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Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

jueves, 22 de marzo de 2018

De cuando Aurora aprendió a rezar -- En mi voz

                                                                                                                                                  
De cuando Aurora aprendió a rezar
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tomado de Google imágenes
Y fue así que el Tirifilo Gadea aprendió con su tata el oficio de cuidador del santuario.  Desde que se le legara dicho cargo, con prebendas y autoridad, el Tirifilo no ha descansado hasta dotar al santito de todo lo mejor.
En principio declaró su devoción a cuanto cristiano se le cruzara; también se hizo tatuar la imagen venerada en lugar bien visible. Ya debidamente identificado, buscó al mejor imaginario de la comarca. Lo encontró recluido por perpetua, pero eso no lo arredró. 
--No era custión de achicarse, ¿ha visto?
Y lo contrató.
El asunto es que el Tirifilo llevaba su mate al corral y mientras ordeñaba a la Aurora, en momentos de concentración especial, le pedía al santito por el artesano preso.  Promesando al santo logró la libertad del condenado.
Tanta devoción alejaba a las chinas de su rancho de corteza de urunday.  A las mujeres no les gusta la competencia en las sinrazones de la fe, como a los hombres en las razones del poder. 
Una mañana el Tirifilo escuchó el silbido de las almitas que, como todos los del oficio saben, es señal de peligro:  en efecto, la creciente amenazaba el rancho del susodicho y el santuario del protector.  Una vez más, el cuidador y el santo, debieron huir por la orillita del camino:  
--Hasta l’Aurora aprendió a rezar, pa’ no ser menos ¿ha visto?

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