EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Cuentos del Can Cerbero

Luciano Doti
Rolando José Di Lorenzo
Ada Inés Lerner
Avistaje


—Mirá allá, en el cielo. ¿Es un avión? —Él miró hacia donde indicaba el 
dedo de ella, y respondió, dubitativo: 
—Debe ser… ¿Qué otra cosa si no? 
—Y hay tanta gente que habla de que ve ovnis… Yo siempre miró al cielo 
para ver si anda alguno —dijo ella 
Él siguió mirando el objeto que titilaba en el firmamento, rodeado de 
estrellas; la verdad es que parecía suspendido en el aire, o volaba tan 
alto que su movimiento era imperceptible. No, no era un avión, sin alas, 
sin alerón. 
—Entremos, refrescó —dijo él. Para no alarmarla, no mencionó que el 
objeto estaba bajando muy rápido y en línea recta. 
Ella prendió el televisor y se fue a la cocina. 
—Noticia Urgente: en el Observatorio han avistado un ovni que se dirige 
hacia… —Él cambió de canal y puso una película. 
—¿Hoy no querés ver el noticiero? —se asombró ella 
—No; están hablando de los partidos de ayer.  
El objeto seguía bajando, pero lo hacía en dirección al techo de la casa. Él, inquieto, se asomó al patio y lo vio más grande y luminoso, de varios colores. Volvió a entrar 
—Estás inquieto, molesto, ¿qué te pasa? —aportó ella, preocupada. 
—No sé, me gustaría salir, ya; me dio hambre. ¿No te gustaría ir a un 
buen restaurante? 
—Pero me tendría que cambiar… además es temprano… 
El estallido fue brutal. Cuando el polvo se asentó, ella dijo: —Y menos 
ahora, con toda esta tierra.



lunes, 21 de diciembre de 2015

Medio Siglo Cuentos


"No hay hechos, 
hay interpretaciones"                            Referentes
F.Nietsche

Era domingo por la mañana.

