EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

martes, 22 de noviembre de 2016

En mi voz

#NOVIEMBREDECUENTO
– Amor – Ada Inés Lerner
¿Oyes ese leve zumbido?  Es una cortina que le tejiera la abuela: 
los nudos del crochet se reproducen como la enamorada del muro.
Su objetivo es crecer, cubrir la pared y crecer, resguardar la puerta y
crecer, sujetar sus piernas y crecer, arropar su cuerpo y abrazarla
amorosamente.

EN MI VOZ

#NOVIEMBREDECUENTO

 – Lo importante – Ada Inés Lerner

Lo tenía todo para ser una buena escritora, excepcionales conocimientos de gramática, dominaba los giros idiomáticos, impecable ortografía, todos los contactos con editoriales, publicistas, ilustradores y el vuelo imaginario de una gallina colorada.


EN MI VOZ

#NOVIEMBREDECUENTO

 – Lo importante – Ada Inés Lerner

Lo tenía todo para ser una buena escritora, excepcionales conocimientos de gramática, dominaba los giros idiomáticos, impecable ortografía, todos los contactos con editoriales, publicistas, ilustradores y el vuelo imaginario de una gallina colorada.


Ada Inés lerner

#NOVIEMBREDECUENTO  La otra
Observé el paisaje, abrí las alas y me eché a volar. Desde el aire lo vi.
Me posé
en la rama más cercana y abrí el pico con mi mejor canción.
La otra salió del nido nuevo, pavoneándose.

El relojero

#NOVIEMBREDECUENTO  
                         El relojero
 Por favor, sea breve - dijo el relojero – debo poner en orden 
todos los relojes. El ritmo del tiempo es mi responsabilidad.
Un error podría ser fatal y lamentable para la Humanidad.
¡Y para el resto del Universo!. Debo disciplinar las Galaxias.
Los astros y las estrellas. En el Génesis la marcha era acorde,
pude ocuparme de otros menesteres: conciliar con Abraxas,
regular a los demiurgos .
Debo ajustar los relojes según los latidos de mi corazón. Es difícil.
El tiempo no pasa en vano y mi trabajo es promesa de futuro,
no lo digo por soberbia, soy Dios, sólo soy Dios.
          

domingo, 13 de noviembre de 2016

En mi voz

En mi voz




Hombre y mujer

Nos gustaba nuestro amor porque aparte de ser generoso, fuerte, espiritual (hoy que las relaciones amorosas son tan escasas de todo) guardaba recuerdos de nuestra
adolescencia en el barrio y de la juventud compartida en la universidad.
Nos habituamos, Salomón y yo, a concentrarnos en nosotros mismos. Hacíamos un culto erótico del alba; luego nos levantábamos temprano, íbamos juntos a la ducha y recién entonces me dirigía a preparar el desayuno.
Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; por fuerza de la costumbre cerrábamos el negocio sólo un par de horas; Salo no permitía que “hacer los bancos” le distrajera ni unos minutos de este momento tan nuestro y a mí no me llamaban aún las telenovelas de la tarde.
Lavar la cocina podía quedar para después.
Era importante el tiempo que le podíamos dedicar a la siesta, primera condición sine qua non para preservar el amor. Y nos esmerábamos en respetarla. A veces llegamos a creer que era el momento más grato de cada día. Logramos una envidiable maduración erótica porque la nuestra era una pareja dedicada a cultivar sólo el amor. Claro que habíamos llegado a esta situación después de una consensuada y necesaria clausura de la posibilidad de procrear.
Salo era un hombre nacido para el amor. Cultivaba todos sus detalles, sin excesos pero sin desmayos. Yo, en cambio, sentía un placer especial en poner en evidencia mi hallazgo del pecado nuevo que él había incorporado en alguna de sus caricias.
Los sábados los dedicábamos a algún pasatiempo singular.
Era una experiencia religiosa individual.
Cada uno por su lado.
Fuera de la casa.
Segunda y tercera condiciones sine qua non.
Decíamos que así enriquecíamos nuestra pareja.
Yo no sabía qué hacía Salo durante todo ese día y él ignoraba mis actividades sabatinas.
Pero es de nuestro amor del que les quiero hablar, de nuestro amor y de Salo.
Me preguntaba que podría haber hecho de Salo el amante perfecto.
Existen múltiples ocupaciones que un hombre y una mujer pueden hacer y rehacer, pero no así la hora del amor.
Fracasada o exitosa, nunca será igual la segunda vez.
No se puede remendar ni repetir.
Quizás por eso Salo y yo poníamos tanto empeño en crear y
recrear esos momentos.
A veces pensaba yo en lo efímero de la vida humana y entonces lamentaba no compartir nuestras vivencias.
¡Cómo no recordar la mirada de Salo, si era la que hacía saltar la primera chispa!.
Sus manos eran sabias, hermosas y jugaban armónicamente y al mismo tiempo que sus labios.
Salo no era demasiado alto, ni corpulento, casos en que los hombres parecen irse en crecer y olvidarse de cultivar las otras virtudes masculinas.
Sus piernas fuertes, pensaba yo, eran las bases que sostenían tanto vigor.
Me gustaba avanzar por su cuerpo; cada día iniciaba el amor por un rinconcito distinto. Cuando Salo estaba dispuesto yo advertía que el nido era grande y tibio.
No como algunos hombres que conocí cuya puerta de entrada está siempre abierta pero no se llega más allá del zaguán por mucha voluntad que se ponga.
Lo recordaré siempre porque fue una señal simple y sin excusas inútiles.
No casualmente sucedió un domingo, es decir el día posterior al espacio sabático. Salo estaba desatento.
Un sonido a muy finos cristales rotos alertó mi oído sensible.
Un sonido que venía impreciso y sordo, lejano, como un 

