EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

domingo, 28 de mayo de 2017

El Narratorio blog: ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL Nro 14

El Narratorio blog: ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL Nro 14:                                             Disponible para su descarga en: MEDIAFIRE Leer On l...

                   
 
Diálogo silencioso
                                                       
            
─Gallega ¿cómo se renueva la esperanza? 
Lázaro me formula esas preguntas sin esperar respuestas y enfila con los pies pegados al piso hacia la retirada amputando las raíces de las horas.
 ─Tu tienes una jaula de puerta abierta, Lázaro, si eres infeliz será porque abandonaste la lucha ¿por qué no huyes para siempre?
Lázaro se arrastra buscando un rincón,  se arrastra desde su incertidumbre hacia una certeza, la certeza cobarde de encontrar en la televisión una alegría, la alegría pasiva que viene del afuera y que no lo comprometa.
      ─¿Te lo preguntaste, gallega? 
─Sí, ¡Jesús! sólo que yo no conozco la respuesta, Lázaro, sólo sé que tú solías repetir: mucha lucha, gallega, mucha lucha.  
—Aunque hubo otro tiempo...
─Creí que era para toda la vida, gallega, la vida compartida con vos y los chicos, ¡los chicos! 
Enredados en las volutas del humo de mis cigarrillos los chicos van acercándose a mí a destellos, y en las lucecitas que se filtran por el techo veo las caritas
sonrientes y desde las sombras, como espíritus inquietantes, rápido se van
diluyendo sus sonrisas, sus ojitos y  ya no me queda nada  ¡Los chicos! ¿Qué pensarán de mí? gallega, ¿Querrán verme? (Los chicos suelen creer que es por sus travesuras y torpezas que el mundo es difícil, que quizás por su culpa el papá se fue. ¡Los chicos! los chicos creen que la fruta más sabrosa es la que está en la rama más alta; en otro lugar.)
─A eso tú lo llamas soñar, Lázaro
—Él solía recordar su infancia, una infancia con más dulces que caricias. 
─¡Mucha lucha, gallega, mucha lucha!, solías repetir, Lázaro, la puerta de nuestra casa estaba siempre abierta ¡por los clavos Cristo! y yo nunca necesité escapar. Al parecer yo soy así, ni siquiera soy como me veo en la luna del armario... soy
como él me veía.
─Porque te quería bien, gallega... ¡carajo con los recuerdos!, maldita memoria que no lo deja olvidar a uno.  ¿Qué les habrás dicho a los chicos? La gallega no solía ser amarga o mala, pero ahora, ¡quién sabe cómo será ahora! Debe haber sufrido cuando me fui, aunque yo no era gran cosa. ¿Estará sola? ¿Se acordará de mí?
─Y yo... no puedo olvidar, Lázaro, porque esa vida,  esa vida que alcanzaste a vivir a medias, yo diría una vida casi entrevista, ése fue nuestro tiempo perfecto y se nos presenta hoy como la presa del deseo, como una alucinación demencial.  A ti Lázaro, el cobarde, lo vence el cansancio de recordar el tiempo viejo. Si yo hubiese cruzado esa puerta habría sido porque yo no formaba parte de los planes de mi familia. No es que yo no hubiese querido estar sola, sin tener que explicarle al verdulero lo que no quiero; o  decirle al conductor del autobús adónde voy. En definitiva, que yo me impaciento con las normas tontas de esta sociedad, tu Lázaro, tú siempre repetías: mucha lucha, gallega, mucha lucha.
─Soy un hombre austero y trabajador, algo distante, es cierto; fueron buenos los primeros tiempos...  ─mejor no recordar, el primer laburo, el noviazgo. Gajos de un tiempo sereno La vida se va sucediendo y llega el casamiento y los hijos.  Un día todo está hecho.
─Si, gallega, yo tuve una casa para volver después del trabajo, comida caliente y sabrosa, la misma buena mujer en la misma cama mientras mis chicos duermen en la otra pieza.
─Es una casa sencilla y confortable, Lázaro, tu sabes, esta castellana la mantiene tan ordenadita, tan limpia.
─Yo hubiera podido llegar a creer que esta apariencia de agrupación es mi familia. Y que ya no estaré solo. Estos pensamientos eran los que alimentaban mi esperanza en esos días.
Algunas veces, en el medio de la cena, Lázaro, te quedabas solo, ¡qué tío! tu ponías la mirada fija en el ventanillo de la cocina vacía. Parecía que tú no veías ni oías...
 ─Sólo sentía un zumbido sordo adentro, gallega, como si un bicho te rascara despacio; como si mi horizonte estuviese vacío. Y yo no quisiera que lo interpretes distinto. ¡Mucha lucha, gallega, mucha lucha!
─Ahora Lázaro, tu te arrellanas,  tu cuerpo se desvanece en el hueco del sillón desvencijado y sólo queda tu mirada yerta, fija en la pantalla de la televisión.
