EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

viernes, 27 de julio de 2018

Cuento - Un crimen literario -


Un crimen literario          
Lentamente, con sumo cuidado, como quien lamenta desechar una presunción firmemente arraigada, Faustino Vardé cubrió el cuerpo desnudo.     
   Claro que en su dilatada experiencia  policial había aprendido a distinguir y                           controlar sus emociones de hombre bilioso y ardiente,  pero este caso no era igual a los anteriores, ni tampoco a los que vendrán, pensó.
   En silencio, sin quitar la vista de la camilla, hizo una seña al forense y así, sin más, dio por terminada la inspección. Giró sobre sus pies y sigiloso, salió como había entrado. Ni siquiera a si mismo se hubiera confesado su desconcierto. Lo que había visto no era de hombres, carajo.
   El métier le aconsejaba leer los informes técnicos y luego entrevistar a los familiares, seguro que también a algún amigo personal del occiso. Cumplidas estas diligencias se abandonaría en su sillón favorito, mediante una tablita de quesos, una copa de Cabernet Sauvignon 2003  y a cavilar y atar cabos sueltos. 
   El expediente policíaco confirmó la identidad del muerto: en síntesis, libre de antecedentes, empleado jerárquico de una multinacional, costumbres  irreprochables. Soltero, vivía solo en un departamento céntrico, Vardé se prometió unja inspección cuidadosa.  El legajo también decía que el occiso visitaba los sábados a su madre nonagenaria, en un buen instituto geriátrico, y que frecuentaba un club de golf, era habitué a los abonos del Instituto Mozarteum y en ocasiones alguna reunión literaria.
    Podríamos haber sido amigotes, pensó Vardé. 
   Por ahora no le parecía relevante entrevistar a la anciana, y siguió su línea original de trabajo: decidió que al día siguiente, martes, concurriría a la oficina de la víctima. 
   El inspector había estado ausente demasiadas horas de su refugio -  como gustaba llamarlo - pero comprobó satisfecho que la encargada había limpiado y ordenado a conciencia. Toda su ropa estaba colgada y doblada, según sus instrucciones, el placard prolijo y la heladera provista de acuerdo a sus necesidades, incluso había recordado su preferencia por la rúcula…
Mientras pelaba y cortaba en rodajas finísimas una cebolla blanca, repasaba en voz queda los datos con que contaba, se detuvo en las marcas que había visto en la cara de Luigi, como había decidido llamarlo; después lavó y preparó una ensaladita fresca. Concluyó que debía ser investigado, en especial, el hecho que tanto lo había impresionado.  Acto seguido separó el tallo del apio,  y guardó con cuidado las hojas con las que proyectó  una deliciosa consomé de verdura para la noche siguiente. Iba ya por el aderezo con abundante limón y un chorrito de aceite de oliva cuando se le ocurrió que era a todas luces anormales que en el expediente no se mencionara a ninguna mujer que rondaba la vida del occiso.
     Cherchez la femme, pensó. 
    —Voilá! Está deliciosa  —se dijo en voz alta luego de probar la ensalada.
Y concluyó: “Sin duda, se impone una visita al departamento de Luigi”. 
Completó el menú un trozo generoso de queso Fontina y la única copita diaria de tinto que se permitía. Observó su color, percibió el aroma y lo paladeó.  Cómodo. ya instalado, se dispuso a ver una película protagonizada por Meryl Streep.
    —Qué mujer,  debe haber sido una hembra así la que habría elegido Luigi. Inteligente, independiente, desprejuiciada.  ¡Qué pantalón mamita!  Sí, sin ninguna duda, pero ¿qué tendría que ver ella con el crimen? Se conocieron, se encontraban a veces cuando el cuerpo manda, nada de matrimonio o convivencia, ella no lo aceptaría, profesional o no pero se mantiene sola, seguro.      