ahogado llanto de mujer.
Lo volví a escuchar pero ya más cercano y entonces creí que era imperioso manifestarlo de viva voz:
- Salo, estás ausente.
- ¿Estás segura?
Asentí.
- Entonces deberemos vivir con esto.
No expuse mi desacuerdo.
Ese día sentí que mis pasos eran como palomas heridas y los de Salo pobres pájaros torpes.
Fue penoso de remontar.




domingo, 6 de noviembre de 2016

En mi voz

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Foto de Google
                 Él no me esperaba

Entonces yo pensaba mucho en el Hades. 
Quería ir a buscar un amor especial, por consejo de Abraxas. 
Dibujé la puerta sagrada, cerrada y abierta. 
Caronte me llevaba por las orillas del Río Leteo, le pedí un autógrafo 
pero me lo negó. 
Ibamos en una canoa con formas aerodinámicas, 
se podía oír al otro pasajero llorar al mismo tiempo que danzaba 
un ritual hostil y espeluznante en la niebla que rodea el paisaje sombrío, 
la luna ausente, el silencio roto por los ladridos temibles del Can Cerbero. Entonces él apareció, con otra.
   

    

sábado, 5 de noviembre de 2016

En mi voz


                                                                         – Amor –                                                                                            

 



                                            ¿Oyes ese leve zumbido?  
                          Es una cortina que tejiera la abuela: 
             los nudos del crochet se reproducen como la 
              enamorada del muro.

            Su objetivo es crecer, cubrir la pared y crecer, 
            resguardar la puerta
            y crecer, sujetar sus piernas y crecer, 
            arropar su cuerpo 
            y abrazarla amorosamente.

Foto de J.Green
Google+

En mi voz

Foto de J.Green en Google+
 – Lo importante Ada Inés Lerner                         


Lo tenía todo para ser una buena escritora, 
excepcionales conocimientos de gramática, 
dominaba los giros idiomáticos, 
impecable ortografía, 
todos los contactos con editoriales, publicistas, 
ilustradores. 
Tenía el vuelo imaginario de una gallina colorada. 

viernes, 4 de noviembre de 2016

La importancia de creer

Ellos si creían en el amor

                          

                                                       La importancia de creer
Al atravesar la reja del campo santo el guardián encuentra en un sepulcro
dos desconocidos que hacen el amor:
- ¿Qué hacen aquí?  
- ¿Usted cree en fantasmas? –preguntó la bella mujer
- Yo si
- Nosotros no – dijo él y siguieron con lo suyo.

sábado, 24 de septiembre de 2016

En mi voz


 Resultado de imagen para enfermera embarazada

                                      Charlas de café

Habitués de la barra del Bar de doña Tomasa, como de una antigua religión,
estábamos los de siempre, el “pollo” Exequiel que se ganó el mote por
tanto repetir a Platón: “el hombre es un animal implume”.
    Otro pionero en el devenido inocente aguantadero de barrio, es “el Taba”. 
Según consta en su Libreta de Enrolamiento Arístides Sileno es soltero pero
no del todo y lo llaman “el Taba” por su habilidad para caer parado,
es un devoto practicante del deporte de los reyes.
    A punto de ser padre les pregunté:
    --¿Alguno de ustedes presenció un parto?
  --Hace muchos años, yo no peinaba canas,  en mi taxi llevaba a una maestrita
al hospital más cercano –José, taxista de profesión --aprovechó para relatarnos
la historia de marras con lujo de detalles. --Elsa era una muchacha muy valiente,
ayudó en su parto, me asombró su entereza, la preocupación y el amor
que demostró por su hijo a pesar del sufrimiento y su escasa salud.
   --¿Por qué suponés que estaba enferma? –pregunté
   --Falleció poco después abrazada a su bebé. --me respondió
   Hasta la mesita y doña Tomasa hicieron silencio.  
   --Gracias –le dije --por recordarme así a mi madre.

