EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

domingo, 31 de diciembre de 2017

La vida de un ávalo


La vida de ávalo
La cueva está cerca y los enemigos hocican el aire, trasponen en declive. Todo lo que queda de la covacha es una entrada. Cuántas veces escapó a las redes tendidas por múltiples enemigos, también hubo quienes se sumergieron en su habitáculo por zòcalos y ventanas. Por momentos cree que està loco, pero es su destino de miserò insecto ser perseguido por dementes lepidòpteros, y himenopteros y dìpteros. Juegan con èl a las escondidas mientras lo rozan agresivos con la intenciòn de aterrarla. La pariciòn de cada avàlo  engendradado y sus pequeños cosquillean entre las revàlidas  de las cosas. Por el piso cruza un rehilete. Su cuerpo  disyuntivo es alcanzado y muere. Logrò fugarse. Desencantado, doblò el envite y tupiò el retozo. La luz se apaga y los àvalos huyen hasta ser menos que enervados insectos en vuelo. El resto es solo pedruzcos. A veces soy hombre ò antròpodo.     

domingo, 24 de diciembre de 2017

En mi voz La Laguna de Caronte






La laguna de Caronte -

“Quien lucha con monstruos ha de tener cuidado
de no convertirse en un monstruo también él"   F. Nietzsche.

Soñé radicarnos en el pueblo de La laguna de Caronte.
  A esta altura de nuestra vida recuerdo nuestras fantasías. 
 Sobre éste pueblo, sobre la laguna, sobre los fantasmas de los no-vivos, relacionados directamente con el estado trascendental de la muerte.
   No puedo escaparme de mi misma, yo seguiré siendo yo y mis circunstancias dondequiera que vaya: en mi pequeño planeta lejano que esta noche brilla como una estrella, en la gran ciudad (donde presté servicios como enfermera hasta jubilarme) o en esta playa asomada a la gran laguna.
   Sufrimos la xenofobia general de los terrestres y nuestra existencia fue difícil. Trajimos algunos muebles, vajilla, la ropa que deberé adaptarla a este clima.
   —Penélope, está listo el mate. —El que habla es mi marido. Debí incluir a Ulises en el detalle de mi equipaje, porque yo lo convencí de mudarnos aquí.
    Se impone que a esta altura aclare como fueron nuestros primeros días.
    Al principio el pueblo nos miró de costado.
   Nos observaron e interrogaron mal disimulando su desconfianza.
   Desconfianza pueblerina que se traduce en una amabilidad forzada que se hace por demás evidente.
   Pensamos que no lo notarían, que nuestra baja estatura fuera aceptada, venimos de un planeta pequeño, Caronte.
   Creo que los alertó, los hizo sospechar, fue que ninguna mascota se acercara ni a pedirnos un hueso. 
    —Un poco de tiempo y paciencia —nos dijimos.
    Ulises colocó en la entrada de la casa un cartelito primoroso, en madera tallada, que aún hoy dice: “Enfermera diplomada. Inyecciones. Presión. Cuido enfermos”.
    Y me senté a esperar.
    A esperar que mi profesión de toda la vida me introdujera en las casas de la gente como una bruja buena que alivia dolores del cuerpo y el alma.
   En cuanto a Ulises, perdió el pelo pero no las mañas.
   Como había sido adiestrado, intentó infiltrarse en las organizaciones intermedias para desplegar su actividad de detective de entuertos.
   En la cooperativa de teléfonos, como socio usuario, tenía el derecho de participar en la comisión directiva. No lo aceptaron: luego advertimos que nuestras inocentes conversaciones telefónicas eran “pinchadas”.
   Habíamos traído nuestro sistema de comunicación interestelar y todo estaba bien resguardado.
   Se sucedieron algunas reuniones en casas donde se resucitaban a aquellos antiguos héroes dispuestos a inmolarse por la cosa pública.
   Todo se fue aquietando: aquellos vecinos que empujados por Ulises, habían tomado la participación como un juego, alternativo al billar o la taba, empezaron a sentir que la guerra justa desatada por mi marido contra la malversación e impunidad no los motivaba y los involucraba a trabajar sin descanso y decidieron que no valía la pena perder la tranquilidad por unos cuantos pícaros.
   “Son nuestros vecinos de siempre” era su filosofía y nos fueron retaceando su presencia.      Ulises seguía detrás de sus ideas.
    Esto nos aisló y también afectó mi actividad y no nos pasó desapercibido en los bolsillos. 
   Y hacer frente ahora a este fracaso... 
   En este tiempo de ancianos, me quise despedir de Ulises pero él no lo aceptó y juntos emprendimos el último viaje de los caronteses sumergiéndonos en la laguna .




El espacio interior


Tomado de Google



El espacio interior                                     

Cuando Juan regresa, tras haber estado sometido a las condiciones de microgravedad y a la radiación del espacio, suele volver muy débil.
Pero nada se pierde porque nada puede existir sin su doble, por eso la información que se almacena en las células queda en el ángel de la guarda y los dobles de los astronautas están en algún lugar del mundo. Si esos dobles se encontraran, alguna vez por casualidad frente a la Torre Eiffel no se reconocerían, porque encerrados en sus paradigmas verían lo que quieren ver.
   Juan vive con su cuerpo sus sentimientos y en otro tiempo su doble vive con otro cuerpo otras conmociones.
   Esto puede convertirse en un juego mortal. Juan pasó por esta experiencia metafísica atravesando situaciones de fobias irracionales.
   Pasaba por la Strassenbauer cuando ve sentado en la mesa de la ventana, en un pequeño bar, a un sujeto parecido a él. Demasiado parecido. Pensó que era un engañoso reflejo y se volvió. El hombre seguía sentado en el lugar y aunque iba de camisa verde, traje marrón claro, zapatos al tono, era evidente que el parecido era asombroso. Se detuvo y lo enfrentó pero el otro siguió conversando con su vecino de mesa sin prestarle atención. Juan se sintió ridículo y se alejó muy intrigado. Como se dirigía a la universidad buscó en la biblioteca a Frau Kreimer quien comenzó a explicarle sobre el desdoblamiento del tiempo.
     Más que confundido se dirigió a una iglesia pero el sacerdote le aconsejó conectarse a sí mismo y perdonarse el pecado original. Juan se quedó intrigado frente al altar y le preguntó al Señor, pero ya sabemos que en ciertos momentos el silencio de Dios puede ser agobiante.
    El chaleco de fuerza suele dejarlos débiles y exasperados pero a Juan le dio cierta seguridad: nada más podía sorprenderlo. Y no es poca cosa para quien regresa del espacio interior.