—No perdamos la perspectiva, estamos aquí, en Némesis y nosotros, nuestro futuro 
es lo único importante. —Era inusual en mí ese tono y él se sorprendió.
—Clara, mi amor, es mi trabajo… es mi planeta el que está en peligro.
—Tu planeta, “damm”, los humanos lo han convertido en un infierno, la temperatura 
quema todo,  la foto de los niños que llevaste la última vez se inflamó y ardió. Los humanos 
son los responsables,   tenés una familia aquí, ¿para qué volver?
—Porque debo ayudar a mi gente. Te amo, Clarita, amo a los niños… tampoco 
Némesis es seguro. —Subimos al auto.
En cierta forma tenía razón: un asteroide del tamaño de un portaaviones pasó el martes cerca 
de nuestro pequeño planeta, en el encuentro más cercano de una roca espacial de tal tamaño 
en más de tres décadas.
Los científicos no habían descartado cualquier posibilidad de una colisión y lo siguieron con sus 
telescopios para aprender más sobre el objeto conocido.
Él había sido llamado con urgencia desde la NASA.
Estábamos en la pequeña estación de servicio camino al laboratorio especial de Némesis. 
Como tantas veces años atrás. No sabía cómo impedir que se fuera.
Éramos tan diferentes que resultaba difícil encontrar puntos de encuentro, aún cuando nos 
amábamos mucho y disfrutábamos de nuestros juegos amorosos, para él era increíblemente 
erótico jugar con mis seis extremidades, y para mí su cuerpo velludo era una caricia sublime; 
aún queriéndonos mucho, él era terráqueo y yo nemésina o ET como solía decir.
Me llevaba en su nave desde nuestro hogar en la playa donde desde hacía varios años toda la 
familia pasaba los fines de semana, feriados largos y vacaciones que le concedían en la 
NASA, hasta la estación de micros para que luego yo me fuera a dejar a los niños a la escuela
 y a trabajar hasta que regresara quién sabe cuándo…
Sabíamos que por mucho tiempo ése era nuestro último domingo. Los científicos de la 
Red del Espacio Profundo lo llamaron porque él debería abordar una nave rumbo a la ciudad 
satelital.
Ese momento yo ya lo había vivido antes. ¿Cuándo? Con mi padre, con mi esposo y con él, 
el terráqueo, todos los años, y en todos los encuentros y sin embargo, eso que a mucha 
gente les da seguridad y fuerza para enfrentar el resto de su vida, a mí me dejaba indefensa 
como si estuviera ante un fracaso sentimental.
Enorme alegría esperándolo cada vez y más grande la tristeza cuando, por alguna emergencia,
 me dejaba para volver a la estación espacial... o a su planeta maldito.
Una vez le escribí con desesperación: No te quiero más, y el papel se mojó con mis lágrimas…
Hacía muchos años yo había sido astronauta y volví a sentir el mismo abandono. Huérfana 
de padre, que falleció en un enfrentamiento espacial, viuda de mi primer esposo, que viajaba 
por el espacio en largas guardias de seguridad de nuestro planeta e investigador de la Red y
 ahora él, sentí que en poco tiempo había perdido para siempre los referentes más fuertes.
En cierta medida los hombres más importantes de mi vida...
Él ya se había ido cuando noté movimiento en el edificio de la estación cercana a la ruta.
 Un Vigilante Espacial, V.E., de los que respiran argón, bien pertrechado, entrevió un bulto
 informe  en la ochava bajo un balcón que desprotegía su cuerpo sucio, plagado de garrapatas, invadido de sarna. La senilidad y el abandono le habían destruido el habla pero percibía 
algunos sonidos.
Quizá era uno de los últimos que habían ingresado en un viaje irregular. Su destino: un hospicio.
 Su pasado: abandonó y  fue abandonado.
El terrícola viejo, fracasado —nos decimos los nemésicos—, es temido o 
despreciado por sus semejantes hasta que la vida ya no es vida sino una iniquidad que se 
arrastra o quizá postrado en estado cataléptico: el cuerpo ya no tiene sensaciones, queda
 inmóvil, en una postura indefinida.
Finalmente se había convertido en una bestia ilegítima para su sociedad pero no para 
nosotros, el V.E. lo fundió en una sola mirada y afrontó la llamada telepática desde la morgue 
que le reclamaba una respuesta.
El V.E. no lamentó perder un rato de esa mañana diáfana de domingo (seguramente sería 
recompensado) sólo esperó pacientemente hasta que su presa fue abducida y se perdió en 
las rondas en busca de otro recuerdo.
“No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante”
Quizá no debí expresarme así: palabra errada y bola suelta no tienen vuelta.
Era domingo por la mañana. Otro pequeño asteroide pasó el sábado cerca de Némesis. 
Esta peligrosa situación se estaba repitiendo con demasiada frecuencia.                                                                                                                                                          Ada Inés Lerner

Hoy: Juan José Arreola

El encuentro
Dos puntos que se atraen, no tienen por qué elegir forzosamente la recta. Claro que es el procedimiento más corto. Pero hay quienes prefieren el infinito.
Las gentes caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura. Cuando mucho, 
avanzan en zigzag. Pero una vez en la meta corrigen la desviación y se acoplan. 
Tan brusco amor es un choque, y los que así se afrontaron son devueltos al punto 
de partida por un efecto de culata. Demasiados proyectiles, su camino al revés 
los incrusta de nuevo, repasando el cañón, en un cartucho sin pólvora. 
De vez en cuando, una pareja se aparta de esta regla invariable. Su propósito es 
francamente lineal, y no carece de rectitud. Misteriosamente, optan por el laberinto. 
No pueden vivir separados. Esta es su única certeza, y van a perderla buscándose. 
Cuando uno de ellos comete un error y provoca un encuentro, el otro finge no 
darse cuenta y pasa sin saludar.

Juan José Arreola, Por favor, sea breve. Antología de relatos hiperbreves. Páginas de Espuma, 2001.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Yo soy la escritura

La conciencia colectiva

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Ada Inés Lerner, 
Marcelo Sosa  
Rolando José Di Lorenzo.

