EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

sábado, 23 de septiembre de 2017

Medio siglo: De Soros y Piguy - Ada Inés Lerner

De Soros y Piguy -


Ya inmersos en una infinita noche puedo ver claramente a través de un poderoso ojo de buey el planeta Soros. Debido a la tecnología de Ya inmersos en una infinita noche puedo ver claramente a través de un poderoso ojo de buey el planeta Soros. Debido a la tecnología de avanzada que despliegan los sorenses, el viaje por el espacio fue placentero. Los sorenses tienen la estructura molecular de un androide. Al entrar en su galaxia me deslumbran una multitud de estrellas rojas y doradas que luego desaparecen cuando cruzan a intervalos regulares cuatro soles en un cielo muy claro casi transparente. Alcanzo a percibir que temen problemas con el asorizaje.
Lo primero que identifico es la vegetación profusa en forma de pirámides invertidas de diferentes tamaños. Los sorenses viven en ellas. No sólo son pintorescas sino cálidas y confortables, ubicadas en pequeñas parcelas de tamaño regular y con diagonales amplias que cruzan el planeta sin solución de continuidad. Desde el espacio semejan un damero gracioso y de prolijo diseño.
La nave envía señales lumínicas y desde alguna base responden. Ahora sí llegamos. La vegetación se confunde con el paisaje urbano dándole un extraño aspecto geométrico. Me alojan en la vivienda del zepel Jon, algo alejada del conglomerado popular como corresponde a un funcionario de su categoría. No me es difícil comunicarme con él, dado el lenguaje de sonidos corporales muy agradables y persua-sivos que facilita el entendimiento.
El zepel Jon resulta un anfitrión refinado y amistoso. Parece vivir solo, no me resulta extraño teniendo en cuenta los viajes prolongados a que lo obliga su profesión. Durante mi estancia se entrevis-ta varias veces a solas con un joven pero no puedo afirmar que haya sido sólo visitas de trabajo. De hecho, durante el transcurso de las mismas, Jon cuida que yo no esté presente.
Jon me invita a conocer Piguy, el planeta vecino.
-Los piguyens son androides -me aclara- son de inteligencia mediocre y alcanzan la altura del vuelo intelectual de un gallo. Pero siempre son seguros. Resulta cómodo tratar con ellos aunque resultan pedantes. -¡Soy un piguyen!, dicen- Jon se ríe. Está bromeando, aunque se muestra algo impiadoso.
Parece ser que por razones políticas que me son desconocidas todavía, los piguyens son influyentes en estas galaxias. Como un aporte al estudio del comportamiento social de estas etnias prácticamente desconocidas debo decir que he sido mejor recibido que por mis futuros suegros en mi primer visita. No les gustan los judíos. Me refiero a mis padres políticos. Los piguyens, por ejemplo, no profesan ninguna religión conocida o desconocida para mí. ¿Será por eso que son aplomados, impertérritos?
Los piguyens viven todos juntos en las habitaciones que les sirven de refugio sin vínculos parentales que los condicionen. Sólo le dan importancia a las organizaciones políticas. En cambio, los soren-ses habitan en comunidades sin organización nuclear.
En el viaje de regreso Jon me explica que a medida que un piguyen va llegando a una edad adul-ta tiene además responsabilidades consigo mismo y la comunidad. Mientras Jon cumple con las tareas que lo han llevado a Piguy, el zeltofen Lipsis, un piguyen demasiado amable, me sugiere que perma-nezca en su casa no me agrada demasiado pero no puedo arriesgar una negativa. Luego partiremos hacia Soros.
La apariencia física de sorenses y piguyens no es similar a la nuestra. Sus ojos, al costado de la cabeza en forma de pez, no tienen pestañas y su cuerpo está recubierto de una (en apariencia débil) co-raza, que los protege de sus enemigos y de los cambios climáticos de la atmósfera que recorren en los viajes interplanetarios. No tienen pelos, en realidad no los necesitan. Se deslizan sobre luces pequeñas que genera la energía propia de cada ser, lo que les da un andar suave, ligero y elegante, como una me-dusa en el agua. No he visto enfermos. No les ocupa la vejez ni la muerte. Para tranquilidad de mi men-talidad terrestre supongo que en algún momento deben morir. Es un tema sobre el que prefiero callar.
Al parecer se dedican seguido a las relaciones amorosas aunque no he visto parejas.
El sistema político en los dos planetas parece regido por normas no registradas gráficamente, que todos respetan. Su economía tiene principios tribales.
Los sorenses me aprecian. Recibo numerosas muestras de afecto (a veces es demasiado, creo que lo confunden con el sexo). Por ejemplo: hoy me llevaron a una de sus ceremonias gastronómicas en casa de Mos. Me alimentan; es curioso, pero desde que inicié esta visita, no he sentido hambre.
Los sorenses son hermafroditas. Supongo que los piguyens también. Pero no me animo a preguntar. En la reunión escucho a Mos invitar a copular a un joven como parte natural de la tertulia. Se niega y Mos lo amenaza y golpea. El resto de los invitados no interviene. Mos, con el rostro descompuesto por la ira me arrincona con las mismas intenciones.
Me niego aduciendo un fuerte dolor de cabeza.
Noto signos de haberlo ofendido, se muestra muy molesto pero soy extranjero y se contiene. Reconozco que aún conservo mis prejuicios, mamados en la más tierna infancia. Además, con mucha vergüenza debo confesar que no puedo evitar la repulsión al verlos desovar después de cada coito.
Un par de días después me entero que el joven apareció descabezado. Debe hacer un par de se-manas que estoy en Soros; me ha bastado para comprobar que los sorenses son fanáticos del pensa-miento filosófico y el amor libre; entre otras cosas, practican juegos de esgrima; se reúnen para disfrutar del alba y el crepúsculo de cada uno de sus soles. Se trabaja con la educación de las larvas ovíparas.
Los sorenses intentan integrarme a toda costa. Mos y otros están insistiendo con sus muestras de acercamiento erótico, temo por mi vida.
He decidido abordar la primera nave que regrese a la Tierra.
Soldado que huye sirve para otra guerra.