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jueves, 21 de diciembre de 2017

El viento Zonda - cuento





Una tarde de viento oeste, una tarde que paseaba por los senderos de Parque Leloir escuché que alguien comentaba que Ernestina Godoy y Rufino Pocoví se escondían en los jardines de la Clínica del Parque para intercambiar palabras y caricias que les traía la brisa.
Y dijeron que Rufino Pocoví —después de muchos inviernos viviendo allí, tantos que ya nadie recordaba por qué había ingresado— logró que el Doctor Mayor le confiara su jardín, con las flores de estación y de las otras y los paraísos y eucaliptos y acacias y pinos negros, blancos, y muchos otros y que Rufino Pocoví le explicó a su mujer que los pinos tienen siempre verdes las hojas y le regaló varias piñas, fruto de sus árboles amados.
Dijeron que Ernestina vivió con su mamá hasta llegar a una edad mediana y que Ernestina era una mujer buena moza que un buen día intentó explicar a quien quisiera oírla una alocada idea (opinaron los médicos, que de eso saben mucho). Pues bien, Ernestina afirmaba que alguien quería prohibir el viento, el viento aquél de su zonda natal, y que querían prohibirlo solo porque el dulce viento solía escribir en las piedras pensamientos duros y pertinaces mientras soplaba ardiente en los campos de su sanjuan natal.
Y me contaron que por algún raro designio de la ciencia Godoy Ernestina se encontró un buen día internada en una clínica de los buenosaires; fue allí que le contó al bueno de Rufino Pocoví su loca idea e inmediatamente Rufino Pocoví le contestó que al viento hay que respetarlo, porque algunos le dicen viejo, pero viejo y todo, Ernestina, mire como sopla ese viento suyo.
Luego, no sé cuándo, Rufino Pocoví le contó a Ernestina Godoy, recomendándole eso sí, que no lo repitiera jamás, (porque eso de “jamás” es una forma de decir que tienen los doctores), que él, Rufino Pocoví, estaba seguro que Ernestina tenía razón:
—El viento zonda forja las dunas de nuestro cuerpo como en un espejo caliente, con un lápiz perfumado y modela en las sábanas blancas las formas del deseo —agregó Rufino Pocoví
Aquí debo reconocer que me dijeron que Ernestina se ruborizó un poco, ella que era una señorita pero reconoció entre suspiros secretos que era así nomás, que el viento arrastra las miradas, las abraza y con los quejidos enciende la ternura entre danzas y que algo crece y decrece en la piel.
Una tarde en que las gotas de humedad muerden y la ñata contra el vidrio estimula las confesiones, Ernestina le contó a María Veydile (la enfermera del segundo piso) que alguien quería prohibir el viento y le confió sobre Rufino Pocoví; Mary (que 130

es solo la enfermera del segundo piso), se escandalizó y le aconsejó que se mantuviera apartada del viento porque era peligroso y estaba prohibido, que no era bueno para ella.
Ernestina lo pensó y lo pensó pero decidió seguir los vericuetos del viento y lo vio quebrar las fronteras de las rejas del jardín y se imaginó que debía recorrer mapas ignotos y viajar para siempre como aquel río que dicen que se aleja y no vuelve.
Enterado el Doctor Mayor, que era un buen hombre a pesar de toda su ciencia, quiso prohibir el viento. Fue entonces que Ernestina Godoy y Rufino Pocoví tuvieron que esconderse entre los vericuetos del jardín (que tan bien conocía el jardinero) pero no sería justo reconocer que desobedecieron del todo al Doctor Mayor ni a la enfermera del segundo piso y solían encontrarse atravesando las sombras quiero decir, andaban por ahí sueltos y se escondían cuando alguien paseaba por los jardines y sus veredas.
En la realidad Ernestina y Rufino gozaban viendo cómo los vecinos de una quinta lindante con el oeste (donde nace el viento zonda), hacían su labor bienaventurada, porque no hay tarea tan bendita como la de hacer germinar la tierra pensaban Ernestina y Rufino, y los granjeros además del trabajo de la casa cuidaban los gansos, los perros y las gallinas y a una torcacita que se refugió bajo un alero y se quedó para siempre. y no faltaba día que los tres, Ernestina Godoy, Rufino Pocoví y la torcacita reían de buena gana.
No sé si es importante aclarar que Ernestina era de buena familia —de los Godoy y Godoy como dicen en el barrio—, a la señorita se le notan los modales y el porte distinguido, (dijo la moza del comedor) aunque por estos tiempos Ernestina vaya vestida con ropas gastadas y una mantilla tejida al crochet (color amarillo patito) que le cubre los hombros, y por esa mirada altiva de sus ojos empapados de celestes estrellas y orgullosas primaveras.
Sí, hay algo entre Ernestina Godoy y Rufino Pocoví dicen las coníferas celosas...
Una tarde impecable, a Rufino Pocoví le pareció escuchar que los doctores hablaban de que alguien quería prohibir el viento, dijeron que es peligroso cuando atraviesa las sombras y Rufino Pocoví (recordó que alguna vez, en sus mocedades, había sido músico) y quizás pensó que el viento se desliza como un milagro entre las notas blancas de su verdulera correntina; y también que la música puede parir y crecer como los amores locos. Y creo que también pensó que antes de semejante despropósito casi toda la música nacía del viento; aún en más en la verdulera, aunque los doctores, con toda su ciencia, lo ignoren. 131

