EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

sábado, 25 de mayo de 2019

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos



                                                  Amigos

Esta mañana caminaba por la plaza, recorría sus veredas centrales cuando me crucé con un ser poco convencional. No me asusté. A mi edad he aprendido que son más peligrosos los “normales”.
   Los que compran una mascota de pura raza.
   Aquellos que detrás de un escritorio conspiran por una oficina más grande, por un cartelito con su nombre en letras doradas en la puerta. Temo a los que ambicionan una casa tan grande que no les alcanzaría el día para recorrerla.
   Un automóvil tan poderoso que difícilmente pueden controlarlo.
   El caminante de la plaza era un joven con una mochila de tela en un hombro y una guitarra en el estuche; sonreía a las mariposas, saludaba a los pájaros con su mismo canto y caminaba al compás del sol que ascendía en el cielo.
   Me saludó con cordialidad, como corresponde a los pares, y siguió caminando hasta que desapareció entre las flores.
   Estoy segura que podría ser mi amigo, uno más de mis amigos, de los que se abrazan con los álamos plateados o los aromos en flor, los que recorren el cielo en globo o los que juegan con los delfines. 
    Yo podría regalarle mis mejores palabras y ellos sus melodiosas notas, sus sentimientos más caros o mis lágrimas azules. Todo eso que nadie podría comprar y nos sumaríamos a nuestros sueños para poder volar.



sábado, 11 de mayo de 2019

_Revista Limache - Chile - Publicó mi Cuento: NUNCA DEBÍ VOLVER

https://docs.google.com/document/d/1JgxYQc8BSufIySwxrd8iLO8V7_UFQiN-Qw5xqReXS0g/edit



 — Nunca debí volver — Ada Inés Lerner

—La hipótesis intraterrestre defiende que el origen del fenómeno OVNI —decía Alberto mientras esperaba que su cortado se enfriara —está en el interior de nuestro planeta.
   — ¿Crees en la premisa de la hipótesis intraterrestre? —refutó Jorge G. —explícame porqué todos los países más avanzados los buscan en el Universo.
   —La existencia de civilizaciones en otros planetas es por conveniencias económicas —refutó Alberto  —Si los intraterrestres fueran civilizaciones evolucionadas, no como la que destruyó la Tierra ¿no habría espacio físico independiente ni posibilidades de progreso para los humanos?     
   — Nunca debí volver. --- les dije a modo de reflexión. Fue una mala idea. Ayer pertenecía a la UAC Universal, fui doctorada en exo biología  en sus laboratorios científicos y en los viajes espaciales de investigación a Saturno y a Titán, la aclimatación y sus peripecias me han dejado en el alma y en el cuerpo algunas huellas ---el silencio de mis compañeros de mesa me animó a continuar ---No previne que en mi pueblo y en el planeta todo, el éxodo había cambiado el paisaje, el humor de la gente, la vida en general; mi mejor amiga tiene una relación con un sistema operativo, lo ama, sí, ella lo ama y él a ella.
   La veo caminar por las calles o tomar un cortado mientras escucha sonriendo a su amado por un microscópico auricular insertado en su oído izquierdo.
   Es algo raro, me parece, dice que está enamorada de él no sólo porque es rápido y eficiente, sino porque es cálido y atento, está cerca siempre, en su teléfono inteligente, en su casa, en el trabajo, en fin, ella lo corporiza con el aspecto de George Clooney y donde más lo necesita.
      Dice que hace el amor más ardiente que su ex marido.
   — ¿Cómo? —le pregunté
   —Un grupo de cirujanos especialistas en estética cyborg me implantó un puerto USB, ¡te imaginas dónde! —dijo entre risas —y Georgy tiene una prolongación ideal que no necesita lubricante y me hace feliz.
   — ¡Claro! —dije horrorizada
   —Su voz me acaricia con canciones mientras duermo y me mira arrobado, yo lo acaricio y él aúlla como un lobo —y agregó —como un lobo feroz, dice que yo soy su Caperucita.
   Mientras, mi amiga suspiraba y me presentaba a su amigo en una laptop de cristal negro sentí que ella, en su locura, estaba realmente enamorada.  
   Entiendo que ya es difícil enamorarse en esta época, en esta sociedad… es raro, pero la veo tan feliz que temo llegar a mimetizarme en una relación de a tres.      
   Y no es el único caso porque donde estaba el lugar de la calesita de mi infancia instalaron un gran salón con boxes privados con servicio de bar donde los concurrentes pueden suplantar el silencio de sus vidas.  
   Muchos, demasiados locales han sido absorbidos y están tan al paso…
   En los suburbios más pobres, todavía no llegan, porque hay baldíos marcados por la basura radioactiva que cae de los satélites artificiales. 
   Los cómplices de mi adolescencia se han ido ¡vaya una a saber adónde! y ni las paredes de las casas han quedado en pie en el sitio en que yo había sido muy feliz: a pesar del entrenamiento, resguardo los recuerdos de mi infancia de pueblo. 
   Las antiguas casas de la partera y la farmacia ya no están, Defensa Civil, casi inexistente, alguien levantó un edificio profundo donde funciona un refugio y cada tanto una alarma llama a los sobrevivientes, antes de entrar los examinan con el láser y luego les dan un hogar de acero sin ventanas ni el calor del sol, cada vez más lejano.
   Mi amiga dice que las parejas, algunas casuales buscan “su rincón”, si alguno no tiene casa propia, es ideal.       
   Ayer yo no conocía los resguardos y hoy sé que están obsoletos aunque imprescindibles pero ¡tan cerca de mi escuela! donde todavía se enseña y se aprende,  para una que ya sabe que por ahí no pasará el futuro y porque es difícil regresar donde las ilusiones ya no crecen como la enamorada del muro.
    No, gracias al progreso y a la tecnología nada dura para siempre. Al pasar por esos lugares eché de menos a alguien que en su momento estuvo a mi lado y hoy se fue ¡quién sabe adónde!  Quizás acompañando a otra, que ni siquiera puedo odiar.
     Si él regresa y no me reconoce será porque él tampoco es el mismo.
     Y es posible que lo peor de esta visita sea que pasé por el viejo y ruinoso bar, el único que quedó vivo mostrando la piel ajada de una necesidad humana del vicio y me reconozca, sea “el malo de la historia”  y me diga con la misma  voz burlona.
     — Pero si sos vos, ¡Hola Raquelita!, la novia de la juventud, tengo amores con una extraterrestre, uno de las tantas que invadieron nuestra ciudad. Ahora no existen más los sexos, ellos son los dueños. ¿Querés conocer a mi amiguita? Tenemos un hogar moderno.
     Me alejé rápido de él. Nunca debí volver. Nadie me respondió.       