─Así voy atestiguando, gallega, desde otro lugar como pasa la luna por el cielo, y luego la madrugada, el día pleno con el sol subiendo desde el este, subiendo y muriendo su luz hacia el oeste se va apagando y de nuevo la noche, gallega. Y sigo
viviendo, después de todo ése es el precio que se tiene que pagar por la vida,
elogiar el pasado y seguir esperando, renovar la esperanza.
─La esperanza, Lázaro, la esperanza ¿de qué? Tu esperanza es hablar del deseo y nada más, es sólo aguardar a sobrevivir a hoy, y sobrevivir a hoy es sólo una buena estrategia.
─Es importante querer, a toda costa, seguir vivo, gallega, y para eso hay que renovar la esperanza.
─Otras veces tu te quedabas ensimismado, parecías perder el hilo de tus pensamientos, tu te adormecías en el medio de ellos y... y se perder un poco la conciencia pudo haber confundido al destino.  De todas las formas, ¡Jesús, María y José! si tú te caías en tan largos silencios, creo yo, es que tú ya no estabas vivo.     
─Algunos días yo llegaba más temprano del trabajo y me ocupaba del jardín o de arreglar las canillas.  Y mientras vos me alargabas el amargo. Solía pedirte la latita de los cueritos (que había quedado ahí nomás, sobre la mesa) y...
─...y yo te alcanzaba la pinza y la conversación se reducía a eso y poco más. Casi una formalidad. Largas pausas orillaban la cena interrumpidas por las risitas y el parloteo chillón, medio a escondidas, de los chicos.
─... y luego de la cena yo limpiaba la mesa  (porque no me avergüenzo de eso, de ayudar en la casa, como algunos) y vos, gallega, llevabas a los chicos a la cama, cerrabas la puerta y ahí no terminaba nuestro día.
─Mucha lucha, gallega, mucha lucha, tú me repetías como un tanganillo
Ahora estoy solo, realmente solo, ahora no tengo pasado ni presente, ahora comprendo que el futuro es la muerte.
Ahora comprendo, gallega, que la única vida posible, la única vida que me resta
es quedar entrampado en los recuerdos, que únicamente así viviré por siempre. Y
qué placer si pudiera ir diluyéndome en el vino, en el vino que me ayuda a
huir, a soñar con otra vida. A soñar con renacer una y otra vez y tener muchas
vidas diferentes, sucesivas, ir pasando de vida en vida en un placer sereno,
sin desear nada superfluo, como suele suceder en las familias, y que también
suele llevar por el lugar equivocado. Mucha lucha, gallega, mucha lucha...  del paraíso cercano se escuchan los pájaros de la madrugada y el sol ya entreteje su luz con las hojas de los árboles, alumbrando apenas nuestra almohada. Esta mañana me quedo un buen rato echado, no deseo seguir durmiendo pero tampoco que la realidad venga a mí, me incorporo con cuidado para no despertar a la gallega y abro la puerta. El sol está casi asomado frente a la puerta, la tierra húmeda por el rocío me recuerda que estamos en verano. Pocos ruidos sueltos llegan de las casas cercanas. Algunos compañeros ya desfilan hacia la estación de tren, pronto deberé seguirlos. Algo alejadas, algunas casillas precarias detienen mi mirada. Sí, quizás es el temor a caer en la miseria lo que me hace pensar lo inútil del esfuerzo que ocupa mis días y agota mis noches.  Temo que sea
posible que caigamos allí.
—Mucha lucha, seguías y seguías repitiendo, Lázaro. Tú sentías que sobre tus hombros se sostenía el mundo entero; además, tenías la seguridad de que el único que podía ayudarte era dios (o la quiniela) aunque dios en este mundo, creo yo, no es más que dios.
—¿Cómo se renueva la esperanza?  Así es, me largo a caminar por mi calle como todos los días pero cuando llego al andén y los compañeros me apuran sosteniendo la puerta del coche los saludo con el brazo en alto sin volver la cabeza y no paro, no paro hasta que no veo más el barrio y mi respiración se hace muy rápida y fuerte y el cansancio me obliga a caer bajo un árbol, agobiado por el sol del mediodía.
─En el momento, en el
primer momento, el aceptar la situación es lo difícil. Más tarde todo se va
dando, la vida sigue y sigue con un desarrollo gradual, casi sin notarlo.  A pesar del tiempo que pasó o quizás por lo
mismo, tal vez haya cambiado el sentido de mi vida. Hoy recuerdo que Lázaro me
preguntaba:
─Che gallega (nunca pude hacerle entender que yo no soy gallega sino castellana)
—Che, gallega ¿cómo se renueva la esperanza?  
                                       



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