Los buenos hombres de ese pueblo, de repente, en su edad madura, 

sintieron que surgía una inalcanzable fuente de deseo que renunciaba 
a extinguirse. Una mujer, una bailarina de caño, danzaba a toda hora 
en el cielo de sus mentes, desde su memoria y formación escarnecían 
y condenaban a la concupiscencia que abre las puertas del infierno y 
les ocasionaba una gran perplejidad.
La voz de la razón es un murmullo casi inaudible que apenas se abre 

paso por ese sopor que invade sus mentes, sus reflejos y que se mezcla 
con la culpa que entreveró sus lenguas y las palabras. 
Los vecinos vieron que en la vidriera del pequeño negocio del rabino, 
relojería y confección de llaves, apareció un monigote horrible, un 
hombrecito hecho de barro, con un pedacito de pergamino debajo 
de la lengua y que anunciaba que algún día habrá de despertarse 
y asolará las calles para desgracia de los infieles. 
El rabino se llamaba Isaías y era un sobreviviente de Bergen Belsen.
Había llegado al país en un barco sueco con ese monigote ganado 

en una partida de ajedrez durante el viaje en tercera categoría. 
Le habían dicho que la estatuilla tenía una maldición pero en aquel 
entonces con sus números marcados a fuego en su antebrazo, 
su mente y su espíritu era incapaz de sugestionarse. 
Presintió que alguna vez le haría falta y no estaba errado en eso. 
Llegar a ese pueblo no fue casualidad. No por nada perdió el tren 
que lo llevaría a Bariloche y terminó en medio de aquel desierto 
calcinante del noroeste argentino. 
Pero aquella maldición cayó sobre todos los hombres maduros del 
pueblo y los hacia arder de pasión por la imagen que ocupaba todas 
las mentes al mismo tiempo. La lucha de estos justos contra esa pasión arrasadora; cuando supieron que era general, se encarneció y 
transformó en una revolución de la conciencia colectiva. 
Toda la familia de estos condenados se unió en la lucha y lo siguieron 
luego los amigos y más tarde los personajes del pueblo, representantes 
de las fuerzas vivas. Todos juntos ahora buscando la solución. 
Solo el rabino estaba seguro que era el muñeco maldito el causante del desastre; la decisión de destruirlo era difícil de tomar, algo siniestro 
lo ataba a él. Muchas veces lo había intentado, pero ese pedazo de 
barro de alguna forma se las rebuscaba para seguir estando, al tiempo 
que les sacaba a todos su lengua de pergamino pecaminosa. 
Pasó el tiempo.  Todo se calmó cuando hasta el último de los varones 
quedó presuntamente libre de la imagen de la bailarina de caño, 
que danzaba eternamente ante sus ojos.




Relato a 4 manos


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   Amor pernicioso —                                                  
     Ada Inés Lerner, Diego Alejandro Majluff










Franco estaba decepcionado  con su último romance. Juliana no 
se sintió conmovida por las atenciones de su amante y una vez que 
creyó que se conocían lo suficiente y después de haber cedido su 
cuerpo entero a una pasión demoníaca, según su entender, se alejó de él 
para buscar otras experiencias.
   Franco, estaba realmente enamorado y sintió necesidad de 
perseguir a la mujer que lo había conmovido con malas artes. 
Le recomendaron una poción que lo conectaba a un totem y a través 
de ese brebaje y a pesar de su escepticismo penetró visiones en 
la mente de ella.
   Se lo vendió un nigromante. Consiguió entrar en los sueños de 
Juliana. En realidad buscaba que ella experimentara una súbita 
pesadilla que se repitiera tantas veces que, desesperada, regresara 
a buscarlo. Franco no reparó en gastos para lograrlo y hasta 
él mismo ingirió una pócima oscura y presenció rituales del vudú 
haitiano que lo convirtió en un ser malvado con tétricos impulsos de 
violencia  homosexual, heterosexual e incluso zoofilias.
   Ya su corazón había negado a Juliana tres veces cuando ésta volvió 
a buscarlo y él no la reconoció. Negó enfáticamente haberla amado 
y cuando ella le espetó con bronca que estaba embarazada de él, 
Franco se abalanzó con uñas como garras que la lastimaron tanto 
que quedó internada y con una amnesia postraumática que los médicos 
dudaban que pudiera superar. Incluso sospechaban que el feto 
había sido maltratado con tanto sadismo que ellos dudaban de 
permitir que continuara desarrollándose.
   Ya fuera de sí Franco siguió con sus rituales, su rostro mostraba una 
expresión infantil y al mismo tiempo su mirada era caótica. 
Se le prohibió visitar a Juliana porque le provocaba reacciones 
negativas en su salud, tales como sangrías, sarpullidos, fiebres 
de origen desconocido. Era un amor pernicioso.     