Y fue para entonces, me parece, que Rufino Pocoví le contó a Ernestina Godoy que en algún tiempo él, Rufino Pocoví, para pensarse músico se enganchó en una chacarerata (antigua de verdad), y después se fue a Europa junto a una chica que también andaba en eso de la canción, aunque él ya había olvidado cómo se llamaba.
Y también fue por ese tiempo que un martes de visita llegó la mamá de Ernestina; fue llegando como si se llevara por los cabellos, de revoloteo, como gallina ponedora que solo puede levantar vuelo corto, por el peso de los huevos, digo; se le notaba el alboroto gallináceo en el dilatarse de los ojos y en el movimiento de las manos contrahechas y económicas que a Ernestina le hacían acordar cómo andan a los picotazos los pollitos. El Doctor Mayor llegó después y entró por el caminito rodeado de nomeolvides, subió el escalón de la entrada, siempre seguido por María Veydile (la enfermera del segundo piso).
—Comprenda, doctor, —decía la mamá de Ernestina— que han corrido rumores —la mamá decía eso, pero en realidad todos sabían que la cuentera había sido Mary que esperaba que las visitas llegaran para largar la lengua y forrar los bolsillos. Solo Ernestina no le dio importancia porque para mi mamá los chismes siempre fueron una preocupación placentera, dijo.
—Yo no me fijo, cada cual hace su vida como quiere —decía la señora— pero mi hija es señorita y tratándose de una discapacitada, usted me entiende, Doctor —y permaneció de pie, con una sonrisa cómplice, las manos escondidas, como si tuvieran vergüenzas entrelazadas en su espalda.
Al Doctor Mayor, que no por nada era el director, se le dibujó una mueca que solía llevar escondida y aunque no se le notaba, Ernestina le conocía muy bien.
—Me gustaría conversar con usted en privado —y esperó para que sus palabras crearan el suspenso necesario— permítame invitarla a mi despacho.
Ahora sí a la mamá se le instaló otro gesto que seguro todavía no conseguía encontrar, lo siguió. Cuando la mamá salió de la entrevista se le había derrumbado la cara y todo; claro que Ernestina nunca la había visto así: su mamá tan charlatana que no paraba de hablar esa tarde estaba silenciosa como un poste.
Creo que fue a partir de esa tarde que el Doctor Mayor le encargó a Lady Godiva (que era la psicóloga rubia) que se reuniera con Ernestina Godoy y Rufino Pocoví y Lady Godiva les dijo que era bueno que los dos se sentaran en la playera, en el parque, para charlar y charlar. Por supuesto María Veydile (la del segundo piso) contó que, los novios, en seguida se abrazaron y se besaron... y luego él con una mano... pero que parecía que a Ernestina le daba vergüenza (eso creía Mary) pero que Ernestina no parecía hacer nada por zafarse. 132

Quizás la mamá de Ernestina no entendió que las piedras estaban escritas por los vientos, incluso el Zonda, desde mucho tiempo antes. Y creo que fue entonces que Ernestina Godoy y Rufino Pocoví pudieron adivinar que el sonido nacería de la verdulera y crecería entre amores locos y que a nadie más se le ocurriría prohibir el viento.
ADA INÉS LERNER
Argentina WEB: http://yosoylaescritura.blogspot.com

http://empezarporcerrarlosojos.blogspot.com 133 134 

domingo, 12 de noviembre de 2017

En mi voz Las almas volverán...




                                                    Las almas volverán...

Mary atraviesa la placita con paso desparejo y torpe mientras atisba el futuro: de costado, como una yegua compadrita. Los pibes, malón de regreso que abandona con esfuerzo el potrero y la redonda, la observan como quien busca respuesta en un reloj detenido en otro tiempo.
     Las agitaciones y tormentas de una empleada postal como Mary pertenecen al pasado reciente, quizás por eso gruñe un reclamo desafinado por ese pueblo indolente. 
     En la estafeta la cortina rezonga y la reciben afablemente el vaho, la humedad, y las hilachas de aquellas cartas olvidadas.
    A Mary la satisface esa melodía y todas las mañanas ella insiste en danzar al compás de un acorde quejoso:
  —¿Qué será de mí si nadie espera una carta? Una carta es una visita inesperada que uno puede besar, acariciar o evocar…
   Alguna vez, un repartidor postal se acercó a Mary pero por culpa del destino, dios sin altar en el mundo (tan insalvable como imprevisto) lo dejó ir: es que ella fue incapaz de comprender que ese cartero, tercero involuntario, ya no cargaba de su hombro el útero desierto con las cartas que muchos dejaron abortar en la madrugada por ese correo electrónico, superficial y urgente.

   Del buzón vacío nace una canción y Mary, como aquel poeta, acompaña el tono de una oración de fe: volverán las cartas olvidadas, volverán mis noches a rondar, y otra vez como almas en bandada, me llamarán, me llamarán...

En mi voz Para que no se les olvide




Para que no se les olvide

En el principio era el Verbo y frente a Dios era el Verbo y el Verbo era Dios.    
   Todos sabemos que para el final de los tiempos Odín el vikingo, dios violentamente enérgico, se comprometió a protegernos a nosotras, las diosas, y a los hombres también, contra las fuerzas del caos en la batalla del fin del mundo.
   Júpiter, como todo romano tiene un gran temperamento, es un dios sabio y justo que reina sobre la tierra y el cielo.
   Claro que todas y todos sabemos que tiene sus defectillos, anda siempre metido en líos de polleras, con Juno, con Minerva y a veces se cruza de mitología y a espaldas de Zeus la seduce a Atenea.
   En el caso de Yahvé, la divinidad nos prometió a la descendencia de Abraham y dijo ser el Dios que sigue siendo.
   Su principal preocupación era y es, demostrarnos que existe una continuidad en la actividad divina desde la época de los patriarcas a los acontecimientos registrados en el Éxodo.
   En el versículo 17 hay una reafirmación de la promesa hecha a Abraham.
   Es bueno recordarle sus promesas a los dioses, ahora, que las cosas se están poniendo bravas ¿no les parece?
Ada Inés lerner







                                     




                                               
                                              
                                                         

