EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

sábado, 11 de marzo de 2017

En mi voz





      El diálogo es el camino

Desde el Infinito llegarán los Señores del Tiempo y del Destino, dioses sin altar en este Planeta.
Encarnados en cuerpos de esta única raza vendrán a rescatarla para humillar a todos los hombres por su descarriada conducta.
Quizá sumarán a nuevos seguidores en el Universo.
Caerán los imperios económicos, guerreros, las sectas o falsas religiones del mundo entero.  
Serán los Maestros. Nos enseñarán, por fin, el Diálogo, la ansiada Palabra de  la Libertad y que No hay camino para la Paz.
El diálogo es el camino para la Paz.

lunes, 6 de marzo de 2017

Cuentos del Can Cerbero


Foto de Google Imágenes
Nada dura para siempre

Los tortolitos, todavía huyendo del marido cornudo, se refugiaron en un hostal viejo, casi derruido, un poco lamiéndose las heridas que él les había infligido, pero gozosos de estos momentos de placer, más bien lujuria, que les deparaba la soledad.
Nada dura para siempre, dice la canción, y resultó que el esposo engañado, para tratarlo con respeto, tenía un amigo de un amigo del hermano de un comisario que había pasado por la misma humillación y decidió tomar cartas en el asunto.
El policía se apersonó en ese hotel y solicitó hablar con el amante de la señora adúltera.
En realidad, era ella la que cometía la infidelidad, la falta al matrimonio, aunque en la mentalidad machista del comisario, un hombre sólo podía hablar con otro hombre.
Era él el que se había llevado una hembra que no le pertenecía; ni hablar del hecho de que ella había dado su consentimiento: la voluntad de una mujer casada no valía nada.
La charla giró en torno a asuntos pasados, imposibles de rectificar. El daño ya había sido hecho, nada podía hacerse para reparar el honor del marido engañado.
Ademanes, gritos, contoneos nerviosos y pitadas de cigarros negros se sucedieron en una coreografía infernal que fue caldeando los ánimos hasta que todo se llenó de electricidad.
Tres disparos al amante y siete a la infiel fue el saldo de esta excitante aventura siniestra, que mientras duró, los había hecho sentir tan vivos.
Acerca de los autores:



No es tiempo de juego - Ada Inés Lerner



No es tiempo de juego - Ada Inés Lerner:



“Se repetía de amanecidas en el bar.
Parecía fácil
diluir fantasmas con insistencias de vino tinto.
Soñaba –creo–.
Cuando llegaron las palomas
él había muerto”.
San Juan “Apuntes”. José Campus.


