- A los noventa y seis años se dio cuenta al fin de que tenía clítoris.
Sucedió tomando un baño de inmersión que decidió prepararse al intuir
que esa misma noche moriría, y ella quería despedirse de este mundo
con decoro; limpia y perfumada.
Nunca antes se había dado un baño de ésos.
La ducha era lo más cerca que había estado del placer.
Su vida había consistido en lavarse con palanganas, tachos y toallitas enjabonadas y
enjuagadas, luego una toalla seca, colonia barata y a vestirse. Serena había sido la sirvienta —sí, me refiero así a ella porque fue como la trataron —en casa de los Arrieta. Sus padres habían trabajado toda la vida en esa casa, hasta que murieron como consecuencia de la explosión
de la caldera, por falta de mantenimiento.
Se habían lamentado más por la merma del agua caliente que por la pérdida humana.
La cobijaron, sí, pero no como a una hija, y solo porque el abogado de la familia lo
recomendó para evitar un chismerío que no los favorecería socialmente.
Al principio la dejaban almorzar en el comedor con ellos, quizás para expiar sus culpas,
si es que fueron capaces de sentir algún remordimiento, pero pronto la despacharon
para el área de la cocina y a darle pequeñas tareas, que poco a poco fueron abarcando
más, hasta someterla prácticamente a realizar casi todo el trabajo, ya que el resto
del personal estaba bastante achacado, no tanto por la edad, sino por el abuso
y la falta de asistencia médica. Cuando Serena llegó a la adolescencia, se convirtió
en una joven hermosa, de sonrisa fácil y carácter alegre. Atrás había quedado la
tristeza infantil, producto de su orfandad. Fue en ese momento que Serena tuvo que
empezar a defender su intimidad del Señor Arrieta y lo hizo a los gritos cuando él le tocó
sus partes íntimas, esas que ni siquiera ella podía mirar, hasta que la señora Arrieta que no ignoraba las andanzas de su marido con otras mujeres, acalló a la joven, para que el resto
de los habitantes y algunos invitados no cuchichearan sobre ellos. Tiempo después
el hijo mayor de los dueños, al terminar una farra de borrachera y algo más, forcejeó la puerta
de Serena que ya había aprendido a encerrarse con llave y tranca. La Señora Arrieta
castigaba a Serena por los impulsos pasionales de su familia. Comenzó con pagarle
el mes con: “mañana, mañana, pasado mañana”, o “todo junto el mes que viene” y también
utilizó el bajo recurso de victimizarse, echándole en cara el hecho de que le habían dado
un lugar en la casa cuando sus padres murieron, obviamente la señora se olvidaba
de mencionar que la muerte de los padres de Serena fue por un accidente dentro de la casa. Tampoco le pagaban el suficiente dinero como para poder irse definitivamente de allí, alquilar un cuarto en una buena casa de familia, hacer la limpieza durante el día y no tener que
encontrarse en cada rincón de la planta alta con el señor Arrieta. Serena no cambió con
el correr de los años. Seguía manteniendo su espíritu alegre, a pesar de las circunstancias
que a veces le tocaba vivir en la casa y se había resignado cuando Arrieta la llevaba a
un rincón y baboseaba su cuerpo hasta que después de algunos estertores se tranquilizaba.
Serena pensaba que en esos momentos podría sobrevenirle la muerte, por la manera en que temblaba y sus ojos se ponían en blanco. El señor fue mermando su ímpetu como
consecuencia de la edad. Era prácticamente un anciano. En cuanto a su hijo, que casi
nunca estaba en la casa, se casó joven y no tuvo más oportunidad de acosarla,
ya que su mujer celosa, no lo dejaba ni un segundo cerca de Serena, a quien reconocía
como una rival por su fresca belleza. Sin embargo fue ella quien la llevó a su casa
cuando los Arrieta murieron, para que se ocupara primero de sus hijos y después de
sus nietos. Serena ya era una mujer madura que no había podido cumplir sus sueños
de un hogar propio e hijos. Las pocas veces que se había cruzado con un hombre
de su edad, retrocedía, y se escapaba hacia el interior de sí misma aterrorizada,
aunque no sabía bien por qué. Educada en la ignorancia y el pudor exacerbado
por la devoción de una fe tergiversada por la clausura malintencionada en que la
obligaron a vivir, las palabras “amor y sexo” estaban casi prohibidas hasta en su pobre lenguaje. Como había sucedido con el resto del personal, llegó un momento en que Serena ya no
podía enfrentar todas las tareas del hogar, y sus empleadores prefirieron buscar en un
pequeño pueblo de provincia otra “Serena” antes que darle dinero y despedirla.
¡Total ocupaba poco lugar y comía migajas! Y allí, a tardía edad fue que la real vida
de Serena comenzó. Nunca antes había sido feliz ni cinco minutos, y ahora, siendo pobre
y vieja, era dueña de una paz que muchos no llegan a conocer. Su mayor anhelo,
el de vivir el amor y formar familia, era un sueño ajeno, inasible para ella, paralelo,
inalcanzable ya a la edad avanzada en la que se encontraba. La paz duradera y
los largos silencios que redimían su alma después de tanto tiempo constituyeron así
una especie de felicidad, y ella la saboreó hasta el punto de encontrarse sumergida en
una bañera con aroma a lavanda en donde sus pobres huesos se abandonaron en una
especie de letargo placentero y allí se atrevió a tocarse en el sentido exploratorio
de la palabra. Antes, sus manos sólo habían pasado por allí con la toalla para lavarse;
ahora, sus flacos dedos acariciaban con curiosidad su vulva, su clítoris y cuando le
sobrevino el único orgasmo de su vida, Serena dejó este mundo de la mejor manera y
con esa última sensación de alivio y abandono. - 6 de octubre
Este blog viene a reemplazar el que Blogger anuló. "No te des por vencido ni aún vencido".
lunes, 2 de noviembre de 2015
Relato escrito entre tres mujeres
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