   Permanecimos todos y cada uno anclado en algún momento del relato hasta que el mozo declinó las luces y apuramos el último café. 

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Una decisión dificil

                                  
Resultado de imagen para mujer virtuosa
 – Una decisión difícil – 

Autores
Eduardo Poggi & 
Ada Inés Lerner
La única solución sensata era dejar el juego, porque Marianella no creía factible matar a Gustavo por dinero: lo había llenado de astas, pero ese era su límite. El límite de una esposa infiel es el engaño, se decía ella cada vez que se miraba en el espejo tratando de convencerse; la muerte forma parte de un ámbito al que no pertenezco. Al menos, esas fueron sus convicciones hasta que se le presentaron los 
dos brutos que la levantaron en el Toyota de su exjefe, el dueño del garito 
que frecuentaba.
―Nena ―dijo el exjefe sentado a su lado en el asiento trasero  

--el adelanto que perdiste lo saqué de mi caja, no de la tuya. 
Podés devolverlo al contado o en especie ―lo dijo apoyándole una mano 
en la rodilla―. Como prefieras.
—A ver, explicáme las alternativas claras, porque soy un poco tonta, ¿sabés? —replicó Marianella con su mejor cara de no entender. 

El exjefe se tragó el camelo, sin sospechar que ella lo estaba caminando.
—Eliminás a tu marido o venís a mi pisito cuantas veces yo quiera —dijo avanzando la izquierda de ella hacia su hombría.
—Sin límites, no. —dijo Marianella. 
Y mata a los tres, no tiene necesidad de concretar la devolución del dinero. 
Sin embargo, quien mató una vez, ¿otra raya al tigre que le hará? 
Regresa a la casa, mata al esposo, y con el dinero… ¡sigue jugando! 
Se había cerrado el trato.



Una decisión dificil

                                  
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 – Una decisión difícil – 

Autores
Eduardo Poggi & 
Ada Inés Lerner
La única solución sensata era dejar el juego, porque Marianella no creía factible matar a Gustavo por dinero: lo había llenado de astas, pero ese era su límite. El límite de una esposa infiel es el engaño, se decía ella cada vez que se miraba en el espejo tratando de convencerse; la muerte forma parte de un ámbito al que no pertenezco. Al menos, esas fueron sus convicciones hasta que se le presentaron los 
dos brutos que la levantaron en el Toyota de su exjefe, el dueño del garito 
que frecuentaba.
―Nena ―dijo el exjefe sentado a su lado en el asiento trasero  

--el adelanto que perdiste lo saqué de mi caja, no de la tuya. 
Podés devolverlo al contado o en especie ―lo dijo apoyándole una mano 
en la rodilla―. Como prefieras.
—A ver, explicáme las alternativas claras, porque soy un poco tonta, ¿sabés? —replicó Marianella con su mejor cara de no entender. 

El exjefe se tragó el camelo, sin sospechar que ella lo estaba caminando.
—Eliminás a tu marido o venís a mi pisito cuantas veces yo quiera —dijo avanzando la izquierda de ella hacia su hombría.
—Sin límites, no. —dijo Marianella. 
Y mata a los tres, no tiene necesidad de concretar la devolución del dinero. 
Sin embargo, quien mató una vez, ¿otra raya al tigre que le hará? 
Regresa a la casa, mata al esposo, y con el dinero… ¡sigue jugando! 
Se había cerrado el trato.