...

BIFICCIONES: Raza peligrosa – Ada Inés Lerner & Luciano Doti



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Raza peligrosa 



– Ada Inés Lerner & Luciano Doti:



   Una numerosa y pacífica raza de extraterrestres se ha
mezclado entre nosotros. Algunos han tenido que emigrar a otros puntos del
planeta más tolerantes con su color de piel o sus rituales religiosos. Por eso
varios viven en mi barrio. 
Su programación es muy rudimentaria: parecen venir
especialmente a reproducirse y por eso andan detrás de cada humano que pasa.
Nos hemos visto obligados a proteger a nuestros ejemplares con cinturones de castidad.   Esto no los arredró porque poseen un probóscide flexible y finito. 
A menudo tuvieron que apañárselas lo mejor que pudieron con situaciones bastante peligrosas. Hembras humanas han reaccionado violentamente cuando al pasar frente a los extraterrestres recibieron miradas lascivas. 
  Todo eso ha hecho que seamos considerados “raza peligrosa” y que el operativo de mestizaje interplanetario esté condenado al fracaso; salvo que aparezca una humana despechada y decida aparearse con cualquier espécimen que se cruce en su camino.

viernes, 15 de septiembre de 2017

El rollo que vuela - publicado en Elnarratorio.blogspot.com

 el rollo que vuela                                                           
                                                    
















 De nuevo alcé mis ojos y miré,
                                                      y he aquí un rollo que volaba.
                                                        Y me dijo: ¿Qué ves?
                                                                                                                              Y respondí:
                                               Veo un rollo que vuela, de veinte codos de largo,
                                                                              y diez codos de ancho.
                                                                 Cap.5 – Zacarías – Antiguo Testamento                                                                 

