La espiral de la historia
Los designios del Señor son
insondables y mi historia, aunque pueda sorprenderlos, es una confirmación de
Su Grandeza. Nací de hombre y mujer en
un bello paraje del sur, cuando mis padres decidieron emigrar por una peste que
venía desde el este y no había dejado sobrevivientes.
Cruzamos senderos y bosques y cuando llegamos al lugar que la tribu había decidido elegir para establecer mis padres y todos los adultos eran ancianos seniles y nosotros ya hombres y mujeres jóvenes. Acomodamos una familia en cada cueva y observando la campiña aprendimos a mantenernos sembrando semillas comestibles y compartiendo la carne de lo que cazábamos y pescábamos.
Aprendimos todo esto de los más avispados y también de las bestias mismas. Los peligros que corríamos no iban más allá de caernos de un árbol por buscar la miel de los panales o ser picados por una abeja y no llegar al auxilio a tiempo. También que los animales grandes nos atacaran pero esto no era frecuente.
Una noche, a la que temíamos, descendió una luz y de ella surgieron personajes que robaron algunos de nuestros niños, a los que nunca más volvimos a ver.
Este fue otro de los peligros a los que nos vimos expuestos, el más incomprensible de todos.
Varias parejas, de entre los mayores y también mi mujer y yo habíamos envejecido y nuestra senilidad obstruía el esfuerzo de los más jóvenes de modo que en reunión secreta decidimos escondernos en una cueva que elegimos por estar aislada.
Cuando los jóvenes percibieron nuestra ausencia ya estábamos lejos y creemos que comprendieron.
Una noche, la entrada de la caverna se vio iluminada por la presencia de un joven que iluminaba desde su cuerpo con grandes alas como los pájaros del cielo. Su luz cegadora nos dejó dormidos y cuando despertamos a la mañana, no sin sorpresa, nos sentimos jóvenes y fuertes y con deseos de seguir caminando hacia el futuro y en sentido contrario de donde veníamos.
Pasados los tiempos aparecieron otros seres bastante parecidos a nosotros, aunque su piel era más clara y llevaban extraños palos relucientes en sus manos y nuestros nietos intentaron conversar con ellos. Lo que sigue ustedes lo saben, yo sólo querían contarles lo que algunos ángeles nos refirieron acerca de la evolución de algunos planetas. Ya no me intereso por esos temas, ahora estoy dedicado a escribir las historias que me cuentan los recién llegados, e incorporar en conjunto de hojas a la Biblioteca Celestial, que así la llamamos.
Algunos dicen que son leyendas, otros me dicen “te contaré un mito venusino” y otros, más enigmáticos hablan de seres inmortales que son llamados dioses, ignoran el misterio de su origen, en qué lago apagan su sed y los hay que muestran rostros de miedo.
Una hembra de los hielos me contó que había guerra en su lugar, y fuego en los bosques como nunca había visto, que no todos sabían de éste lugar acá arriba y les daba miedo.
Concluí que así es la ignorancia: como la Montaña de la Bestia, aterroriza y no permite avanzar. Cuando tenga algo más que contarles volveré a escribirles.
Cruzamos senderos y bosques y cuando llegamos al lugar que la tribu había decidido elegir para establecer mis padres y todos los adultos eran ancianos seniles y nosotros ya hombres y mujeres jóvenes. Acomodamos una familia en cada cueva y observando la campiña aprendimos a mantenernos sembrando semillas comestibles y compartiendo la carne de lo que cazábamos y pescábamos.
Aprendimos todo esto de los más avispados y también de las bestias mismas. Los peligros que corríamos no iban más allá de caernos de un árbol por buscar la miel de los panales o ser picados por una abeja y no llegar al auxilio a tiempo. También que los animales grandes nos atacaran pero esto no era frecuente.
Una noche, a la que temíamos, descendió una luz y de ella surgieron personajes que robaron algunos de nuestros niños, a los que nunca más volvimos a ver.
Este fue otro de los peligros a los que nos vimos expuestos, el más incomprensible de todos.
Varias parejas, de entre los mayores y también mi mujer y yo habíamos envejecido y nuestra senilidad obstruía el esfuerzo de los más jóvenes de modo que en reunión secreta decidimos escondernos en una cueva que elegimos por estar aislada.
Cuando los jóvenes percibieron nuestra ausencia ya estábamos lejos y creemos que comprendieron.
Una noche, la entrada de la caverna se vio iluminada por la presencia de un joven que iluminaba desde su cuerpo con grandes alas como los pájaros del cielo. Su luz cegadora nos dejó dormidos y cuando despertamos a la mañana, no sin sorpresa, nos sentimos jóvenes y fuertes y con deseos de seguir caminando hacia el futuro y en sentido contrario de donde veníamos.
Pasados los tiempos aparecieron otros seres bastante parecidos a nosotros, aunque su piel era más clara y llevaban extraños palos relucientes en sus manos y nuestros nietos intentaron conversar con ellos. Lo que sigue ustedes lo saben, yo sólo querían contarles lo que algunos ángeles nos refirieron acerca de la evolución de algunos planetas. Ya no me intereso por esos temas, ahora estoy dedicado a escribir las historias que me cuentan los recién llegados, e incorporar en conjunto de hojas a la Biblioteca Celestial, que así la llamamos.
Algunos dicen que son leyendas, otros me dicen “te contaré un mito venusino” y otros, más enigmáticos hablan de seres inmortales que son llamados dioses, ignoran el misterio de su origen, en qué lago apagan su sed y los hay que muestran rostros de miedo.
Una hembra de los hielos me contó que había guerra en su lugar, y fuego en los bosques como nunca había visto, que no todos sabían de éste lugar acá arriba y les daba miedo.
Concluí que así es la ignorancia: como la Montaña de la Bestia, aterroriza y no permite avanzar. Cuando tenga algo más que contarles volveré a escribirles.
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