Hombre y Mujer premiado

  FALLO DEL SEGUNDO CONCURSO INTERNACIONAL VERSOS COMPARTIDOS MICRORRELATO DE AMOR
.........................................................................
DE LA TOTALIDAD DE LAS OBRAS CONCURSANTES SE HAN SELECCIONADO LOS TRES PRIMEROS PREMIOS Y 100 OBRAS PARA INTEGRAR EL LIBRO DE MICRORRELATOS CORRESPONDIENTE AL CONCURSO.                                              


                                                        Hombre y mujer

Nos gustaba nuestro amor porque aparte de ser generoso, fuerte, espiritual (hoy 
que las relaciones amorosas son tan escasas de todo) guardaba recuerdos de nuestra
adolescencia en el barrio y de la juventud compartida en la universidad.
Nos habituamos, Salomón y yo, a concentrarnos en nosotros mismos. 
Hacíamos un culto erótico del alba; luego nos levantábamos temprano, 
íbamos juntos a la ducha y recién entonces me dirigía a preparar el desayuno.
Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; por fuerza de la costumbre cerrábamos 
el negocio sólo un par de horas; Salo no permitía que “hacer los bancos” le distrajera 
ni unos minutos de este momento tan nuestro y a mí no me llamaban aún las telenovelas 
de la tarde.
Lavar la cocina podía quedar para después.
Era importante el tiempo que le podíamos dedicar a la siesta, primera condición 
sine qua non para preservar el amor. Y nos esmerábamos en respetarla.
 A veces llegamos a creer que era el momento más grato de cada día. 
Logramos una envidiable  maduración erótica porque la nuestra era una pareja dedicada 
a cultivar sólo el amor. Claro que habíamos llegado a esta situación después de una 
consensuada y necesaria clausura de la posibilidad de  procrear.
Salo era un hombre nacido para el amor. Cultivaba todos sus detalles, 
sin excesos pero sin desmayos. Yo, en cambio, sentía un placer  especial 
en poner en evidencia mi hallazgo del pecado nuevo que él  había incorporado en 
alguna de sus caricias.
Los sábados los dedicábamos a algún pasatiempo singular.
Era una experiencia religiosa individual. Cada uno por su lado. Fuera de la casa. 
Segunda y tercera condiciones sine qua non.
Decíamos que así enriquecíamos nuestra pareja. 
Yo no sabía qué hacía Salo durante todo ese día y él ignoraba mis actividades sabatinas.
Pero es de nuestro amor del que les quiero hablar, de nuestro amor y de Salo. 
Me preguntaba que podría haber hecho de Salo el amante perfecto.
Existen múltiples ocupaciones que un hombre y una mujer pueden hacer y rehacer, 
pero no así la hora del amor. Fracasada o exitosa, nunca será igual la segunda vez. 
No se puede remendar ni repetir. Quizás por eso Salo y yo poníamos tanto empeño 
en crear y recrear esos momentos.
A veces pensaba yo en lo efímero de la vida humana y entonces lamentaba 
no compartir nuestras vivencias.
¡Cómo no recordar la mirada de Salo, si era la que hacía saltar la primera chispa!. 
Sus manos eran sabias, hermosas y jugaban armónicamente y al mismo tiempo 
que sus labios.
Salo no era demasiado alto, ni corpulento, casos en que los  hombres parecen irse en 
crecer y olvidarse de cultivar las otras virtudes masculinas. Sus piernas fuertes, 
pensaba yo, eran las bases que sostenían tanto vigor.
Me gustaba avanzar por su cuerpo; cada día iniciaba el amor por un rinconcito distinto. 

Cuando Salo estaba dispuesto yo advertía que el nido era grande y tibio. 
No como algunos hombres que conocí cuya puerta de entrada está siempre abierta 
pero no se llega más allá del zaguán por mucha voluntad que se ponga.
Lo recordaré siempre porque fue una señal simple y sin excusas inútiles. 
No casualmente sucedió un domingo, es decir el día posterior al espacio sabático. 
Salo estaba desatento.
Un sonido a muy finos cristales rotos alertó mi oído sensible.
Un sonido que venía impreciso y sordo, lejano, como un ahogado llanto de mujer. 
Lo volví a escuchar pero ya más cercano y entonces creí que era imperioso manifestarlo 
de viva voz:
- Salo, estás ausente.
- ¿Estás segura?
Asentí.
- Entonces deberemos vivir con esto.

No expuse mi desacuerdo. Ese día sentí que mis pasos eran como palomas heridas 
y los de Salo pobres pájaros torpes. Fue penoso de remontar.