En mi voz Zombies

Resultado de imagen para zombies reales
tomado de Google



                                                             Zombis

—Así, algo así, adviene con los zombis —señaló el antropólogo Ernesto Sabes—, criaturas de origen vudú, ajenas al lenguaje y el deseo. Esto fue producto de una situación ajena a sus deseos pero necesaria para enfrentar a su enemigo. Atrincherarse bajo tierra para emerger desde ahí y poner en fuga a los invasores. Claro que ya no volvieron a ser los mismos.
   El público, la mayoría estudiantes blancos, algunos indiferentes, otros horrorizados, permanecían en silencio durante la hora que duró la conferencia.
   —Ahora son indiferentes y harapientos —continuó el científico—, víctimas de pócimas o de magia, los zombis son una multitud sin liderazgo. Y transitan sordos y ciegos a lo que no sea su hambre de carne humana…
   Un murmullo se levantó desde el público hasta convertirse en un grito de horror, dos seres como los descriptos por el antropólogo se dirigían hacia él con un gemido repugnante.
   La sola presencia de los sujetos en el escenario hizo huir a un público delirante, sin que nadie volviera la vista atrás.
   El antropólogo tendió sendos billetes a los dos actores, y éstos se alejaron por la puerta trasera del salón, mientras el disertante levantaba vuelo con sus alas transparentes y salió por una claraboya en el techo.

Ada Inés Lerner

viernes, 3 de noviembre de 2017

BIFICCIONES: Turismo – Ada Inés Lerner & Luciano Doti





 Turismo –

 Ada Inés Lerner & Luciano Doti



Muchos años después, abordé la nave que me llevaría como turista a Marte. La Tierra y sus conflictos bélicos me habían saturado y ya no sabía cómo se podía arreglar estos zafarranchos
armados por los poderes económicos de turno, que además siempre son los mismos.


Los paisajes celestiales fueron maravillosos aunque
empalidecidos por los comentarios sobre el Sol y sus cambios de polaridad y la
basura que los terrícolas veníamos enviando desde hacía décadas, la cual ya
había empezado a contaminar al planeta rojo. Y no era sólo basura lo que
exportábamos, también el fenómeno conocido como globalización había llegado
allí. La colonia marciana se parecía cada vez más a una ciudad terrícola.
Acepté con resignación que los humanos reproducíamos nuestro
comportamiento en cualquier lugar que nos tocaba habitar y me fui a comer una
hamburguesa en la primera sucursal de McDonald’s en Marte.

jueves, 19 de octubre de 2017

Publicado por Luciano Doti - Diario NCO -

Pesadilla
Diario NCO

Esa noche, Elena oyó a la pequeña Rosita que llamaba con un gemido ronco, un grito de llamada desesperada a la madre. La niña se había dormido después de recordar a Miau, y se despertó abrazada por Elena que la calmaba y arrullaba para alejar de la niña la zozobra de la pesadilla. Otra vez el silencio hasta que la niña con un gemido ronco los sacudió.
Por Ada Inés Lerner
Rosita lloraba desconsolada. Sacudía  las piernas, y una negativa total, un rechazo con las dos manos y todo el cuerpo a  la voz del padre, y José intentaba consolarla sin comprender por qué lo rechazaba con sonidos confusos y gritos de animal que se ahogaba.
Si el llanto se convirtiera en reproche entonces ellos podrían aclararlo, pero mientras la niña callara, todo estaba perdido.
José, sin hablarlo con Elena ni con la niña, apareció una tarde y depositó en el piso una cajita negra de donde partió un débil maullido.
Ante la mirada atónita de sus padres, Rosita se transformó en un lobezno que golpeó la cesta con fuerza contra el muro, con aullidos sin llanto y los ojos enrojecidos, hasta caer desmayada.

La autora: La autora: Ada Inés Lerner reside en la zona oeste del Gran Buenos Aires. Ha publicado cuentos, microficciones y poemas en varias antologías de papel y medios digitales. Obtuvo premios y menciones.
Microficción seleccionada por Luciano Doti (Lomas del Mirador). Twitter: @Luciano_Doti

EL NARRATORIO: ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL NRO. 20

EL NARRATORIO: ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL NRO. 20:                                             Disponible para su descarga en: MEDIAFIRE Leer On line en  ISSUU: ...