sábado, 19 de diciembre de 2015

Ficciones en mi voz

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Saturno y sus lunas

Ada Inés Lerner

                                            — Nunca debí volver —

Nunca debí volver. Fue una mala idea. Ayer pertenecía a la UAC Universal, fui doctorada en exo biología  en sus laboratorios científicos y en los viajes espaciales de investigación a Saturno y a Titán, la aclimatación y sus peripecias me han dejado en el alma y en el cuerpo algunas huellas.
    No previne que en mi pueblo y en el planeta todo, el éxodo había cambiado el paisaje, 
el humor de la gente, la vida en general; mi mejor amiga tiene una relación con un sistema 
operativo, lo ama, sí, ella lo ama y él a ella.
   La veo caminar por las calles o tomar un cortado mientras escucha sonriendo a su amado
por un microscópico auricular insertado en su oído izquierdo.
   Es algo raro, me parece, dice que está enamorada de él no sólo porque es rápido y
eficiente, sino porque es cálido y atento, está cerca siempre, en su teléfono inteligente, en
su casa, en el trabajo, en fin, ella lo corporiza con el aspecto de George Clooney y donde
más lo necesita.
   Dice que hace el amor más ardiente que su ex marido.
   —¿Cómo? —le pregunté
   —Un grupo de cirujanos especialistas en estética cyborg me implantó un puerto USB,
¡te imaginas dónde! —dijo entre risas —y Georgy tiene una prolongación ideal que no
necesita lubricante y me hace feliz.
   —¡Claro! —dije horrorizada
   —Su voz me acaricia con canciones mientras duermo y me mira arrobado, yo me acaricio
 y él aúlla como un lobo —y agregó —como un lobo feroz, dice que yo soy su Caperucita.
   Mientras, mi amiga suspiraba y me presentaba a su amigo en una laptop de cristal negro
sentí que ella, en su locura, estaba realmente enamorada.  
   Entiendo que ya es difícil enamorarse en esta época, en esta sociedad… es raro,
pero la veo tan feliz que temo llegar a mimetizarme en una relación de a tres.      
   Y no es el único caso porque donde estaba el lugar de la calesita de mi infancia instalaron
un gran salón con boxes privados con servicio de bar donde los concurrentes pueden
suplantar el silencio de sus vidas.  
   Muchos, demasiados locales han sido absorbidos y están tan al paso…
   En los suburbios más pobres, todavía no llegan, porque hay baldíos marcados por la
basura radioactiva que cae de los satélites artificiales. 
   Los cómplices de mi adolescencia se han ido ¡vaya una a saber adónde! y ni las paredes
de las casas han quedado en pie en el sitio en que yo había sido muy feliz: a pesar del
entrenamiento, resguardo los recuerdos de mi infancia de pueblo. 
   Las antiguas casas de la partera y la farmacia ya no están, Defensa Civil, casi inexistente,
alguien levantó un edificio profundo donde funciona un refugio y cada tanto una alarma
llama a los sobrevivientes, antes de entrar los examinan con el láser y luego les dan un
hogar de acero sin ventanas ni el calor del sol cada vez más lejano.      
   Ayer yo no conocía los resguardos y hoy sé que están obsoletos aunque imprescindibles
pero ¡tan cerca de mi escuela! donde todavía se enseña y se aprende,  para una que ya sabe
que por ahí no pasará el futuro y porque es difícil regresar donde las ilusiones ya no crecen
como la enamorada del muro.
    No, gracias al progreso y a la tecnología nada dura para siempre. Al pasar por esos
lugares eché de menos a alguien que en su momento estuvo a mi lado y hoy se fue
¡quién sabe adónde!  Quizás acompañando a otra, que ni siquiera puedo odiar.
   Por si fuera poco aunque él regrese y no me reconozca será porque él tampoco es
el mismo.
   Y es posible que lo peor de tal visita sea que pasé por el viejo y ruinoso bar, el único
que quedó mostrando la piel ajada de una necesidad humana del vicio y me reconozca
“el malo de la historia”  y me vuelva a decir con la misma  voz burlona.
—Hola Raquelita, pero si sos vos, vos, la novia de la juventud, tengo amores con una
muñeca. Ahora sos investigadora ¿Querés ver mi antigua farmacia?
Nunca debí volver     


jueves, 10 de diciembre de 2015

Medio siglo: Emigrantes – Ada Inés Lerner



Medio siglo: Emigrantes – Ada Inés Lerner: Medio siglo: Emigrantes – Ada Inés Lerner : Nos detenemos un segundo antes de entrar al fango de aldeas situadas frente al flanco violento ...