   Buena, buena película.  Cama afuera, eso sí.  Buena música, también. Ah, es una situación ideal.  Algo raro debe haber,  en todas partes  se cuecen habas. Yo también elegiría una fémina así, Luigi.  Podríamos haber sido amigos, insisto,  jugar al golf, alguna noche en The New York City Bar. ¿Por qué carajo no aparece una mujer entre los conocidos? Sólo el trabajo, la madre, música, libros y el golf.  Buen final.
    —Hora de dormir. Mañana será otro día.
    Macrocentro, torre, todos los servicios, piso 21, palier privado.
   —Vaya nomás, vaya, no quiero demorarlo, luego me muestra la cochera y le alcanzo la llave.  —A regañadientes y con una mueca de disgusto el encargado enfiló hacia la escalera de servicio.
    Un estar en dos niveles con toilettes, office, cocina y comedor diario, luego dos habitaciones, en la más pequeña el escritorio con una importante biblioteca, ¡qué bañazo! Y lo vinieron a matar en el jacuzzi.  Vardé volvió a repasar los detalles del expediente: estaba solo, un tiro en la frente, sin rastros del arma ni huella alguna del asesino, sin signos de lucha ni puerta forzada. El lunes a las 7 am. lo encontró la mucama, hora en que todas las mañanas entraba a limpiar.
   ¡Pobre Luigi! ¿En quién confiaste?, pensó Vardé.
    —Por favor aguarde allí, inspector   —La empleada arqueó su mano juvenil y pequeña para señalarle una salita, algo alejada de las oficinas. 
    Reflexionó Vardé: Demasiado jovencita, a Luigi no le gustaría.  La entrevista con el gerente de Relaciones Humanas y otros compañeros de trabajo del occiso no le aportó demasiado; como suele suceder con los muertos, todos repitieron las mismas palabras huecas, algunos jugaban al golf con él, otros solían visitar su departamento, los más sólo lo trataban en el trabajo.  Dicen que entre los que solían frecuentarlo había dos mujeres de mediana edad, escritoras.
   No creo que fueran tu tipo, Luigi, se dijo Vardé.
   Más por deformación profesional que por otra razón el inspector dirigió el Renault  por la Autopista hasta el centro de la pequeña ciudad, allí tomó el Puente y en pocos minutos llegó al geriátrico. Cruzó el parque de entrada y en el hall tuvo que aguardar demasiado a un hombrecito de edad indefinida que lo miró con curiosidad y recelo:
    —La persona que usted busca falleció hace diez años, Inspector.   
    No lo decía el informe. Estos descuidos lo enfurecían. El tiempo que había perdido, buscaba una evidencia inexistente. El oficial a cargo no se había llegado hasta allí, ni siquiera se molestó en llamar por teléfono.
   Se dirigió a Homicidios y cuando entró a su oficina resoplaba  iracundo por todos los poros. Alguno por ahí lo comparó con un toro en el ruedo. Le faltaba agitar el suelo con la pata delantera antes de embestir. Los oficiales a cargo del caso balbuceaban, y entre los gritos de Vardé y las medrosas palabras de los otros, surgió la versión: Una vecina dijo que se lo había comentado la mucama.
   Cherchez la femme, malició otra vez, después de todo los franceses saben de qué hablan. 
   Esa noche, y tal como lo había proyectado, el inspector Faustino Vardé cortó en juliana una zanahoria, un pedazo de calabaza, un zapallito redondo, una batata, desgranó el choclo, también incluyó el verde del apio, y unas hojas de espinaca. A último momento recordó el puerrito. Mientras la sopa llegaba a su punto justo rebobinó otra vez la película de Meryl Streep.
   Cuando estuvo sentado en su sillón favorito, con la cazuela humeante frente a sí, caviló y caviló, y ató cabos, hasta que Meryl se despide de África y vuelve a Dinamarca.
  
En la madrugada, después de dejar mi lecho tibio y con sumo cuidado, como quien lamenta corroborar una presunción firmemente arraigada, el inspector Faustino Vardé dejó escrito en la Agenda de mi Laptop:
    —¿Por qué le sacaste los ojos? ¿A Luigi no le gustaban tus cuentos?    


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