jueves, 2 de mayo de 2019

En mii voz


Hacerse cargo  
          
Los lenguaraces de siempre –pensó Isidoro --me aconsejaron que no alquilara ese casco de estancia a diez kilómetros del centro del pueblo, en pleno campo y rodeado de eucaliptos que miran al suelo
    -- Y los pinos que miran al cielo -- como los del cementerio –agregó Isidoro en voz alta para quitarles entidad.
    Pero a él no le importó lo que le habían relatado sobre una muerte. No creía en nada que no pudiera ver.
    El viejo peón limpió el yuyal, las telarañas en el techo y las paredes exteriores; dos mujeres el interior de la casona. Isidoro les ordenó deshacerse de una cuna, juguetes y algunos muebles. Hubo que quemarlos, nadie los aceptó.
    El peón se negó a blanquear el sótano. Al día siguiente, una pintura emergió en una pared interior: la imagen de una niña negra, con un nonato en los brazos, ahorcada desde un tirante del techo. Los jornaleros quisieron irse.
    Isidoro les ofreció pagar jornal doble, cubrieron la primera mano, apareció el esbozo: los hombres huyeron despavoridos. Furioso, Isidoro, pintó él mismo la pared con una brocha y la pintura pura. Lo encontraron asfixiado y colgado al lado del boceto.

lunes, 22 de abril de 2019



La Comisión Directiva de Salac, en la persona del Director de la Revista Vivencias Literarias, Luis Foá Torres, tiene el placer de comunicar el resultado arribado por nuestros calificados jurados de la
    II Convocatoria Revisa Vivencias para Cuento, tema libre.                     
                                    (Argentina) .

Primer Premio Compartido por:  
 “Monique”,  Marcelo Juan Valenti. Y  “Amplitud térmica 100 º” Alcira Claudia Saldaña.

Segundo premio a “Un domingo en el rancho” De Ada Inés Lerner.


