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Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

domingo, 20 de diciembre de 2015

La conciencia colectiva

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Ada Inés Lerner, 
Marcelo Sosa  
Rolando José Di Lorenzo.

Los buenos hombres de ese pueblo, de repente, en su edad madura, 

sintieron que surgía una inalcanzable fuente de deseo que renunciaba 
a extinguirse. Una mujer, una bailarina de caño, danzaba a toda hora 
en el cielo de sus mentes, desde su memoria y formación escarnecían 
y condenaban a la concupiscencia que abre las puertas del infierno y 
les ocasionaba una gran perplejidad.
La voz de la razón es un murmullo casi inaudible que apenas se abre 

paso por ese sopor que invade sus mentes, sus reflejos y que se mezcla 
con la culpa que entreveró sus lenguas y las palabras. 
Los vecinos vieron que en la vidriera del pequeño negocio del rabino, 
relojería y confección de llaves, apareció un monigote horrible, un 
hombrecito hecho de barro, con un pedacito de pergamino debajo 
de la lengua y que anunciaba que algún día habrá de despertarse 
y asolará las calles para desgracia de los infieles. 
El rabino se llamaba Isaías y era un sobreviviente de Bergen Belsen.
Había llegado al país en un barco sueco con ese monigote ganado 

en una partida de ajedrez durante el viaje en tercera categoría. 
Le habían dicho que la estatuilla tenía una maldición pero en aquel 
entonces con sus números marcados a fuego en su antebrazo, 
su mente y su espíritu era incapaz de sugestionarse. 
Presintió que alguna vez le haría falta y no estaba errado en eso. 
Llegar a ese pueblo no fue casualidad. No por nada perdió el tren 
que lo llevaría a Bariloche y terminó en medio de aquel desierto 
calcinante del noroeste argentino. 
Pero aquella maldición cayó sobre todos los hombres maduros del 
pueblo y los hacia arder de pasión por la imagen que ocupaba todas 
las mentes al mismo tiempo. La lucha de estos justos contra esa pasión arrasadora; cuando supieron que era general, se encarneció y 
transformó en una revolución de la conciencia colectiva. 
Toda la familia de estos condenados se unió en la lucha y lo siguieron 
luego los amigos y más tarde los personajes del pueblo, representantes 
de las fuerzas vivas. Todos juntos ahora buscando la solución. 
Solo el rabino estaba seguro que era el muñeco maldito el causante del desastre; la decisión de destruirlo era difícil de tomar, algo siniestro 
lo ataba a él. Muchas veces lo había intentado, pero ese pedazo de 
barro de alguna forma se las rebuscaba para seguir estando, al tiempo 
que les sacaba a todos su lengua de pergamino pecaminosa. 
Pasó el tiempo.  Todo se calmó cuando hasta el último de los varones 
quedó presuntamente libre de la imagen de la bailarina de caño, 
que danzaba eternamente ante sus ojos.




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