Escritor invitado: Sergio Varela


"Película de guerra"

Se zambulló en el beso con sed. Cada gota del dulce néctar de la saliva caliente de ella lo revivía. Ella profanó con fetichismo precoz aquella chaqueta azul luftwaffe del uniforme de gala de la Fuerza Aérea Argentina.MICR0FICCION VIERNES 11

La penumbra del cine los cobijaba en aquel cuerpo a cuerpo febril en el que él repetía un ritual de antiguos guerreros, quienes tras las batallas se desprendían de la muerte y recuperaban el alma en brazos de sacerdotisas del erotismo.
Era el 20 de junio de 1982, y él sabía que transcurrían sus últimos minutos de libertad hasta que culminara su servicio militar. Su frase en el discurso del brigadier sobre cómo “le hicimos la guerra al colonialismo inglés y su hermano putativo el imperialismo yanqui” había hecho las delicias de los tercermundistas pilotos peruanos de los MIG 23, pero poca gracia había causado entre los asesores israelíes que verificaban la eficacia de los Dagger, los aviones Mirage mejorados por el largo brazo tecnológico de Sión.

Los disimulados orgasmos en las butacas oficiaban de exorcismo para olvidar aquella otra jornada cinematográfica en el interior de la Base, cuando para “entretener a la tropa” habían proyectado Apocalipsis Now, con Marlon Brando clamando “¡The horror! ¡The horror!” en el más 
estremecedor drama bélico de la historia del cine.
Ni al más psicópata personaje de ese film se le hubiera ocurrido una idea así.
Como la de semejante guerra.
(*) El autor: Sergio Varela es un escritor argentino nacido en 1962, residente en Ituzaingó 
 Bs. As. Fue finalista del III Concurso de TwiteRelatos por la Identidad, del Concurso Internacional de Microrrelatos de Homenaje a Cortázar (España) y del Premio Alejandría 
de Cuento Breve 2011.
Microficción seleccionada por Luciano Doti (Lomas del Mirador). 
Twitter: @Luciano_Doti
Co

Minimalismos: Por escrito gallina una - Julio Cort...



Minimalismos: Por escrito gallina una - Julio Cort...: Minimalismos: Por escrito gallina una - Julio Cortázar : Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos...

Los cuentos del Can Cerbero



¿Adónde va mi sombra? Ana María Caillet Bois, Ada Inés Lerner, María Jesus Valenzuela

Hoy tengo unas ganas locas de caminar por el parque, de echarme sobre el pasto y mirar las nubes que con total libertad son llevadas por el viento. Hoy no quiero extrañar a nadie, 
ni recordar el pasado. El otoño cruje debajo de mis pies. Pero es inevitable, él viene y 
se posesiona de mi mente.
—¡Basta! —exclamo. Sigo mi marcha presurosa, como para ganarle a los 
pensamientos. El día declina. Me vuelvo para observar mi sombra delineada que camina 
adelante; la dejo pasar, ahora la sigo, escucho un murmullo; es ella que se acerca a mi oído; siento su aliento junto a mi cara, quiere que juguemos con otras sombras.
En un minuto se juntaron varias y comenzó el juego: uno, dos, tres, cuatro, cinco,
listo el que no se escondió se embromó, arroz con leche me quiero casar. La farolera
tropezó y… las risas de las sombras que volvieron a los juegos de sus dueños en la infancia,
cuando se escuchaban en todo el parque hoy ya no están.
Son otras risas, otros juegos, otros niños. Entonces busco mi sombra y veo que está lejos,
debilitada, pequeña. Ya no quiere jugar,  desaparece entre las hojas amarillas del sendero,
y él vuelve, con un abrazo se apodera de mi sombra. En silencio caminamos juntos,
es mágica la tarde a su lado, se escuchan los pájaros despidiendo el día.
El crepúsculo nos va uniendo cada vez más.
Ahora son nuestras sombras entrelazadas en caricias las que se unen en el horizonte.

Acerca de los autores:
Ana María Caillet Bois