    Un domingo en el rancho

 --Te apuraste un poco —grita la mujer con voz chillona parada bajo el techo de la galería en un rectángulo ganado por el sol. 
   -- Antes o después qué más da. -- responde el hombre
   El cordero mira con el secreto de la muerte en sus ojos sin brillo. Las moscas comienzan a posarse en la sangre coagulada que tiñe el filo del cuchillo.
   La mujer lo observa a contraluz con una mano como visera. El hombre, el cordero y el cuchillo están inmóviles como si la muerte los hubiera alcanzado a los tres. El sol está todavía oblicuo pero ya hace calor y el verde de las plantas brilla estático.
   Los pájaros se persiguen con vuelos irregulares y penetran en la espesura de los árboles. En la medida que el sol se incorpore la actividad cesará hasta el atardecer.
   Ahora el hombre mira hacia las barrancas. Limpia el cuchillo en el pasto, se incorpora y arrastra el cuerpo hasta la sombra de los paraísos. Trabaja un instante agachado y cuelga el cuerpo de una rama.
   --¿Qué vas a hacer? -- ella grita la pregunta.
   Él no contesta y le da la espalda. La mujer adivina en los movimientos el trabajo del hombre.
   --¡Soltá el perro! –ordena él entre las sombras.
   La mujer da la vuelta a la casa, un perro llega por delante de ella, el animal olisquea el aire y enseguida corre hacia donde está su patrón. El hombre arroja algo hacia delante y allí va el perro. La mujer desaparece dentro de la casa y regresa con la pava y el mate. Se sienta en un banco al amparo de la sombra de la galería. El aire está quieto, translúcido. Desde esta posición ella ve al hombre terminar la faena. Al fondo, después de las barrancas, el río color caramelo y más allá el horizonte, una línea marrón enclavada contra un azul intenso que avanza difuminado por el resplandor del sol que inunda el día de enero con un calor del que la mujer se halla a salvo bajo la galería.
   El hombre se acerca con el cordero en brazos.
   —Tomá, ponelo adentro y tapalo con un trapo. —Dicho esto camina hasta la bomba de agua.
   Da varias bombeadas, se refriega las manos, se echa agua en la cara. Entre cada intervalo del chorro se aferra al brazo de la bomba y le da un nuevo impulso. Por último, se moja la cabeza. Cuelga el cuero del cordero del alambre que separa el lote del vecino. Vuelve con la mujer:
   -- Dame un mate ¿vendrán? -- Ella se encoge de hombros, él agrega: -- Si no, comemos cordero toda la semana.
   --Eso es lo de menos.
   El silencio se hace espeso como el día que sienten resumir en las axilas, los brazos, la cara.
   --Deben de hacer treinta y cinco por lo menos.
    --Para mí que no se arriesgan a venir, es mucho viaje.
    --Los chicos, ese es el problema, sí por él fuera, ya estaría aquí.
    --No, los chicos los manejas, el problema es ella --remata la mujer enfrentada con la nuera, --es muy pulcra
   Los dos se quedan callados. El sonido ronco del mate indica cuando debe ser llenado de nuevo. El hombre piensa cómo se quiebra la rutina con los dos niños que juegan y ríen cada día más traviesos. El hijo que cuenta cosas de la ciudad tan cercana y tan lejana. La nuera que se esfuerza para que el tiempo, detenido en ese rincón, avance y aproxime la hora de irse. Pero a él no le importa y espanta ese pensamiento como hace ahora con una mosca molesta.  
   El quiere escuchar al hijo, jugar con los nietos, consentirlos a escondidas de la madre y gozar con la alegría que dejarán como una estela hasta la próxima visita.
   La mujer piensa cómo separará la mejor porción de cordero para el hijo y como se esmerará para hacerlo sentir el rey sin importarle el desdén de su nuera; a la que va engañar con las golosinas que tiene escondidas para los niños y con los billetes nuevos de cinco pesos que les dará sin que ella se dé cuenta.
   El mate va y viene y en ese pendular pareciera transmitir, con la bombilla como antena de un extraño adminículo, similares pensamientos. La semana será un constante recordar lo que hicieron y dijeron los chicos y de tanto hacerlo las anécdotas se estirarán hasta el hartazgo en el intento por hallarle una nueva arista. Pero ya no vienen, mejor comer.
   Se separan, él prende el fuego. Ella hace la ensalada y prepara la picada. El irá y vendrá de la cocina a la parrilla con los comentarios de la marcha del asado. Ella irá a mirar y extasiados verán crepitar la carne resumida por las brasas y rodeada de un coro de chorizos.
   --Los hice igual ¿vos no te comes uno? – Pregunta el hombre
   --Sabes que me hacen mal .—responde ella
