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Relato en pequeño formato - En mi voz -- Amigos

sábado, 19 de diciembre de 2015

Ficciones en mi voz

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Saturno y sus lunas

Ada Inés Lerner

                                            — Nunca debí volver —

Nunca debí volver. Fue una mala idea. Ayer pertenecía a la UAC Universal, fui doctorada en exo biología  en sus laboratorios científicos y en los viajes espaciales de investigación a Saturno y a Titán, la aclimatación y sus peripecias me han dejado en el alma y en el cuerpo algunas huellas.
    No previne que en mi pueblo y en el planeta todo, el éxodo había cambiado el paisaje, 
el humor de la gente, la vida en general; mi mejor amiga tiene una relación con un sistema 
operativo, lo ama, sí, ella lo ama y él a ella.
   La veo caminar por las calles o tomar un cortado mientras escucha sonriendo a su amado
por un microscópico auricular insertado en su oído izquierdo.
   Es algo raro, me parece, dice que está enamorada de él no sólo porque es rápido y
eficiente, sino porque es cálido y atento, está cerca siempre, en su teléfono inteligente, en
su casa, en el trabajo, en fin, ella lo corporiza con el aspecto de George Clooney y donde
más lo necesita.
   Dice que hace el amor más ardiente que su ex marido.
   —¿Cómo? —le pregunté
   —Un grupo de cirujanos especialistas en estética cyborg me implantó un puerto USB,
¡te imaginas dónde! —dijo entre risas —y Georgy tiene una prolongación ideal que no
necesita lubricante y me hace feliz.
   —¡Claro! —dije horrorizada
   —Su voz me acaricia con canciones mientras duermo y me mira arrobado, yo me acaricio
 y él aúlla como un lobo —y agregó —como un lobo feroz, dice que yo soy su Caperucita.
   Mientras, mi amiga suspiraba y me presentaba a su amigo en una laptop de cristal negro
sentí que ella, en su locura, estaba realmente enamorada.  
   Entiendo que ya es difícil enamorarse en esta época, en esta sociedad… es raro,
pero la veo tan feliz que temo llegar a mimetizarme en una relación de a tres.      
   Y no es el único caso porque donde estaba el lugar de la calesita de mi infancia instalaron
un gran salón con boxes privados con servicio de bar donde los concurrentes pueden
suplantar el silencio de sus vidas.  
   Muchos, demasiados locales han sido absorbidos y están tan al paso…
   En los suburbios más pobres, todavía no llegan, porque hay baldíos marcados por la
basura radioactiva que cae de los satélites artificiales. 
   Los cómplices de mi adolescencia se han ido ¡vaya una a saber adónde! y ni las paredes
de las casas han quedado en pie en el sitio en que yo había sido muy feliz: a pesar del
entrenamiento, resguardo los recuerdos de mi infancia de pueblo. 
   Las antiguas casas de la partera y la farmacia ya no están, Defensa Civil, casi inexistente,
alguien levantó un edificio profundo donde funciona un refugio y cada tanto una alarma
llama a los sobrevivientes, antes de entrar los examinan con el láser y luego les dan un
hogar de acero sin ventanas ni el calor del sol cada vez más lejano.      
   Ayer yo no conocía los resguardos y hoy sé que están obsoletos aunque imprescindibles
pero ¡tan cerca de mi escuela! donde todavía se enseña y se aprende,  para una que ya sabe
que por ahí no pasará el futuro y porque es difícil regresar donde las ilusiones ya no crecen
como la enamorada del muro.
    No, gracias al progreso y a la tecnología nada dura para siempre. Al pasar por esos
lugares eché de menos a alguien que en su momento estuvo a mi lado y hoy se fue
¡quién sabe adónde!  Quizás acompañando a otra, que ni siquiera puedo odiar.
   Por si fuera poco aunque él regrese y no me reconozca será porque él tampoco es
el mismo.
   Y es posible que lo peor de tal visita sea que pasé por el viejo y ruinoso bar, el único
que quedó mostrando la piel ajada de una necesidad humana del vicio y me reconozca
“el malo de la historia”  y me vuelva a decir con la misma  voz burlona.
—Hola Raquelita, pero si sos vos, vos, la novia de la juventud, tengo amores con una
muñeca. Ahora sos investigadora ¿Querés ver mi antigua farmacia?
Nunca debí volver     


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