador que gira y vuelve a acariciarlo en la penumbra de la habitación.
El recuerdo, tan personal e intransferible como la propia muerte, está allí, en una heladería, otra tarde de enero distante, donde son jóvenes entre un grupo de jóvenes. Sólo los jóvenes andan en grupo en las tardes sofocantes de enero. Bicicletas que circulan hacia el río a buscar el alivio de una sombra bajo los sauces, un chapuzón en el agua cobriza perlada de reflejos que, como estrellas del día, los rayos del sol depositan vacilantes en la superficie. Ella tiene puesto un vestido salpicado de flores, él mira el talle perfecto y los ojos se encuentran y se ven en la cresta de un helado que se derrite de prisa.
. Se despierta, la mujer ahora le da la espalda. Se sienta, busca los pantalones cortos, se los pone y se para, el fresco de las baldosas en las plantas de los pies desnudos le transmite alivio. Con sigilo abandona la habitación sin que ella se despierte.
En la cocina descorre la cortina de la ventana y comprueba que el sol giró y que todo está en su sitio, el jardín, las hortensias, la ligustrina, los árboles, la barranca y el río con su horizonte atravesado de azul, todo en su sitio pero de un color más intenso y el silencio, el silencio incoloro y constante.
Llena la pava con agua, abre la garrafa y enciende la hornalla. Coloca la yerba en el mate hasta la distancia que considera óptima para que sea un mate largo como le gusta a ella. Sacude el mate con una mano cuya palma tapa el agujero y la retira marcada con un redondel de polvo verde. Toma la pava y desprende con cuidado un chorro de agua dentro del mate que infla un poco la yerba. Enseguida la coloca de nuevo sobre la hornalla y espera, vuelve a echar agua, ahora más caliente, hasta un poco antes del engarce y entierra la bombilla, sorbe el líquido apenas caliente hasta llenarse la boca de un amargor estimulante. Se acerca a la pileta y escupe el líquido verde. Abre la canilla y deja correr un poco de agua. Se sirve, ahora sí, lo que considera el primer mate. La yerba sube espumosa hasta el límite del borde formando un círculo perfecto de esmeralda y diamantes.
Escucha el agua de la ducha y sabe que ella está levantada. Aparece con el pelo mojado y un batón limpio al que el cuerpo le transmitió la humedad del baño mal secado. Salen a la galería. El nota que ella no tiene corpiño. Ella capta la mirada y el rubor del crepúsculo le gana el semblante.
--¿No ponés la radio?-pregunta ella.
--No hay fútbol en enero ¿cuántas veces te tengo que decir lo mismo? –responde él con fastidio. Piensa, no vinieron.
El murmullo de los grillos llena el silencio de incomprensibles rumores. Los mosquitos resisten el humo del espiral y uno que otro se atreve a zumbar cerca de los oídos. La noche inexorable comienza a envolverlos y el horizonte avanza ahora hasta la barranca.
--Andá a saber qué les pasó --murmura él, los dos saben de qué habla.
--Ella no habrá querido venir – la mujer, con énfasis de indiferencia.
--Vamos para adentro, mañana será otro día. –- responde el hombre
Entran, él prende la luz de la galería que de a poco se puebla de bichitos. Alguna luciérnaga, como un fantasma, parpadea a lo lejos, el horizonte se funde en la oscuridad, en la pampa los colores se toman un descanso.
Tercer premio a “Punto
penal” De Mauro Rosseto.
Cuarto Premio a “La
niña del vestido blanco” De María Rosa Giovanazzi.
Quinto premio a “La Casa” De Florencia Magali Heredia.
Menciones Especiales
por orden alfabético: “Llanto insensible” De Alexis Matías Delogu.
“Filosa duda” De Raúl
Elvio Fantín
“ Relaciones
incestuosas” De Leandro Agustín Quevedo
“Deshumanomaquía” De
Verónica Liliana Rivas
“El pequeño Adrián” De
Beatriz Zaffaroni.
A todos ellos ¡Enhorabuena!
También hacemos
propicia la oportunidad para felicitar a los más de 300 participantes que
hicieron ardua la labor del jurado debido a la calidad de las obras enviadas.
No queda más que agradecer la confianza dispensada por ustedes y abrazar a cada uno afectuosamente.
Luis Foá Torres
Director de Vivencias Literarias Salac.
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