   Él se encoge de hombros.
   -- Siempre decís lo mismo,-- y agrega en voz baja al tiempo que acomoda unas brasas.
   -- Ponete la gorra --ordena ella -- el sol está muy fuerte.
   El hombre retira la primera porción y la lleva a la cocina, regresa a refrescarse en la bomba antes de sentarse a comer. Todavía saldrá una vez más a retirar todo de la parrilla y a darle los restos al perro.
   Ella lava los platos y él come una mandarina recortado en la ventana de la cocina. Escucha el motor de una lancha que solo intuye por la espuma del agua.
   --Me voy a recostar -- dice la mujer.
   --Ahora voy -- responde él.
   En el calor de la siesta el recuerdo le gana al sueño forzado. El verano se le pega en los pliegues de la sábana con la transpiración del torso desnudo. Mira a la mujer que duerme a su lado o simula hacerlo de costado. El abismo de los senos contenidos por el corpiño, transpirados, están atrapados entre la cama y un brazo. Las arrugas del cuello se desprenden surcadas de sudor hasta el tajo que le separa las tetas. Siente esa mezcla de deseo e impotencia que le arrebata las sienes y le produce la incomodidad del insomnio que se interpone tenaz con el sueño. Insomnio ventilado por el aire tibio del ventilador que gira y vuelve a acariciarlo en la penumbra de la habitación.
   El recuerdo, tan personal e intransferible como la propia muerte, está allí, en una heladería, otra tarde de enero distante, donde son jóvenes entre un grupo de jóvenes. Sólo los jóvenes andan en grupo en las tardes sofocantes de enero. Bicicletas que circulan hacia el río a buscar el alivio de una sombra bajo los sauces, un chapuzón en el agua cobriza perlada de reflejos que, como estrellas del día, los rayos del sol depositan vacilantes en la superficie. Ella tiene puesto un vestido salpicado de flores, él mira el talle perfecto y los ojos se encuentran y se ven en la cresta de un helado que se derrite de prisa.
.  Se despierta, la mujer ahora le da la espalda. Se sienta, busca los pantalones cortos, se los pone y se para, el fresco de las baldosas en las plantas de los pies desnudos le transmite alivio. Con sigilo abandona la habitación sin que ella se despierte.
   En la cocina descorre la cortina de la ventana y comprueba que el sol giró y que todo está en su sitio, el jardín, las hortensias, la ligustrina, los árboles, la barranca y el río con su horizonte atravesado de azul, todo en su sitio pero de un color más intenso y el silencio, el silencio incoloro y constante.
   Llena la pava con agua, abre la garrafa y enciende la hornalla. Coloca la yerba en el mate hasta la distancia que considera óptima para que sea un mate largo como le gusta a ella. Sacude el mate con una mano cuya palma tapa el agujero y la retira marcada con un redondel de polvo verde. Toma la pava y desprende con cuidado un chorro de agua dentro del mate que infla un poco la yerba. Enseguida la coloca de nuevo sobre la hornalla y espera, vuelve a echar agua, ahora más caliente, hasta un poco antes del engarce y entierra la bombilla, sorbe el líquido apenas caliente hasta llenarse la boca de un amargor estimulante. Se acerca a la pileta y escupe el líquido verde. Abre la canilla y deja correr un poco de agua. Se sirve, ahora sí, lo que considera el primer mate. La yerba sube espumosa hasta el límite del borde formando un círculo perfecto de esmeralda y diamantes.
    Escucha el agua de la ducha y sabe que ella está levantada. Aparece con el pelo mojado y un batón limpio al que el cuerpo le transmitió la humedad del baño mal secado. Salen a la galería. El nota que ella no tiene corpiño. Ella capta la mirada y el rubor del crepúsculo le gana el semblante.
   --¿No ponés la radio?-pregunta ella.
   --No hay fútbol en enero ¿cuántas veces te tengo que decir lo mismo? –responde él con fastidio. Piensa, no vinieron.
   El murmullo de los grillos llena el silencio de incomprensibles rumores. Los mosquitos resisten el humo del espiral y uno que otro se atreve a zumbar cerca de los oídos. La noche inexorable comienza a envolverlos y el horizonte avanza ahora hasta la barranca.
    --Andá a saber qué les pasó --murmura él, los dos saben de qué habla.
    --Ella no habrá querido venir – la mujer, con énfasis de indiferencia.
    --Vamos para adentro, mañana será otro día. –- responde el hombre
   Entran, él prende la luz de la galería que de a poco se puebla de bichitos. Alguna luciérnaga, como un fantasma, parpadea a lo lejos, el horizonte se funde en la oscuridad, en la pampa los colores se toman un descanso. 