martes, 30 de agosto de 2016

Cuentos a dos manos


 Resultado de imagen para el elefante y el domador

— El domador domado --                                 

Un domador se jactaba de ser el único y verdadero artífice del arte de introducirse en las fauces de las fieras. Y no se limitaba únicamente a introducir la cabeza en la boca de los leones.
En una época en que escaseaba la visita de espectadores al circo –la única fuente de ingreso de los trabajadores circenses- , el domador decidió transgredir las normas de buen gusto.
 Fue entonces que frente a la pobre platea, tomó con sus dedos pulgar y anular la trompa de un elefante, tan delicadamente como si se tratase de labios femeninos, e hizo el repugnante pero pasional gesto del enamorado que desbordado de pasión, acaso de incontenible voluntad, se funde en la húmeda boca del ser amado. Un murmullo inasible se levantó desde el público, se mezclaban manifestaciones de aversión (la sociedad protectora de animales, las señoras de espíritu conservador, la mona Eugenia), admiración por la proeza (los adolescentes, las mujeres liberales, el malabarista) y de sorpresa (los padres de familia, los enanos, el presentador). El domador notó que la bestia se había erizado, que los pequeños dientecillos que tiene en la trompa para triturar las hojas le provocaban pequeñas heridas en su boca y que luego acariciaba esas lesiones tal como lo haría un humano. No le pasó desapercibida la erección del enorme pene del animal (y a esta altura del relato la sorpresa es también del lector), ni los suaves porrazos que le propinaba buscando su sexo. Esta actitud, normal de la bestia, no había sido prevista por el domador que retrocedía con pequeños pasos como si lo hubiera previsto antes, aunque hubiera preferido no hacerlo. Advirtió que al público no le pasaba desapercibido lo que ocurría aunque opinaba que había sido previamente calculado. El domador todavía estaba esperanzado en que el elefante cesara con su empeño y que todo quedara en su proeza. El dueño del circo y algunos empleados (un enano luego lo confirmaba) notaron que al domador la situación se le escapaba de control y se apresuraron a traer a la elefanta joven para distraer al gran macho, pero éste la registró con un leve movimiento y continuó en su erótica lucha con el domador. La boca de éste último ya estaba muy lastimada y sangraba, esto excitaba más al animal. El domador, al no resistir el dolor, se desmayó y cayó. El público de pie gritaba enardecido, algunos excitados por la escena (el malabarista, la mona Eugenia y una prima del presentador) y otros por compasión (las señoras de espíritu conservador que lucían sus enaguas al público, el público al ver la intimidad de las señoras de espíritu conservador). Los ayudantes del circo, por orden del dueño, castigaron con látigos al paquidermo para que desistiera. Éste, los ahuyentaba con sus patas traseras, su trompa y sus gritos salvajes por el dolor pero con los ojos brillantes y de destello rojizo mientras que, con todo cuidado, evitaba lastimar con sus patas al domador; pero seguía empujándolo con su miembro, ahora sí, determinado a consumar el apareamiento a que había sido llevado.

miércoles, 24 de agosto de 2016

En mi voz

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imagen de google
            Carita sucia


Era diferente, un mal ejemplo. 
La niña era rara <murmuraba el pueblo>, no hablaba, sonreía 
como tonta, buscaba a su mamá en todas las mujeres.
No tenía hermanitos y las niñas no 
querían jugar con ella y sus plumitas en la espalda les horrorizaban. 
Quería ir a la escuela como las demás, pero no tenía papeles y su carita estaba sucia. Las otras no la querían, decían que era rara. 
Un mal ejemplo para sus hijas <decían las mamás> pronto la olvidaron.
Dormía en la escalinata de la iglesia. Los pájaros iban a buscar migajas en la manito de 
la niña y ensuciaban la escalinata. El cura decía que los fieles se quejaban. La asistente 
social que debía contenerla y ayudarla no tardó en  llevarla al asilo.
Y ella, desplegó sus alitas y volando desapareció. 

viernes, 19 de agosto de 2016

En mi voz Ada Inés Lerner

Resultado de imagen para hortensias


                                                                                                                     

