EL UNICO ESCRITOR SOY YO - DON QUIJOTE

Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

martes, 9 de febrero de 2016

Cuentos del Can Cerbero

Madame La Mort
                                            El portador                       Autores:                                                                        Ada Inés Lerner, Omar Chapi, Fabián Rafael 

Salir a las calles de Santa Isabel pasadas ciertas horas en la noche era un acto suicida. Sin embargo, Marco Zarate disfrutaba caminado por lo tenebroso de aquellas calles salvajes. Según decía no tenía algo que temiera perder incluso renegaba de su vida y por no terminar con ella por sí mismo, andaba buscando alguien que le echara una mano y al parecer nadie estaba dispuesto a ayudarlo. Es que no había un motivo que valiera su muerte, incluso sus órganos parecían invadidos por una enfermedad que lo había sumido en una larga y penosa agonía. Sin embargo este hombre desahuciado encontró lo que andaba buscando, de la nada apareció un grupo de jóvenes que lo increparon, el líder del grupo extrajo un arma blanca de su chaqueta y en tono amenazante se dirigió a Marco.
—Para circular por estas calles tienes que pagar —dijo
Marco pensó que era su oportunidad para terminar con todo y abrió los brazos desafiando al joven que se le acercó y al verlo retrocedió asustado.
—Es un portador de la “nueva peste” mejor nos vamos, la peste es contagiosa —agregó. Todos corrieron espantados en diferentes direcciones. Marco Zarate quedó solo en el medio de la calle. Esta vez estaba estremecido, se miró los brazos, tenía unas pequeñas manchas negras en la piel y a pesar de lo fresco de la noche, comenzó a sudar. Se desplomó en el pavimento. Despertó cuando el sol le daba en la cara. Había una mujer que lo observaba, tenía manchas en la cara y los brazos. Ella le acercó un pequeño espejo, Marco miró las manchas en su cara. —Es la nueva peste y estamos en la última etapa —lloriqueó la mujer. Marco la oyó inmutable, ésa era una solución para su búsqueda. Se alejó sin hacer caso de las lágrimas de ella. Entró en un Centro de Salud cercano. —Amigo, usted está próximo a morir, no voy a engañarlo, no podemos hacer mucho por usted —dijo el médico con un gesto de comprensión y bien protegido con barbijo y guantes de latex. —¿Me puede internar? —Marco no demostró tristeza.
—Sí, claro —contestó el profesional sorprendido y llamó por interno. Apareció una joven enfermera. —Dele al paciente una cama en la sala M.
—Me sigue por favor ¿cómo es su nombre? — dijo
Marco advirtió que ella llevaba barbijo y también guantes. La cofia dejaba adivinar el cabello negro y se entreveía la piel color miel.
—Suave y dulce —susurró Marco — será un placer morir al lado de un ángel. —No lo escuché, perdone —dijo ella mientras seguía caminando delante de él. —No… no dije nada —respondió Marco. Llegaron a la puerta de la sala M y ella le cedió el paso y le señaló la cama 13 que se hallaba vacía.
—Parece que la suerte me acompaña —dijo Marco —Sala Muerte, Cama 13. ¿Cómo es su nombre?
—Débora —contestó, ella señalando el bolsillo superior de su equipo blanco.
—Débora —repitió Marco y en voz baja — es un nombre hebreo ella fue Juez en el Antiguo Testamento. La enfermera lo miró sorprendida por el comentario. —Será un placer morir por su mano —dijo Marco y cayó al piso con la cabeza separada del tronco.




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