El brujo y los demonios –
La fama del brujo había trascendido por toda la región, y
yo fui a su guarida acompañando a mi amigo Leandro, a quien le habían
aconsejado ir a verlo por un tema de amores contrariados. El viejo era de raza
negra, o al menos mulato; al parecer eso hacía más creíble que fuera poseedor
de un saber que, supuestamente, los blancos occidentales ignoramos. Mi amigo
hizo su consulta en primer lugar, y me convenció para que luego le siguiera yo.
El viejo me miró fijo, sin pestañear; tenía la vista como perdida; estaba, o
fingía estar, en trance.
—Debes luchar contra tus demonios interiores —dijo al
fin.
—¿Perdón? —No hizo ninguna aclaración, dando por hecho
que lo había escuchado bien.
—Si no luchas, ellos te dominarán. Y si lo haces solo,
sin la ayuda de un experto, no se irán tan fácilmente.
—¿Entonces?
—Yo te puedo ayudar haciendo un “trabajo” de liberación,
para que esas entidades no te molesten.
—Nunca he notado que me molesten esas entidades…
—Tus problemas y nerviosismo se deben a ellos —insistió
el brujo.
Quedé en que, si acaso decidiera hacer ese “trabajo”,
regresaría, pero tenía que pensarlo. Créase o no, el poder de la sugestión de
estos sujetos es muy grande, y durante los días siguientes comencé a pensar, y
acabé por sentir, que lo que me había dicho el viejo reflejaba algo que en
verdad me molestaba. Estaba un poco amoscado porque no me gustaba reconocer que
un desconocido fuera capaz de ver en mí cosas que guardo celosamente y tampoco
estaba dispuesto a admitir que me hablaran de mis demonios interiores. Había
evadido recurrir a un psiquiatra o psicólogo profesional y me decía a mí mismo
que todo estaba bien, que tenía un buen trabajo, que no me iba nada mal en la
vida. Pero ahora este brujo andrajoso…
me recordaba algo que yo quería olvidar. ¿Olvidar qué? Que Mariela había
desaparecido, que quizás había muerto. La busqué durante mucho tiempo y no
encontré rastros de ella en ninguna parte; los amigos en común eran incapaces
de darme datos fidedignos sobre su paradero y nunca había regresado a los lugares
que solíamos frecuentar. Lo único extraño era que la vida seguía como si nada
hubiera pasado, como si el 18 de agosto de 1994 nunca hubiera existido. Ese día
fatídico habíamos firmado el contrato de propiedad de un departamento para
irnos a vivir juntos. Pero no hubo futuro, solo seguir y seguir, una sobrevida
absurda y sin sentido. Ese duelo marcaba mis horas. Y el brujo maldito que
sacaba a relucir el asunto de mis demonios interiores.
Me encontré con Leandro a tomar un café. Después de todo,
él era una especie de cómplice de mi incursión en el submundo de la brujería.
—Hay que creer o reventar —dijo Leandro para romper el
hielo. Pero yo era un hueso duro de roer.
—¿Qué querés decir?
—Que el negro dio en la tecla, quiero decir. Me solucionó
todos los problemas. —Me miró extrañado—. ¿Qué te pasa a vos? Es como si no
pudieras aceptar lo que salta a la vista.
—¿Ah, sí? —dije—. ¿Y que salta a la vista?
—Que arrugaste cuando estabas a punto de irte a vivir con
Mariela, que la asesinaste para no enfrentar el drama existencial que te
mortifica.
—¿Estás hablando en serio? —Empujé el cuerpo hacia atrás
y la silla chirrió al frotarse contra el suelo de mosaicos del bar.
—Estoy hablando en serio, Marcelo.
—¿Quién te dijo eso?
—Tus demonios interiores se lo dijeron a los míos.
No podía creer lo que estaba escuchando de boca de mi
amigo, y lo hubiera estrangulado a él también si no fuera porque los demonios
interiores, saliendo por todos los orificios de mi cuerpo, me aferraron los
brazos y piernas para impedirlo.
Acerca de los autores:
Ada Inés Lerner
Luciano Doti
Sergio Gaut vel Hartman
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