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Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

sábado, 19 de septiembre de 2015

EUSKO ETXEA DE CORPUS CHRISTI. MISIONES

CATEGORÍA: ADULTOS
TEMA: RELATO ASOMBROSO

MENCIONES ESPECIALES:
1.-“Una colmena invadida”. Autor: Ada I)nés Lerner. Domicilio:Ituzaingó  
(Prov. de Buenos Aires). Rep. Argentina.

                                                          Una colmena invadida
“Hay tiempo para llorar,
Ch’amigo, dijo el Carau...”
de canción folklórica correntina

   ¿Hubieran imaginado ustedes, alguna vez, el futuro que acechaba a mi pueblo? un futuro tan previsible y cruel, 
tan natural y alucinante...
   No sé si estoy capacitada para relatar esta pequeña historia o esta historia pequeña de una colmena que fue 
ocupada mientras dormía a la vera del río. Aún desde la especial visión que da el tiempo pasado es difícil 
independizar el relato de mis sentimientos. Si no lo logro, espero sabrán comprender. 
   Aquella vez aprendí que hay personas que viven de construir apariencias que llegan a parecer reales. 
Personas que, es un parecer mío, no están conformes con su realidad ¿o será que “esta invasión” tomó 
desprevenidas a personas sencillas? 
    Max Todres (el afamado director) llegó a mi pueblo con su equipo de técnicos, auxiliares y artistas y se
 instalaron en el único hotel, propiedad de mis padres. Los clientes habituales, comisionistas y corredores, 
por ser viejos conocidos fueron alojados en casas de familia.
    A “los de la película”  (aún ahora los llaman así) algunos vecinos los vieron pasar girando apenas la cabeza, 
de soslayo, lo mismo que en los campos linderos a la ruta las vacas miran pasar el tránsito mientras no dejan de pastar y rumiar, rumiar y pastar.       
   En cambio, algunos jóvenes se ofrecieron para servir a los extraños, quizás por necesidad de trabajo y otros 
como mi hermana, la Lucrecia, con la secreta esperanza de “ser descubiertos” por una cámara casual, como a 
Audrey Hepburn en aquella película en que ella es empleada de una antigua librería.
   Creo que en la especie humana no abundan ejemplares que puedan reconocer hasta dónde llegan las riberas 
de la verdad y las de la ficción, antes de que sea tarde.
    La invasión llegó tiempo antes de que se fugaran mi marido con la Lucrecia, que parecía escuelera todavía; 
fue entonces cuando mis gurises y yo nos refugiamos en el hotel.
   ─Que el buen Tupá se apiade de nosotros ─solía decir la abuela. 
   Al principio pensé que mi dolor era irremediable. Hasta me parecía oír los pasos de él en la soledad de mis 
noches. Me costaba mucho esfuerzo ir al trabajo, prestar atención a los clientes, pero debía hacerlo y no podía 
hablarles de mi tristeza.
   ¿Cómo contarles, sólo poner en palabras, esta sensación de haber perdido una parte de mí?  
   Además, de haber sido estafada por mi propia hermana. 
   Bueno, aquí ya estaban todos o casi todos, envueltos en esa ráfaga en que se había convertido la vida del 
pueblo en plena filmación. Diría que llegaron como el tsunami de Indonesia y cuando se fueron todo quedó 
como en un recuerdo, las víctimas rondando como pájaros que perdieron sus árboles, árboles fantasmales, 
pobres pájaros a los que les habían prometido la sombra fresca y la música del viento silbando entre las hojas.    
   Hoy, los heridos son sólo bocas y manos en busca del reparo amoroso.
   Los extraños tenían horarios poco convencionales para nuestra pachorra provinciana.    
   Increíblemente ninguno de ellos era siestero pero aún así, debo reconocer que algunos de los nuestros fueron 
felices con la inconsciencia de un gurí, y algunas guainitas cayeron en las redes del Curupí, el diablo de la siesta, engolosinadas en el regocijo no temieron verse empachadas por la aventura.
    El dolor fue pasando. Casi sin darme cuenta.
     Había mucho trabajo y tantos romances como en las novelas de la tele. Mi pueblo, convulsionado por 
“los invasores” como también solían llamarlos, se olvidó de mí.
    Y las aguas del río fueron pasando.
     Le prendí muchas velas a la virgencita porque bien es sabido cuánta luz necesitan los que se quedan  y 
cuán oscuro es el camino de los que se van. Es peor si los persigue la envidia de los que no nos animamos 
a irnos.
    Algunos paisanos preguntaron a los “payeseros” por las intenciones de los invasores, y ellos aseguraban 
que no se iban a enraizar ni a quedarse más allá del tiempo de terminar la filmación; solían decir que sólo 
nos atravesarían como el río que corre a nuestra vera y que se irían para no volver como las aguas de este río, 
que aún así es tan nuestro.
Debo reconocer que me extrañó que a mis paisanos, arraigados a la vida de campo, esta sensación 
ligera, tornadiza, caprichosa no los alertara como el grito agorero del pitanguá; solía decir mi abuela 
que cuando este pájaro pecho amarillo se posa sobre una choza, sus gritos son de alerta y su canto 
anuncia malas nuevas.    
    Puede ser que algunos de mis paisanos se sintieran sólo refugiados en esta tierra, que en definitiva no nos 
pertenece, quizás porque también nosotros somos invasores en la tierra guaraní.
    Cuando comenzó el segundo mes ya no me alcanzaban los dedos de una mano para contabilizar los romances 
entre extraños y propios.  Los que estaban interesados en esa pesca explicaban que, según los recién llegados, 
era justo (y necesario) que se enamoraran, dado que eran personas sensibles dedicadas a la creación artística.
    Hoy la tranquilidad volvió al pueblo, mi hermana quedó en evidencia, aunque a mí no me sorprendió;  
sólo yo, gracias a la virgencita,  permanecí ajena a la tentación. Por eso puedo relatar desde el lugar de 
observadora aunque de seguro no soy imparcial.
    Muchos de los nuestros pensaron en cambiar “el río por un mar de gente”, como dice León.
   ¿Y por qué? Porque un mundo nuevo, brillante (como las escamas del dorado) y prometedor alucinó a 
nuestra comunidad. Un mundo conocido, porque los medios de comunicación modernos se encargan 
sobradamente de acercar a todos los rincones las luces deslumbradoras de “la calle Corrientes”, 
como diría un tanguero.
   Cada uno de los protagonistas, por su lado, descubrió las delicias y amarguras de navegar en esos 
amores (peligrosos como los rápidos del río). 
   Claro que pocos pensaron realmente en lo efímero de la situación. 
   Hasta que el viejo “FIN” apareció en la pantalla, se abrió la tranquera de la despedida y los extraños 
partieron como aves peregrinas. 
    Se anunció el éxodo de algunos de nuestros jóvenes y otros no tan jóvenes. Y también supimos que 
llegarían nuevos habitantes a nuestro pueblo.  Nuevos y pequeños vecinos, que no siempre serían bien 
recibidos (todos conocemos historias así ¿para qué repetirlas en detalle?). 
   Soy testigo de que en esos hogares se trastocaron valores y códigos familiares, y también que se pusieron 
al descubierto luces y sombras.
   Puedo asegurarles que, en esta colmena, ya nada ni nadie volverá a ser igual.
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