Sucede. Porque una niña es como un
árbol joven, como un poema. Frágil y eterno. Luminoso y umbrío. Forastero.
Como María. Es el momento de
abandonar las raíces y navegar hacia la gran Ciudad que atrae como el sol. Como una gran estrella nos espera. No
a todos. Porque no hay silencio. Y María es un grillo que canta al verano. Y porque
no a todos los grillos se los oye en el silencio. A veces solo se oye crecer el
silencio de los grillos.
Desde el conocimiento íntimo que
cree tener de si misma María se sorprende esa mañana con la expresión que le
devuelve su imagen en el espejo. Ya no tiene su carita la misma frescura de
ayer. Hoy lleva una máscara para defenderse del Pierrot, que parece inocente y
no lo es y del Payaso que muestra una gran sonrisa pero está triste.
También se sorprenden los primeros
brotes al reflejarse en el charco de la primera lluvia y al ser árbol se
sorprenden cuando la luna los ilumina.
Esa noche María admira las estrellas
más lejanas, busca su destino en ellas y aquí se terminan las coincidencias,
porque el árbol conoce su destino y María no.
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