Hippies y hortensias

Hubo un tiempo en que yo iba a hablar con los hippies a las Islas del Delta, 
observaba sus artesanías y saludaba a las hortensias.
Hasta que me convencieron.
Una mañana de primavera en que los palos borrachos de la Av. 9 de Julio todavía estaban allí y florecían en rosas y blancos, me acordé de las hortensias y llegué hasta la Estación Retiro. Desde mi infancia era amiga de las hortensias en los brazos del Paranacito.
Subí al tren hasta San Fernando.  Admiré cómo navegaban los jóvenes estudiantes, y fui incapaz de imitarlos.
A pesar de mi edad mi madre nunca me permitió llegar hasta las islas más lejanas.
Tiempo después, ella arregló mi matrimonio con un señor parisino,  mayor
que yo, heredero de una importante fortuna familiar.
Nuestro noviazgo fue corto.
Mi familia estaba apurada por situaciones que ustedes comprenderían.
Mientras tanto empecé a ir todos los días al Paseo del Tigre acompañada de
mi esposo, Alain. Cuando me propuso navegar y entrar en las islas centrales
le dije con señas, (yo no hablaba francés y él tampoco español) que tenía miedo.
Alain insistió, tomó los mandos y el timón y enfiló directamente hacia un
brazo del Paranacito. Continuó navegando y yo me volví con mis hortensias y los hippies.
Comenzó a oscurecer. Regresé a casa. Alain no estaba. Hubo preguntas y
trámites obvios. Las fuerzas de seguridad se dirigieron al lugar y con buena
voluntad les señalé el brazo del río que él había tomado.
Juré que ignoraba su paradero.
Actuaron buzos. Salieron fotos en los diarios.
Parecía habérselo tragado la tierra o los ríos.
No volví a navegar.
Mis amigos sonreían comprensivos.
La situación se había tornado dolorosa de modo que dejé de saludar.
De cualquier forma consideré apropiado hospedarme en mi casa de París y
no he vuelto por aquí aunque pedí hippies y hortensias del Tigre para mi entierro.

En mi voz Ada Inés Lerner

Resultado de imagen para hortensias


                                                                                                                     

Hippies y hortensias

Hubo un tiempo en que yo iba a hablar con los hippies a las Islas del Delta, 
observaba sus artesanías y saludaba a las hortensias.
Hasta que me convencieron.
Una mañana de primavera en que los palos borrachos de la Av. 9 de Julio todavía estaban allí y florecían en rosas y blancos, me acordé de las hortensias y llegué hasta la Estación Retiro. Desde mi infancia era amiga de las hortensias en los brazos del Paranacito.
Subí al tren hasta San Fernando.  Admiré cómo navegaban los jóvenes estudiantes, y fui incapaz de imitarlos.
A pesar de mi edad mi madre nunca me permitió llegar hasta las islas más lejanas.
Tiempo después, ella arregló mi matrimonio con un señor parisino,  mayor
que yo, heredero de una importante fortuna familiar.
Nuestro noviazgo fue corto.
Mi familia estaba apurada por situaciones que ustedes comprenderían.
Mientras tanto empecé a ir todos los días al Paseo del Tigre acompañada de
mi esposo, Alain. Cuando me propuso navegar y entrar en las islas centrales
le dije con señas, (yo no hablaba francés y él tampoco español) que tenía miedo.
Alain insistió, tomó los mandos y el timón y enfiló directamente hacia un
brazo del Paranacito. Continuó navegando y yo me volví con mis hortensias y los hippies.
Comenzó a oscurecer. Regresé a casa. Alain no estaba. Hubo preguntas y
trámites obvios. Las fuerzas de seguridad se dirigieron al lugar y con buena
voluntad les señalé el brazo del río que él había tomado.
Juré que ignoraba su paradero.
Actuaron buzos. Salieron fotos en los diarios.
Parecía habérselo tragado la tierra o los ríos.
No volví a navegar.
Mis amigos sonreían comprensivos.
La situación se había tornado dolorosa de modo que dejé de saludar.
De cualquier forma consideré apropiado hospedarme en mi casa de París y
no he vuelto por aquí aunque pedí hippies y hortensias del Tigre para mi entierro.

viernes, 12 de agosto de 2016

Amigos invitados por Ada I.Lerner

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                                     Doña Azucena - 
                                                                                                   
Ana María Caillet Bois 
Rolando José di Lorenzo


Doña Azucena es como un árbol viejo, la savia se le ha detenido. 
Sin embargo, todavía se levanta cada día y prepara la sopa que la hizo famosa en el pueblo. 
Corta las verduras en cuadraditos del mismo tamaño, como si los marcara con una regla y al cabo de un rato comienza a sentirse 
el aroma inconfundible, como si fuera una parva de colores que 
obliga que los vecinos se asomen curiosos para ver a doña Azucena. 
Las rugosas manos de la mujer han trabajado tanto que al moverlas resuena en el silencio 
un crac crac metálico. Ella todavía siente la suavidad del amor entre sus dedos y cierra con 
fuerza las manos para que no escape, aunque sabe que lo hace para retener los recuerdos; 
si no siguiera creando sabores y colores dejaría de ser ella. 
Doña Azucena, viejo árbol con savia estática, necesita de las dos cosas: 
retener la memoria del viejo amor gozando en la intimidad, pero más aún, sufrir la exigencia 
de servir.
Y así pasará los días siguientes, entre las dos posiciones, que en definitiva son lo mismo: aquel amor por él, y el servicio del amor, hacia los otros.





miércoles, 10 de agosto de 2016

Tomado de Piedra y Nido x Ada I.Lerner

La canción - Luis Britto García                                                      
Posted: 07 Aug 2016 08:16 PM PDT
Al borde del desierto, en el ribazo, con la 
lanza clavada en la arena, mientras yo estaba 
sobre la muchacha, ella dijo una canción que 
pasó a mi boca y supe que venía desde la 
primera boca que había dicho una canción 
ante el rostro del tiempo para que llegara 
hasta mí y yo la clavara en otras bocas 
para que llegara hasta la última que diría una 
canción ante el rostro del tiempo.



