Hacerse
cargo
Los
lenguaraces de siempre –pensó Isidoro --me aconsejaron que no alquilara ese
casco de estancia a diez kilómetros del centro del pueblo, en pleno campo y
rodeado de eucaliptos que miran al suelo
-- Y los pinos que miran al cielo -- como los del cementerio –agregó Isidoro en voz alta para quitarles entidad.
-- Y los pinos que miran al cielo -- como los del cementerio –agregó Isidoro en voz alta para quitarles entidad.
Pero
a él no le importó lo que le habían relatado sobre una muerte. No creía en nada
que no pudiera ver.
El
viejo peón limpió el yuyal, las telarañas en el techo y las paredes exteriores;
dos mujeres el interior de la casona. Isidoro les ordenó deshacerse de una
cuna, juguetes y algunos muebles. Hubo que quemarlos, nadie los aceptó.
El
peón se negó a blanquear el sótano. Al día siguiente, una pintura emergió en
una pared interior: la imagen de una niña negra, con un nonato en los brazos,
ahorcada desde un tirante del techo. Los jornaleros quisieron irse.
Isidoro les ofreció pagar jornal doble, cubrieron la primera mano, apareció el esbozo: los hombres huyeron despavoridos. Furioso, Isidoro, pintó él mismo la pared con una brocha y la pintura pura. Lo encontraron asfixiado y colgado al lado del boceto.
Isidoro les ofreció pagar jornal doble, cubrieron la primera mano, apareció el esbozo: los hombres huyeron despavoridos. Furioso, Isidoro, pintó él mismo la pared con una brocha y la pintura pura. Lo encontraron asfixiado y colgado al lado del boceto.
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