Tercer premio a “Punto penal” De Mauro Rosseto.
Cuarto Premio a “La niña del vestido blanco” De María Rosa Giovanazzi.
Quinto premio a  “La Casa” De Florencia Magali Heredia.
Menciones Especiales por orden alfabético: “Llanto insensible” De Alexis Matías Delogu.
“Filosa duda” De Raúl Elvio Fantín
“ Relaciones incestuosas” De Leandro Agustín Quevedo
“Deshumanomaquía” De Verónica Liliana Rivas
“El pequeño Adrián” De Beatriz Zaffaroni.

A todos ellos ¡Enhorabuena!
También hacemos propicia la oportunidad para felicitar a los más de 300 participantes que hicieron ardua la labor del jurado debido a la calidad de las obras enviadas.



No queda más que agradecer la confianza dispensada por ustedes y abrazar a cada uno afectuosamente.
Luis Foá Torres

Director de Vivencias Literarias Salac.

viernes, 10 de agosto de 2018

En mi voz - El botellero


Resultado de imagen para Pinturas con botellones
artepint.google


El botellero

   La viuda quita primero la traba superior, ahora abre el cerrojo de la puerta de entrada. Con un cielo sin nubes el sol se luce en una mañana radiante. Ya le llegan el aroma salvaje de un jazmín florecido y el saludo de los pájaros que han anidado en el álamo plateado de la casa vecina.  El tramo que la separa de la reja no le impide seguir atenta el recorrido del botellero en su carro colmado de trastos. Ella cruza un trecho del sendero empedrado entre macetones de fresias y jacintos en el césped profuso del jardín. El tenaz ladrido de Colita le hace presente la advertencia del finado:
   --No abras la puerta, ni a los proveedores ni a vendedor ambulante alguno.
Se arrima el jamelgo en busca del pasto húmedo. El hombre, pequeño, marchito, de edad indefinida, de pobre entrazado la saluda, conserva prudente distancia. Huele como perro entrenado el temor de la mujer:
   --Buenas, doña…
  --Espere. Tengo unas botellas… --la viuda regresa a la casa. Reaparece en el marco de la puerta con dos botellas vacías de un exclusivo vino francés. Camina hacia la reja. El hombre extiende sus manos ajadas, con movimientos lentos y torpes. Sorprendida advierte que los botellones no pasan a través del espacio estrecho que dejan las varillas de la verja. Los dos se detienen. Se observan. Se miden.
   El silencio es un estilete de dudas y ofensas.
   El hombre baja la vista con resignación y se aparta. Simula acomodar las riendas al caballo y sube al soporte precario. Ahora el sol apenas espía detrás de las nubes al tiempo que llega a la esquina de La Cuadra y se oyen gemir las ruedas del carro mientras reparte chirridos y vergüenzas a uno y otro lado de las rejas.

        