lunes, 16 de octubre de 2017

El Viento Zonda Publicado en El Narratorio Octubre 2017



                                       El viento Zonda
                                                                                   
Una tarde de viento oeste, una tarde que paseaba por los senderos de Parque Leloir escuché que alguien comentaba que Ernestina Godoy y Rufino Pocoví se escondían en los jardines de la Clínica del Parque para intercambiar palabras y caricias que les traía la brisa.
            Y dijeron que Rufino Pocoví – después de muchos inviernos viviendo allí, tantos que ya nadie recordaba por qué había ingresado –  logró que el Doctor Mayor le confiara su jardín, con las flores de estación y de las otras y los paraísos y eucaliptos y acacias y pinos negros, blancos, y muchos otros y que Rufino Pocoví le explicó a su mujer que los pinos tienen siempre verdes las hojas y le regaló varias piñas, fruto de sus árboles amados.
Dijeron que Ernestina vivió con su mamá hasta llegar a una edad mediana y que Ernestina era una mujer buena moza que un buen día intentó explicar a quien quisiera oírla una alocada idea (opinaron los médicos, que de eso saben mucho).  Pues bien,  Ernestina afirmaba  que alguien quería prohibir el viento, el viento aquél de su zonda natal, y que querían prohibirlo sólo porque el dulce viento solía escribir en las piedras pensamientos duros y pertinaces mientras soplaba ardiente en los campos de su sanjuan natal.
Y me contaron que por algún raro designio de la ciencia Godoy Ernestina se encontró un buen día internada en una clínica de los buenosaires; fue allí que le contó al bueno de Rufino Pocoví su loca idea e inmediatamente Rufino Pocoví le contestó que al viento hay que respetarlo, porque algunos le dicen viejo, pero viejo y todo, Ernestina, mire como sopla ese viento suyo.
Luego, no sé cuándo, Rufino Pocoví le contó a Ernestina Godoy, recomendándole eso sí, que no lo repitiera jamás, (porque eso de “jamás” es una forma de decir que tienen los doctores), que él, Rufino Pocoví, estaba seguro que Ernestina tenía razón:
       -  el viento zonda forja las dunas de nuestro cuerpo como en un espejo caliente, con un lápiz perfumado - y modela en las sábanas blancas las formas del deseo - agregó Rufino Pocoví
         Aquí debo reconocer que me dijeron que Ernestina se ruborizó un poco, ella que era una señorita pero reconoció entre suspiros secretos que era así nomás, que el viento arrastra las miradas, las abraza y con los quejidos enciende la ternura entre danzas y que algo crece y decrece en la piel.
             Una tarde en que las gotas de humedad muerden y la ñata contra el vidrio estimula las confesiones, Ernestina le contó a María Veydile (la enfermera del segundo piso) que alguien quería prohibir el viento y le confió sobre Rufino Pocoví;   Mary (que es sólo la enfermera del segundo piso), se escandalizó y le aconsejó que se mantuviera apartada del viento porque es peligroso y está prohibido, que no es bueno para ella.
            Ernestina lo pensó y lo pensó pero decidió seguir los vericuetos del viento y lo vio quebrar las fronteras de las rejas del jardín y se imaginó que debía recorrer mapas ignotos y viajar para siempre como aquel río que dicen que se aleja y no vuelve.
            Enterado el Doctor Mayor, que era un buen hombre a pesar de toda su ciencia, quiso prohibir el viento. Fue entonces que Ernestina Godoy y Rufino Pocoví tuvieron que esconderse entre los vericuetos del jardín (que tan bien conocía el jardinero) pero no sería justo reconocer que desobedecieron del todo al Doctor Mayor ni a la enfermera del segundo piso y solían encontrarse atravesando las sombras quiero decir, andaban por ahí sueltos y se escondían  cuando alguien paseaba por los jardines y sus veredas.
             En la realidad Ernestina y Rufino gozaban viendo cómo los vecinos de una quinta lindante con el oeste (donde nace el viento zonda), hacían su labor bienaventurada, porque no hay tarea tan bendita como la de hacer germinar la tierra pensaban Ernestina y Rufino, y los granjeros además del trabajo de la casa cuidaban los gansos, los perros y  las gallinas y a una torcacita que se refugió bajo un alero y se quedó para siempre y no faltaba día que los tres, Ernestina Godoy, Rufino Pocoví y la torcacita reían de buena gana.
         No se si es importante aclarar que Ernestina era de buena familia – de los Godoy y Godoy como dicen en el barrio -, a la señorita se le notan los modales y el porte distinguido, (dijo la moza del comedor) aunque por estos tiempos Ernestina vaya vestida con ropas gastadas y una mantilla tejida al crochet (color amarillo patito) que le cubre los hombros, y por esa mirada altiva de sus ojos empapados de celestes estrellas y orgullosas primaveras.
            Sí, hay algo entre Ernestina Godoy y Rufino Pocoví dicen las coníferas celosas...     
            Una tarde impecable, a Rufino Pocoví le pareció escuchar que los doctores hablaban de que alguien quería prohibir el viento, dijeron que es peligroso cuando atraviesa las sombras y Rufino Pocoví (recordó que alguna vez, en sus mocedades, había sido músico) y quizás pensó que el viento se desliza como un milagro entre las notas blancas de su verdulera correntina; y también que la música puede parir y crecer como los amores locos. Y creo que también pensó que antes de semejante despropósito casi toda la música nacía del viento; aún en más en la verdulera, aunque los doctores, con toda su ciencia, lo ignoren.
            Y fue para entonces, me parece,  que Rufino Pocoví le contó a Ernestina Godoy que en algún tiempo él, Rufino Pocoví, para pensarse  músico se enganchó en una chacarerata  (antigua de verdad), y después se fue a Europa junto a una chica que también andaba en eso de la canción, aunque él ya había olvidado como se llamaba.
             Y también fue por ese tiempo que un martes de visita llegó la mamá de Ernestina;  fue llegando como si se llevara por los cabellos,  de revoloteo, como gallina ponedora que sólo puede levantar vuelo corto, por el peso de los huevos, digo; se le notaba el alboroto gallináceo en el dilatarse de los ojos y en el movimiento de las manos contrahechas y económicas que a Ernestina le hacían acordar cómo andan a los picotazos los pollitos.  El Doctor Mayor llegó después y entró por el caminito rodeado de nomeolvides, subió el escalón de la entrada, siempre seguido por María Veydile (la enfermera del segundo piso).
           - Comprenda, doctor, - decía la mamá de Ernestina - que han corrido rumores -;  la mamá decía eso, pero en realidad todos sabían que la cuentera había sido Mary que esperaba que las visitas llegaran para largar la lengua y forrar los bolsillos. Sólo Ernestina no le dio importancia porque para mi mamá los chismes siempre fueron una preocupación placentera, dijo.
     -  Yo no me fijo, cada cual hace su vida como quiere – decía la señora -  pero mi hija es señorita y tratándose de una discapacitada, usted me entiende, Doctor - y permaneció de pie, con una sonrisa cómplice, las manos escondidas, como si tuvieran vergüenzas entrelazadas en su espalda.
             Al Doctor Mayor, que no por nada era el director se le dibujó una mueca que solía llevar escondida y aunque no se le nota, Ernestina le conocía muy bien.
           - Me gustaría conversar con usted en privado - y esperó para que sus palabras crearan el suspenso necesario -  permítame  invitarla a mi despacho.
          Ahora si a la mamá se le instaló otro gesto que seguro todavía no conseguía encontrar, lo siguió.  Cuando la mamá salió de la entrevista se le había derrumbado la con cara y todo; claro que Ernestina nunca la había visto así: su mamá tan charlatana que no paraba de hablar esa tarde estaba silenciosa como un poste.
            Creo que fue a partir de esa tarde que el Doctor Mayor le encargó a Lady Godiva (que era la psicóloga rubia) que se reuniera con Ernestina Godoy y Rufino Pocoví y Lady Godiva les dijo que era bueno que los dos se sentaran en la playera, en el parque,  para charlar y charlar. Por supuesto María Veydile (la del segundo piso) contó que, los novios, en seguida se abrazaron y se besaron...  y luego él con una mano... pero que parecía que a Ernestina le daba vergüenza (eso creía Mary) pero que Ernestina no parecía hacer nada por safarse.