Nana Rodríguez Romero. 
Elementos para una teoría del minicuento
Universidad Pedagójica y Tecnológica de Colombia, 
Tunja, 2007



Luis Britto García (Caracas, 9 de octubre de 1940), 
es un escritor, historiador, ensayista y dramaturgo venezolano. 
Biografía acá


martes, 9 de agosto de 2016

En mi voz

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Caronte invitándome a subir

                                       

                                       Paseando en canoa
                                                                
     por Ada Inés Lerner

Entonces yo pensaba mucho en el Hades. 
Quería ir a buscar un amor especial que emprendió antes el viaje.
Mientras leía todo lo que se publicaba.
Dibujé la puerta sagrada, cerrada y abierta, me gustaba abierta por aquello
de la libertad y todo eso.
A Caronte, mientras me llevaba por las orillas
del Río Leteo, le pedí un autógrafo pero me lo negó.
Se alejó en una canoa con formas aerodinámicas, todavía se podía oír al
otro pasajero que siguió su viaje llorar al mismo tiempo que danzaba un
ritual hostil y espeluznante en la niebla que rodea el paisaje sombrío,
la luna ausente.
Y el silencio roto por los ladridos temibles del Can Cerbero.
Me dispuse a dialogar con el Can, primero con la cabeza del centro, luego
con las otras tal como me enseñó un veterinario especialista que me
recomendó Abraxas.
   

    

sábado, 30 de julio de 2016

El Narratorio blog: ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL Nro. 5

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                                                               Obsesión                 
  