viernes, 27 de julio de 2018

Cuento - Un crimen literario -


Un crimen literario          
Lentamente, con sumo cuidado, como quien lamenta desechar una presunción firmemente arraigada, Faustino Vardé cubrió el cuerpo desnudo.     
   Claro que en su dilatada experiencia  policial había aprendido a distinguir y                           controlar sus emociones de hombre bilioso y ardiente,  pero este caso no era igual a los anteriores, ni tampoco a los que vendrán, pensó.
   En silencio, sin quitar la vista de la camilla, hizo una seña al forense y así, sin más, dio por terminada la inspección. Giró sobre sus pies y sigiloso, salió como había entrado. Ni siquiera a si mismo se hubiera confesado su desconcierto. Lo que había visto no era de hombres, carajo.
   El métier le aconsejaba leer los informes técnicos y luego entrevistar a los familiares, seguro que también a algún amigo personal del occiso. Cumplidas estas diligencias se abandonaría en su sillón favorito, mediante una tablita de quesos, una copa de Cabernet Sauvignon 2003  y a cavilar y atar cabos sueltos. 
   El expediente policíaco confirmó la identidad del muerto: en síntesis, libre de antecedentes, empleado jerárquico de una multinacional, costumbres  irreprochables. Soltero, vivía solo en un departamento céntrico, Vardé se prometió unja inspección cuidadosa.  El legajo también decía que el occiso visitaba los sábados a su madre nonagenaria, en un buen instituto geriátrico, y que frecuentaba un club de golf, era habitué a los abonos del Instituto Mozarteum y en ocasiones alguna reunión literaria.
    Podríamos haber sido amigotes, pensó Vardé. 
   Por ahora no le parecía relevante entrevistar a la anciana, y siguió su línea original de trabajo: decidió que al día siguiente, martes, concurriría a la oficina de la víctima. 
   El inspector había estado ausente demasiadas horas de su refugio -  como gustaba llamarlo - pero comprobó satisfecho que la encargada había limpiado y ordenado a conciencia. Toda su ropa estaba colgada y doblada, según sus instrucciones, el placard prolijo y la heladera provista de acuerdo a sus necesidades, incluso había recordado su preferencia por la rúcula…
Mientras pelaba y cortaba en rodajas finísimas una cebolla blanca, repasaba en voz queda los datos con que contaba, se detuvo en las marcas que había visto en la cara de Luigi, como había decidido llamarlo; después lavó y preparó una ensaladita fresca. Concluyó que debía ser investigado, en especial, el hecho que tanto lo había impresionado.  Acto seguido separó el tallo del apio,  y guardó con cuidado las hojas con las que proyectó  una deliciosa consomé de verdura para la noche siguiente. Iba ya por el aderezo con abundante limón y un chorrito de aceite de oliva cuando se le ocurrió que era a todas luces anormales que en el expediente no se mencionara a ninguna mujer que rondaba la vida del occiso.
     Cherchez la femme, pensó. 
    —Voilá! Está deliciosa  —se dijo en voz alta luego de probar la ensalada.
Y concluyó: “Sin duda, se impone una visita al departamento de Luigi”. 
Completó el menú un trozo generoso de queso Fontina y la única copita diaria de tinto que se permitía. Observó su color, percibió el aroma y lo paladeó.  Cómodo. ya instalado, se dispuso a ver una película protagonizada por Meryl Streep.
    —Qué mujer,  debe haber sido una hembra así la que habría elegido Luigi. Inteligente, independiente, desprejuiciada.  ¡Qué pantalón mamita!  Sí, sin ninguna duda, pero ¿qué tendría que ver ella con el crimen? Se conocieron, se encontraban a veces cuando el cuerpo manda, nada de matrimonio o convivencia, ella no lo aceptaría, profesional o no pero se mantiene sola, seguro.      
   Buena, buena película.  Cama afuera, eso sí.  Buena música, también. Ah, es una situación ideal.  Algo raro debe haber,  en todas partes  se cuecen habas. Yo también elegiría una fémina así, Luigi.  Podríamos haber sido amigos, insisto,  jugar al golf, alguna noche en The New York City Bar. ¿Por qué carajo no aparece una mujer entre los conocidos? Sólo el trabajo, la madre, música, libros y el golf.  Buen final.
    —Hora de dormir. Mañana será otro día.
    Macrocentro, torre, todos los servicios, piso 21, palier privado.
   —Vaya nomás, vaya, no quiero demorarlo, luego me muestra la cochera y le alcanzo la llave.  —A regañadientes y con una mueca de disgusto el encargado enfiló hacia la escalera de servicio.
    Un estar en dos niveles con toilettes, office, cocina y comedor diario, luego dos habitaciones, en la más pequeña el escritorio con una importante biblioteca, ¡qué bañazo! Y lo vinieron a matar en el jacuzzi.  Vardé volvió a repasar los detalles del expediente: estaba solo, un tiro en la frente, sin rastros del arma ni huella alguna del asesino, sin signos de lucha ni puerta forzada. El lunes a las 7 am. lo encontró la mucama, hora en que todas las mañanas entraba a limpiar.
   ¡Pobre Luigi! ¿En quién confiaste?, pensó Vardé.
    —Por favor aguarde allí, inspector   —La empleada arqueó su mano juvenil y pequeña para señalarle una salita, algo alejada de las oficinas. 
    Reflexionó Vardé: Demasiado jovencita, a Luigi no le gustaría.  La entrevista con el gerente de Relaciones Humanas y otros compañeros de trabajo del occiso no le aportó demasiado; como suele suceder con los muertos, todos repitieron las mismas palabras huecas, algunos jugaban al golf con él, otros solían visitar su departamento, los más sólo lo trataban en el trabajo.  Dicen que entre los que solían frecuentarlo había dos mujeres de mediana edad, escritoras.
   No creo que fueran tu tipo, Luigi, se dijo Vardé.
   Más por deformación profesional que por otra razón el inspector dirigió el Renault  por la Autopista hasta el centro de la pequeña ciudad, allí tomó el Puente y en pocos minutos llegó al geriátrico. Cruzó el parque de entrada y en el hall tuvo que aguardar demasiado a un hombrecito de edad indefinida que lo miró con curiosidad y recelo:
    —La persona que usted busca falleció hace diez años, Inspector.   
    No lo decía el informe. Estos descuidos lo enfurecían. El tiempo que había perdido, buscaba una evidencia inexistente. El oficial a cargo no se había llegado hasta allí, ni siquiera se molestó en llamar por teléfono.
   Se dirigió a Homicidios y cuando entró a su oficina resoplaba  iracundo por todos los poros. Alguno por ahí lo comparó con un toro en el ruedo. Le faltaba agitar el suelo con la pata delantera antes de embestir. Los oficiales a cargo del caso balbuceaban, y entre los gritos de Vardé y las medrosas palabras de los otros, surgió la versión: Una vecina dijo que se lo había comentado la mucama.
   Cherchez la femme, malició otra vez, después de todo los franceses saben de qué hablan. 
   Esa noche, y tal como lo había proyectado, el inspector Faustino Vardé cortó en juliana una zanahoria, un pedazo de calabaza, un zapallito redondo, una batata, desgranó el choclo, también incluyó el verde del apio, y unas hojas de espinaca. A último momento recordó el puerrito. Mientras la sopa llegaba a su punto justo rebobinó otra vez la película de Meryl Streep.
   Cuando estuvo sentado en su sillón favorito, con la cazuela humeante frente a sí, caviló y caviló, y ató cabos, hasta que Meryl se despide de África y vuelve a Dinamarca.
  