               Quizás la mamá de Ernestina no entendió  que las piedras estaban escritas por los vientos, incluso el Zonda, desde mucho tiempo antes. Y creo que fue entonces que Ernestina Godoy y Rufino Pocoví pudieron adivinar que el sonido nacería de la verdulera y crecería entre amores locos y que a nadie más se le ocurriría prohibir el viento.  

sábado, 23 de septiembre de 2017

Medio siglo: De Soros y Piguy - Ada Inés Lerner

De Soros y Piguy -


Ya inmersos en una infinita noche puedo ver claramente a través de un poderoso ojo de buey el planeta Soros. Debido a la tecnología de Ya inmersos en una infinita noche puedo ver claramente a través de un poderoso ojo de buey el planeta Soros. Debido a la tecnología de avanzada que despliegan los sorenses, el viaje por el espacio fue placentero. Los sorenses tienen la estructura molecular de un androide. Al entrar en su galaxia me deslumbran una multitud de estrellas rojas y doradas que luego desaparecen cuando cruzan a intervalos regulares cuatro soles en un cielo muy claro casi transparente. Alcanzo a percibir que temen problemas con el asorizaje.
Lo primero que identifico es la vegetación profusa en forma de pirámides invertidas de diferentes tamaños. Los sorenses viven en ellas. No sólo son pintorescas sino cálidas y confortables, ubicadas en pequeñas parcelas de tamaño regular y con diagonales amplias que cruzan el planeta sin solución de continuidad. Desde el espacio semejan un damero gracioso y de prolijo diseño.
La nave envía señales lumínicas y desde alguna base responden. Ahora sí llegamos. La vegetación se confunde con el paisaje urbano dándole un extraño aspecto geométrico. Me alojan en la vivienda del zepel Jon, algo alejada del conglomerado popular como corresponde a un funcionario de su categoría. No me es difícil comunicarme con él, dado el lenguaje de sonidos corporales muy agradables y persua-sivos que facilita el entendimiento.
El zepel Jon resulta un anfitrión refinado y amistoso. Parece vivir solo, no me resulta extraño teniendo en cuenta los viajes prolongados a que lo obliga su profesión. Durante mi estancia se entrevis-ta varias veces a solas con un joven pero no puedo afirmar que haya sido sólo visitas de trabajo. De hecho, durante el transcurso de las mismas, Jon cuida que yo no esté presente.
Jon me invita a conocer Piguy, el planeta vecino.
-Los piguyens son androides -me aclara- son de inteligencia mediocre y alcanzan la altura del vuelo intelectual de un gallo. Pero siempre son seguros. Resulta cómodo tratar con ellos aunque resultan pedantes. -¡Soy un piguyen!, dicen- Jon se ríe. Está bromeando, aunque se muestra algo impiadoso.
Parece ser que por razones políticas que me son desconocidas todavía, los piguyens son influyentes en estas galaxias. Como un aporte al estudio del comportamiento social de estas etnias prácticamente desconocidas debo decir que he sido mejor recibido que por mis futuros suegros en mi primer visita. No les gustan los judíos. Me refiero a mis padres políticos. Los piguyens, por ejemplo, no profesan ninguna religión conocida o desconocida para mí. ¿Será por eso que son aplomados, impertérritos?
Los piguyens viven todos juntos en las habitaciones que les sirven de refugio sin vínculos parentales que los condicionen. Sólo le dan importancia a las organizaciones políticas. En cambio, los soren-ses habitan en comunidades sin organización nuclear.
En el viaje de regreso Jon me explica que a medida que un piguyen va llegando a una edad adul-ta tiene además responsabilidades consigo mismo y la comunidad. Mientras Jon cumple con las tareas que lo han llevado a Piguy, el zeltofen Lipsis, un piguyen demasiado amable, me sugiere que perma-nezca en su casa no me agrada demasiado pero no puedo arriesgar una negativa. Luego partiremos hacia Soros.
La apariencia física de sorenses y piguyens no es similar a la nuestra. Sus ojos, al costado de la cabeza en forma de pez, no tienen pestañas y su cuerpo está recubierto de una (en apariencia débil) co-raza, que los protege de sus enemigos y de los cambios climáticos de la atmósfera que recorren en los viajes interplanetarios. No tienen pelos, en realidad no los necesitan. Se deslizan sobre luces pequeñas que genera la energía propia de cada ser, lo que les da un andar suave, ligero y elegante, como una me-dusa en el agua. No he visto enfermos. No les ocupa la vejez ni la muerte. Para tranquilidad de mi men-talidad terrestre supongo que en algún momento deben morir. Es un tema sobre el que prefiero callar.
Al parecer se dedican seguido a las relaciones amorosas aunque no he visto parejas.
El sistema político en los dos planetas parece regido por normas no registradas gráficamente, que todos respetan. Su economía tiene principios tribales.
Los sorenses me aprecian. Recibo numerosas muestras de afecto (a veces es demasiado, creo que lo confunden con el sexo). Por ejemplo: hoy me llevaron a una de sus ceremonias gastronómicas en casa de Mos. Me alimentan; es curioso, pero desde que inicié esta visita, no he sentido hambre.
Los sorenses son hermafroditas. Supongo que los piguyens también. Pero no me animo a preguntar. En la reunión escucho a Mos invitar a copular a un joven como parte natural de la tertulia. Se niega y Mos lo amenaza y golpea. El resto de los invitados no interviene. Mos, con el rostro descompuesto por la ira me arrincona con las mismas intenciones.
Me niego aduciendo un fuerte dolor de cabeza.
Noto signos de haberlo ofendido, se muestra muy molesto pero soy extranjero y se contiene. Reconozco que aún conservo mis prejuicios, mamados en la más tierna infancia. Además, con mucha vergüenza debo confesar que no puedo evitar la repulsión al verlos desovar después de cada coito.
Un par de días después me entero que el joven apareció descabezado. Debe hacer un par de se-manas que estoy en Soros; me ha bastado para comprobar que los sorenses son fanáticos del pensa-miento filosófico y el amor libre; entre otras cosas, practican juegos de esgrima; se reúnen para disfrutar del alba y el crepúsculo de cada uno de sus soles. Se trabaja con la educación de las larvas ovíparas.
Los sorenses intentan integrarme a toda costa. Mos y otros están insistiendo con sus muestras de acercamiento erótico, temo por mi vida.
He decidido abordar la primera nave que regrese a la Tierra.
Soldado que huye sirve para otra guerra.