       —Madre Dolores, que en paz descanse… necesito de usted
       —Me sentiré muy honrada, hijo ¿que ocurre?
   —Nada grave, pero he tenido un sueño muy extraño, con cierto misticismo y pienso que usted puede ayudarme a interpretarlo…  —Vea madre, soñé que galopábamos, Zacarías y yo. Ya entrada la noche íbamos al norte,  estábamos apenados, en silencio con esas tristezas de las que los hombres no hablan, ¿vio? Al girar los caballos al este, y a lo lejos, vimos algo que volaba.
      —¿Qué ves, patrón? —me preguntó Zacarías.
      —Veo un rollo que vuela —le contesté yo —Los caballos, asustados, ocuparon toda nuestra atención, no era cosa de quedarnos de a pie. Dominadas las bestias, sin consultarnos siquiera los dos seguimos el mismo rumbo: para las casas.  Íbamos llegando cuando un espectáculo infernal se ofreció a nuestros ojos. Mudos,  asombrados, vimos que era una nave espacial, un ovni que le dicen, bien definida por luces propias; se había adelantado a nosotros. Hombres, mujeres y animales parecían enloquecidos, corriendo de un lado a otro, como  perseguidos por ánimas malditas.
Madre Dolores se persignó.
   Pedro conducía atento al camino como si ahí, en el sendero que marcaba el asfalto gris, estuvieran escritos sus sueños.
  —Los animales de la granja yacían muertos por todas partes Madre, destrozados a dentelladas por los perros.
  —¡Pedro! ésa es una cita del Antiguo Testamento, estoy segura, no recuerdo a qué libro, ni el versículo, pero puedo encontrarlo.
    —¿Vio? a mí me parecía... Los chicos saltaban en un extraño baile de muertos. Todos parecían contagiados del furor que había prendido en los irracionales. Como si Mandinga…
   Ante la mención del Maligno doña Dolores se persignó nuevamente y besó la cruz que llevaba en el pecho.
  —Como si Mandinga se hubiera enseñoreado del pueblo y hubiera querido herirlo con una plaga, la peor de todas: la locura.
  Habían llegado hasta el campo que fuera de sus padres y Pedro detuvo la camioneta, le abrió la puerta a Madre Dolores y la ayudó a bajar. Se sentaron en la sala.  Les sirvieron dos cafés y ya cómodamente instalados:
   —El ovni se acercó hasta que Zacarías y yo pudimos advertir que, efectivamente, se trataba de una nave espacial. Se apoyó en el suelo, se abrió la puerta que daba al este. Nos acercamos sin poder evitarlo, era más fuerte que nosotros. Pudimos ver un salón circular con tres puertas iguales. La disposición, tan exacta  y simétrica, me recordó a un laberinto que recorrí en Cruz del Eje.  Me sentía frente a un desafío del destino: los extraños me daban a elegir entre las tres salidas como si fueran tres dilemas, tres disyuntivas y yo debía optar por una. Los tripulantes nos observaban en silencio, sentados alrededor de una  mesa redonda. Los vi,  Madre Dolores, como la veo a usted ahora...  Entonces uno me dijo: Esta es la maldición que sale sobre la faz de toda la tierra; porque todo aquel que hurta (como está de un lado del rollo) será destruido; y todo aquel que jura falsamente (como está del otro lado del rollo) será destruido y dice Jehová de los ejércitos, y vendrá a la casa del ladrón, y a la casa del que jura falsamente en mi nombre; y permanecerá en medio de su casa y la consumirá, con sus maderas y sus piedras... Y salió aquel ángel que hablaba conmigo, y me dijo: Alza ahora tus ojos, y mira qué es esto que sale y  dije:
   —¿Qué es?
   Y él dijo:
   —Este es un día en todo que sale. Además dijo: Esta es la iniquidad de ellos en toda la tierra.
   Y he aquí, levantaron la tapa de plomo, y un calendario estaba grabado allí y él dijo:    
   —Esta es la Maldad; y la echó dentro y echó masa de plomo en la boca del día 11 del 11 de 2001
    Alcé luego mis ojos, y miré, y dos mujeres que salían y traían viento en sus alas, y tenían alas como de cigüeña, y alzaron el vuelo entre la tierra y los cielos.
   Madre Dolores tenía la mano acalambrada de persignarse. Pedro,  sentado a su lado, gesticulaba, contra su costumbre, como si estuviera muy exaltado:
   —Y así, sin hablarnos, sentí que comprendieron que los habíamos entendido; pensé seguro fue nuestro Señor que nos ayudó con ese  Concejo...   Luego volvimos todos los del pueblo, cristianos, monturas y perros, Zacarías y yo,  cada uno a su tarea.

  

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Medio siglo: Ella - Ada Inés Lerner

Medio siglo: Ella - Ada Inés Lerner



Mi cuñada encabeza la procesión. En realidad, primero va el rabino orando. Él... Ella... Me conmueve este cementerio. El desamparo en que quedan los muertos; debe ser la falta de árboles y los nubarrones que enlutan el cielo y lo acercan, amenazantes, sobre nuestras cabezas apenas cubiertas, por una mantilla y el kipá. El rabino le rasgó el abrigo a ella y luego las condolencias. Yo amaba a mi hermano y lo he cuidado por más tiempo y con mayor dedicación. Y aquí está él. Todos se retiran... El rabí dice: por el camino del dolor se pasa una sola vez vez cuando se ha amado... Ella… no...

viernes, 1 de septiembre de 2017

Escritor invitado: Sergio Varela

Hay otros mundos y están en este — Sergio Varela



   
Aparté con delicadeza de cirujano, o acaso de ladrón descuidista, el ejemplar de El hacedor archivado sin urgencia en la biblioteca, entre otros volúmenes económicos de Borges y Bioy Casares, ofertados como suplementos semanales por un diario que nadie leería en la casa, ni siquiera con ánimo de refutación.
Lo resucité del sarcófago de celofán que lo aprisionaba intacto como una contraseña inviolable.
Después de saborear un bizcochuelo legendario en sus reverberantes perfumes alimonados, y un café con leche callejero no menos memorable, al pie del andén de la estación Ituzaingó, abrí más tarde sus páginas, ya vagamente sentado junto a las puertas de un moderno vagón chino del Ferrocarril Sarmiento.
Y los bastos arrabales suburbanos del Oeste transmutaron en espejos, tigres, laberintos, duelos a cuchillo donde el honor era una música de milonga, cosmogonías apócrifas, Shakespeare, Cervantes, Rosas, Quiroga, Perón y otros sueños.
Al llegar a Once, aquel antiguo escenario de una (otra) batalla perdida contra los ingleses, de aquella al menos la cronología me había concedido, acaso, la ausencia, comprobé que en ese momento yo también padecía de irrealidad, como tantos de ellos.