Nunca había visto llorar a un hombre. Llorar así. Pero sucede. Sucede porque los días se escapan veloces, y veloces los tiempos nos abandonan en la distancia y en el olvido, el olvido y la distancia que no podemos comprender.
En un bar de estación terminal yo esperaba para partir, partía no recuerdo adónde, cuando reparé en él. En la mesita lo usual, botella y vaso, vaso y botella y la cabeza cenicienta; la cabeza cenicienta cayendo desamparada sobre los brazos magros. Era tal su soledad como yo no había visto en persona alguna. Parecía no estar allí y al no estar allí los demás lo ignoraban, lo ignoraban con esa crueldad que los humanos, sólo los humanos somos capaces de sentir, de sentir y de demostrar.
Cuando alguien evitaba pasar a su lado deslizaba una mueca, una mueca que no alcancé a descifrar.
—Usted ama a sus pares? —desafiante, las palabras demandaban respuesta. Respuesta que el mozo, después de apoyar la bandeja vacía, desorientado, intentó articular:
—¿Si quiero a mis pares? Sí, creo que sí.
—Puede probarlo?
 El empleado optó por ocultar su desazón, desazón devenida en ignorancia, ignorancia que ocultó en el silencio. El cliente lo miraba de frente, sin pestañear, mientras una foto desorientada giraba entre sus dedos amarillos de tabaco.
—No somos nada, sólo la construcción de algunos otros —guardó la foto en el bolsillo izquierdo de la camisa con un movimiento mínimo de su codo.
El cliente sacó dos cigarrillos y le ofreció uno.
—No debo fumar mientras trabajo, pero lo guardaré para después —y lo ocultó, lo ocultó en su bolsillo. El cliente agotó el último sorbo, vaso y botella, lo usual sobre la mesa y la cabeza cenicienta, la cabeza cenicienta cayendo desamparada sobre los brazos magros. Se quedó solo…
Como el bar me quedaba de paso más de una vez lo frecuenté, lo frecuenté sólo para comprobar la presencia del parroquiano y su soledad, el ritual de su soledad. Era casi una afrenta a los otros, a los otros que se reunían aún sin conocerse, y para conocerse se daban apodos, apodos como “el pelado”, “el negro”, “el gringo” como pretexto, y con el pretexto de unas cartas, cartas españolas o un cubilete para jugarse el tiempo, tiempo que no es más que una convención, convención que no comprenden y para matar la angustia de no comprender de qué la juegan, se juegan el tiempo, matan el tiempo.
Varias veces me invitaron a compartir ese tiempo de juego, juego en el que no lo incluían a él. Recuerdo haber pensado que a nadie le gusta que lo dejen fuera del juego..
Quizás por deformación profesional me subyugan las historias, las historias de los desconocidos, de los solitarios y un día, un día como cualquier otro, fui decidido a su encuentro. Quizás porque frente a una realidad desconocida necesitamos ponerle palabras, nombrarla, hacerla nuestra. Quizás sucedió ese día porque lo vi mirar por la ventana de la ochava, perdido ¡vaya a saber uno! detrás de qué sueño.
Permaneció en silencio, inmóvil. Retiré la silla y me senté enfrente y recién entonces pensé que podría estar enfermo. Además de la adicción, digo. Levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron y vi los surcos, los surcos que antiguas lágrimas habían dejado sobre su piel y no lo resistí, me obligaba a apartar la mirada.
La expresión de sus ojos anticipó las palabras que siguieron, aunque quizás no eran necesarias. Es posible, sólo posible que él haya adivinado el motivo de mi interés porque se volvió hacia la ventana y comenzó a hablar:
—Me muero —dijo— y recién ahora comprendo la belleza de la vida. Ahora que los he perdido, por mi culpa. Mis pares, mis pobres pares quedaron solos cuando me fui tras un sueño loco, un sueño que sólo los que son amados en demasía pueden acuñar, no están necesitados de amor, no conocen los límites, las fronteras del bien y del mal, la sinrazòn de la razón. Me amaban demasiado y lo esperaban todo de mí y yo era sólo uno más y además llevaba sobre los hombros la mochila de su amor. Le juro que busqué y busqué... le juro que recorrí todos los caminos, y que transité todos los senderos, y por todos los atajos, y encontré... encontré desiertos y vergeles, bosques, campos y ciudades, hasta que ya no hubo más, no hubo más nada por conocer y entonces comprendí...
 Permanecimos en silencio un momento y luego casi me gritó:
—¿Pero cómo, usted tampoco lo sabe? —Bajó la voz—. Disculpe, a veces me cuesta entender que yo no era el único que lo ignoraba.
Me estaba hartando el jueguito del borracho que todo lo sabe y quizás adivinó mi intención de borrarlo de mi mapa porque me tomó del brazo con ambas manos, manos con llagas que lastimaron mi piel:
—Yo comprendo que ésos no me entiendan, es mejor para ellos, ¿qué ganarían con saber la verdad?. Pero usted tiene que saberlo. Por eso se acercó a mí. Usted es el elegido. El que quiere saber. —hizo una pausa— ¿Entiende? Era mejor que yo me fuera y sin embargo, la causa de todo mi sufrimiento es este secreto que no supe comprender a tiempo....
 Hizo una convulsión, descansó un instante y sacó la foto de su bolsillo:
—Mire esta foto. ¿No ve nada? ¿Sabe por qué? Porque el paraíso no existe. Sólo hay un paraíso y está dentro de cada uno, búsquelo, búsquelo aunque le duela. Búsquelo.