...

BIFICCIONES: Raza peligrosa – Ada Inés Lerner & Luciano Doti



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Raza peligrosa 



– Ada Inés Lerner & Luciano Doti:



   Una numerosa y pacífica raza de extraterrestres se ha
mezclado entre nosotros. Algunos han tenido que emigrar a otros puntos del
planeta más tolerantes con su color de piel o sus rituales religiosos. Por eso
varios viven en mi barrio. 
Su programación es muy rudimentaria: parecen venir
especialmente a reproducirse y por eso andan detrás de cada humano que pasa.
Nos hemos visto obligados a proteger a nuestros ejemplares con cinturones de castidad.   Esto no los arredró porque poseen un probóscide flexible y finito. 
A menudo tuvieron que apañárselas lo mejor que pudieron con situaciones bastante peligrosas. Hembras humanas han reaccionado violentamente cuando al pasar frente a los extraterrestres recibieron miradas lascivas. 
  Todo eso ha hecho que seamos considerados “raza peligrosa” y que el operativo de mestizaje interplanetario esté condenado al fracaso; salvo que aparezca una humana despechada y decida aparearse con cualquier espécimen que se cruce en su camino.

viernes, 15 de septiembre de 2017

El rollo que vuela - publicado en Elnarratorio.blogspot.com

 el rollo que vuela                                                           
                                                    
















 De nuevo alcé mis ojos y miré,
                                                      y he aquí un rollo que volaba.
                                                        Y me dijo: ¿Qué ves?
                                                                                                                              Y respondí:
                                               Veo un rollo que vuela, de veinte codos de largo,
                                                                              y diez codos de ancho.
                                                                 Cap.5 – Zacarías – Antiguo Testamento                                                                 

       —Madre Dolores, que en paz descanse… necesito de usted
       —Me sentiré muy honrada, hijo ¿que ocurre?
   —Nada grave, pero he tenido un sueño muy extraño, con cierto misticismo y pienso que usted puede ayudarme a interpretarlo…  —Vea madre, soñé que galopábamos, Zacarías y yo. Ya entrada la noche íbamos al norte,  estábamos apenados, en silencio con esas tristezas de las que los hombres no hablan, ¿vio? Al girar los caballos al este, y a lo lejos, vimos algo que volaba.
      —¿Qué ves, patrón? —me preguntó Zacarías.
      —Veo un rollo que vuela —le contesté yo —Los caballos, asustados, ocuparon toda nuestra atención, no era cosa de quedarnos de a pie. Dominadas las bestias, sin consultarnos siquiera los dos seguimos el mismo rumbo: para las casas.  Íbamos llegando cuando un espectáculo infernal se ofreció a nuestros ojos. Mudos,  asombrados, vimos que era una nave espacial, un ovni que le dicen, bien definida por luces propias; se había adelantado a nosotros. Hombres, mujeres y animales parecían enloquecidos, corriendo de un lado a otro, como  perseguidos por ánimas malditas.
Madre Dolores se persignó.
   Pedro conducía atento al camino como si ahí, en el sendero que marcaba el asfalto gris, estuvieran escritos sus sueños.
  —Los animales de la granja yacían muertos por todas partes Madre, destrozados a dentelladas por los perros.
  —¡Pedro! ésa es una cita del Antiguo Testamento, estoy segura, no recuerdo a qué libro, ni el versículo, pero puedo encontrarlo.
    —¿Vio? a mí me parecía... Los chicos saltaban en un extraño baile de muertos. Todos parecían contagiados del furor que había prendido en los irracionales. Como si Mandinga…
   Ante la mención del Maligno doña Dolores se persignó nuevamente y besó la cruz que llevaba en el pecho.
  —Como si Mandinga se hubiera enseñoreado del pueblo y hubiera querido herirlo con una plaga, la peor de todas: la locura.
  Habían llegado hasta el campo que fuera de sus padres y Pedro detuvo la camioneta, le abrió la puerta a Madre Dolores y la ayudó a bajar. Se sentaron en la sala.  Les sirvieron dos cafés y ya cómodamente instalados:
   —El ovni se acercó hasta que Zacarías y yo pudimos advertir que, efectivamente, se trataba de una nave espacial. Se apoyó en el suelo, se abrió la puerta que daba al este. Nos acercamos sin poder evitarlo, era más fuerte que nosotros. Pudimos ver un salón circular con tres puertas iguales. La disposición, tan exacta  y simétrica, me recordó a un laberinto que recorrí en Cruz del Eje.  Me sentía frente a un desafío del destino: los extraños me daban a elegir entre las tres salidas como si fueran tres dilemas, tres disyuntivas y yo debía optar por una. Los tripulantes nos observaban en silencio, sentados alrededor de una  mesa redonda. Los vi,  Madre Dolores, como la veo a usted ahora...  Entonces uno me dijo: Esta es la maldición que sale sobre la faz de toda la tierra; porque todo aquel que hurta (como está de un lado del rollo) será destruido; y todo aquel que jura falsamente (como está del otro lado del rollo) será destruido y dice Jehová de los ejércitos, y vendrá a la casa del ladrón, y a la casa del que jura falsamente en mi nombre; y permanecerá en medio de su casa y la consumirá, con sus maderas y sus piedras... Y salió aquel ángel que hablaba conmigo, y me dijo: Alza ahora tus ojos, y mira qué es esto que sale y  dije:
   —¿Qué es?
   Y él dijo:
   —Este es un día en todo que sale. Además dijo: Esta es la iniquidad de ellos en toda la tierra.
   Y he aquí, levantaron la tapa de plomo, y un calendario estaba grabado allí y él dijo:    
   —Esta es la Maldad; y la echó dentro y echó masa de plomo en la boca del día 11 del 11 de 2001
    Alcé luego mis ojos, y miré, y dos mujeres que salían y traían viento en sus alas, y tenían alas como de cigüeña, y alzaron el vuelo entre la tierra y los cielos.
   Madre Dolores tenía la mano acalambrada de persignarse. Pedro,  sentado a su lado, gesticulaba, contra su costumbre, como si estuviera muy exaltado:
   —Y así, sin hablarnos, sentí que comprendieron que los habíamos entendido; pensé seguro fue nuestro Señor que nos ayudó con ese  Concejo...   Luego volvimos todos los del pueblo, cristianos, monturas y perros, Zacarías y yo,  cada uno a su tarea.