En la madrugada, después de dejar mi lecho tibio y con sumo cuidado, como quien lamenta corroborar una presunción firmemente arraigada, el inspector Faustino Vardé dejó escrito en la Agenda de mi Laptop:
    —¿Por qué le sacaste los ojos? ¿A Luigi no le gustaban tus cuentos?    


jueves, 26 de julio de 2018

Competencia - Ana M Callet Bois Ada Inés Lerner


Resultado de imagen para sñoritas elegantes



,




 Competencia — 

Autoras: Ana María Caillet Bois, Ada Inés Lerner

Acudí presurosa aquella mañana respondiendo a un aviso de una agencia de trabajo. A pesar de que llegué temprano había dos chicas antes que yo. Puede ser necesario, decirles que soy una mujer joven, de figura agradable, con título universitario y regular manejo de dos idiomas extranjeros. Me interesaba ese empleo y comencé a pensar seriamente en la forma de “deshacerme” de mis dos rivales, cuando más de una.
   Siempre llevo en mi cartera lo necesario para una eventualidad. Le avisé a la jovencita que estaba delante de mí que iba a comprar pastillas, que me guardara el puesto. Crucé a poner en orden los elementos necesarios para deshacerme de mis dos rivales, nada de matar a nadie, simplemente lograr que se retiraran.
   Volví a mi lugar en la fila, a la joven que estaba delante por un descuido mío el paraguas se enganchó entre sus piernas y le rompió las finísimas medias por lo que se retiró sin aguardar. La otra entró y salió, ¡vaya a saber porqué! Con mi traje sastre muy elegante fui llenando las solicitudes y contesté las preguntas que me realizaba el entrevistador.

  Llamó mi atención que al terminar me dijo que por la gran cantidad de aspirantes cobraban un mínimo de 100$. Los pagué y salí a esperar los resultados. Quedé para el puesto y a la mañana siguiente cuando me presenté al trabajo no existía ni la agencia, ni el portero, ni el entrevistador.