Hoy, recién despunta la aurora y no pude dormir…
    Igual pero tan distinto de aquel día en que ella cerró los ojos mientras el dolor abandonaba su cuerpo debilitado y el calmante le arrancaba un suspiro de momentáneo alivio.
   Ella con sus poderes mágicos y yo, con todo mi amor, habíamos perdido la batalla.  
   No me quedaban palabras ni lágrimas, creía yo, permanecía en silencio mirándola;
por momentos sentía la necesidad de no apartarme de su lado y en otros deseaba huir.
Involuntarias imágenes de nuestro tiempo juntos volvían a mí, como en una sucesión
cinematográfica: las primeras citas en Orden del Fénix, el ajuar que compramos
hacía pocos días, aquella cena en la casa de sus viejos, los exámenes finales que
rendimos juntos sobre la teoría de la alteración de la Nube de Oort, la vez que
fuimos al telo y no teníamos para pagar, el día que mamá la conoció...
   Increíble, todo había terminado.
   Ayer nomás nos prodigábamos juramentos de fidelidad, de ser sinceros, de amor para
toda la vida.
   Y se reía.
   Porque ella era alegre y disfrutaba de la vida, de las investigaciones, de cada instante.
   Decía que no quería ser una novia obesa y se reía sacudiendo esa cabeza pequeña y
morena que me volvía loco.
—Seré la única en tu vida, si mirás a otra te voy a llevar a que Athon te coma las
vísceras —y se reía—. Yo quiero circundarte de serpientes/ ungidas de mortíferas ponzoñas/
para que nadie más se acerque a ti/ sino yo sola ─recitaba─; nos amaremos y seremos
un escudo frente al mundo de los asteroides.
   Y otra vez mis ojos la contemplaban, tan delgada, consumida por la enfermedad que
la envolvió desde que una lluvia ácida interrumpió parcialmente la luz solar, mientras
trabajaba a cielo abierto con el telescopio.          
   Cuando lo supo, cuando tuvo la certeza, dejó de reír.
   Solo sus ojos me sonreían tristes.
—Desde otro mundo, usaré mis poderes para estar a tu lado, cuidándote, no me importa
qué hay detrás de la muerte, no me preocupa, mi amor será más fuerte, nada ni nadie podrá
contigo; yo vendré a verte, te lo prometo... ─Y yo le creía ─. Desde lejos velaré cerca de ti,
voy a ser el soplo de las brisas vespertinas y voy a perfumar el aire que respires y me
reconocerás también en la sombra de tus días ardientes, me verás en las hojas de los árboles
y en las noches sin estrellas brillaré para vos.
   Le prometía que le sería fiel hasta mi propia muerte.
   Y entrábamos en un delirio que no finalizó el día que acabó su vida: con otra interrupción
solar su cuerpo fue abducido por un asteroide que ella había elegido y grandes incendios
azotaron el suelo y la vida verde en amplias extensiones.
   Comencé a ejercer mi profesión, nuestra profesión. Compartía las dudas y los éxitos
con su retrato, colgado justo ahí, frente a mi observatorio personal
   Mi amor, ¿te parece que los grandes incendios causados por los fragmentos de alta
temperatura caerán al suelo? La consultaba como si aún estuviera cerca de mí y me
parecía que ella me contestaba, me guiaba.
   Su foto sobre la cómoda del dormitorio o en un mural del estudio acompañaba mi día
desde el alba al anochecer.
   Seguíamos discutiendo por las perchas del placard y el toallero del baño y sobre la
colisión de los asteroides
─Querido, ¡regá las plantas!
─Estoy ocupado...
   Y por el control de TV y nuestro programa favorito Colisión Nuclear en Infinito.
Y por preparar el café.              
—Voy a desnudar a tus enemigos —me había dicho. Y cumplió su promesa: me entregó
a mi socio en el momento justo: pretendió vender por su cuenta nuestros estudios sobre
la causa de grandes extinciones, como la K-T que mató a los dinosaurios.
   Lo descubrí gracias a ella.
   Yo sentía el hálito fresco de su aliento en las noches; el aroma de sus rosas en la
brisa de mi primavera.
—Amor, estoy tan solo —sollozaba. Entonces vientos henchidos de suspiros acariciaron
mi frente afiebrada.
   Una noche desperté de un sueño con sus labios en los míos.
   Un día cualquiera, simple y sin excusas, empieza un nuevo tiempo para mí.
    Ni mejor ni peor.
   Diferente.
   Porque a pesar de todo he comenzado a olvidarla.
   Los sucesos cotidianos, los congresos de nuestra profesión, el mundo para el que nos
habíamos preparado me atrae con desafíos, oropeles y apariencias.
   Pronto percibo que mi entorno no solo no me es ajeno ni contraría mis deseos
sino que me deslumbra.
   Cada vez más me distraigo con pequeños placeres.
   Aunque ella siempre me da síntomas de su presencia.
   Está en la gracia de aquella cabecita morena o en la cadencia de la muchacha de rojo,
hasta en la risa de Alicia, la secretaria nueva.
   La del país de las maravillas, le digo, y descubro que Alicia también se ríe.
Una tarde me sorprendo pensando en Alicia; y en alguna noche de soledad, yo confuso
y tembloroso la acaricio en mis sentidos; debo aceptar que deseo seriamente a esta
mujercita moderna, inteligente y coqueta, pero entonces, una idea intrusa enfría mi
sudor y tengo miedo: estoy enamorado. Ardiente, enloquecido de amor, quiero fundirme
en los ojos de Alicia, pero reaparecen los otros ojos, que en el silencio nocturno
brillan desde las estrellas tal como ella me lo había prometido: con suspiros en las hojas de
los árboles navega otro aliento y el perfume de otras flores me apartan de Alicia.
   La otra me hace sentir su presencia.
   Un día y otro oculto y oculto mi desesperación.
   Como lo hiciera de niño elevo mis oraciones, pido clemencia y olvido. Pero no llegan.
   La otra no quiere abandonarme. Lo había prometido y está cumpliendo.
Estoy preso del amor de una mujer muerta.
  Y bien muerta que está, la maldita.
   Sí, ya la odio.
   Ahora el camino es librarme de la muerta lo antes posible y retornar pronto a mi vida.
   Noto que Alicia empieza a sospechar de mi amor, de mi salud mental, o de ambas cosas.
  Y se aleja.
   Recurro a sicólogos y brujos. A curas de sueño y pócimas.
   Al fin, aconsejado por un terapeuta, convenzo a Alicia de casarnos e iniciar un viaje largo.
   El brujo, que al fin encontró un cliente pudiente, no está de acuerdo.
   Me dice: Ella no se lo va a permitir.
   Hoy es el día de nuestra boda.    Recién despunta la aurora y no pude pegar un ojo.
   Abro la ventana de mi departamento. A mis pies la ciudad aún duerme, una brisa fresca
envuelve mi vela ligera,  abre las alas y me lleva con ella.