  

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Medio siglo: Ella - Ada Inés Lerner

Medio siglo: Ella - Ada Inés Lerner



Mi cuñada encabeza la procesión. En realidad, primero va el rabino orando. Él... Ella... Me conmueve este cementerio. El desamparo en que quedan los muertos; debe ser la falta de árboles y los nubarrones que enlutan el cielo y lo acercan, amenazantes, sobre nuestras cabezas apenas cubiertas, por una mantilla y el kipá. El rabino le rasgó el abrigo a ella y luego las condolencias. Yo amaba a mi hermano y lo he cuidado por más tiempo y con mayor dedicación. Y aquí está él. Todos se retiran... El rabí dice: por el camino del dolor se pasa una sola vez vez cuando se ha amado... Ella… no...

viernes, 1 de septiembre de 2017

Escritor invitado: Sergio Varela

Hay otros mundos y están en este — Sergio Varela



   
Aparté con delicadeza de cirujano, o acaso de ladrón descuidista, el ejemplar de El hacedor archivado sin urgencia en la biblioteca, entre otros volúmenes económicos de Borges y Bioy Casares, ofertados como suplementos semanales por un diario que nadie leería en la casa, ni siquiera con ánimo de refutación.
Lo resucité del sarcófago de celofán que lo aprisionaba intacto como una contraseña inviolable.
Después de saborear un bizcochuelo legendario en sus reverberantes perfumes alimonados, y un café con leche callejero no menos memorable, al pie del andén de la estación Ituzaingó, abrí más tarde sus páginas, ya vagamente sentado junto a las puertas de un moderno vagón chino del Ferrocarril Sarmiento.
Y los bastos arrabales suburbanos del Oeste transmutaron en espejos, tigres, laberintos, duelos a cuchillo donde el honor era una música de milonga, cosmogonías apócrifas, Shakespeare, Cervantes, Rosas, Quiroga, Perón y otros sueños.
Al llegar a Once, aquel antiguo escenario de una (otra) batalla perdida contra los ingleses, de aquella al menos la cronología me había concedido, acaso, la ausencia, comprobé que en ese momento yo también padecía de irrealidad, como tantos de ellos.

jueves, 31 de agosto de 2017

Bificción - Ada Inés Lerner y Ana María Caillet Bois

Resultado de imagen para el viejo que saltó por la ventana y se largó
foto tomada Google




                               



                                  Invisible




Cuando él estaba, mi marido, hablaba solo; era el hombre. Luego se fue yendo de viejo y seco nomás. A mí me empezó a ser difícil obtener las palabras de mi pecho, y de soplones ajados, de tanto silencio que habían guardado, desaparecieron. También volaron los recuerdos y la memoria quedó maltrecha y vacía, lo mismo que los hijos, que dejaron de venir. Los adornos antiguos desaparecieron o se fueron rompiendo. Y hasta yo me fuí borrando, como un dibujo ajado por el tiempo y el abandono.

Nadie se percató, porque los viejos se van perdiendo o quedan en un rincón, invisibles; así quedé yo, sorda e inaudible. De vez en cuando sentía cosas, el viento que me rozaba,el calor del sol que calentaba mis frágiles huesos, la lluvia que me mojaba, pero solía pensar que soñaba. Si estaba adentro de la casa no me podía rozar el viento, ni calentar el sol ni mojar la lluvia.

La vivienda, y todo el parque que la rodeaba, se volvieron invisibles, como yo; desapareció el cerco de entrada, ese que estaba rodeado de plantas para no ver el afuera, y los rosales que yo misma había plantado para dar un toque de color a aquella casa, siempre tan oscura como si nadie hubiera vivido en ella, se desdibujaron.


Ada Inés Lerner y Ana María Caillet Bois

miércoles, 23 de agosto de 2017

BIFICCIONES: Mucho cariño - Ada Inés Lerner & Carlos Enrique Sa...

BIFICCIONES: Mucho cariño - 
Ada Inés Lerner & Carlos Enrique Saldivar...
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Un empresario de Titán firmó hoy un contrato con nuestros gobiernos para estudiar la instalación, en el futuro, de una industria de pequeños robots cariñosos.
El Ministro del área afirmó que este tipo de máquinas hacen sonreír a la gente
y esto es bueno para la salud pública. La Directora de RRHH dijo que el «Noni»
saldrá a la venta en febrero en Titán. «Noni» brinda cariñitos suaves con las
manos y emite susurros y otros ruidos. El producto resulta un éxito en todos
los mundos, sobre todo en la Tierra. Los Nonis se venden por millones. Casi
todos los hogares del sistema tienen, al menos, un Noni. Surgen ciertas
complicaciones: los nonis son excesivamente cariñosos, los individuos abusan de
aquello hasta límites perversos, argumentan ser correspondidos por los robots.
Hace unos meses se autorizaron los matrimonios entre humanos y nonis. Hoy se
apreciará el nacimiento del primer bio-noni.