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al rezo y a la réplica de ejemplares por encargo del propio clero o de reyes y nobles. Pero
no todos los copistas sabían leer y escribir. Imitaban los signos, ardid
perfecto de los pillos para que les copiaran los libros prohibidos.
no todos los copistas sabían leer y escribir. Imitaban los signos, ardid
perfecto de los pillos para que les copiaran los libros prohibidos.
La imprenta no solo redujo el tiempo de hechura de los libros: incrementó su número y quitó
a la Iglesia el monopolio, aun de los libros sagrados. Como parte de su lucha
personal en contra de la ignorancia, el sacerdote William Tyndele tradujo el
Nuevo Testamento al inglés, “para que pudiera ser leído por la gente común”.
Fue condenado a la horca por hereje, y su cadáver quemado con el fuego emanado
de sus propios libros. Dicen que sus últimas palabras fueron: estamos hechos de
palabras.
a la Iglesia el monopolio, aun de los libros sagrados. Como parte de su lucha
personal en contra de la ignorancia, el sacerdote William Tyndele tradujo el
Nuevo Testamento al inglés, “para que pudiera ser leído por la gente común”.
Fue condenado a la horca por hereje, y su cadáver quemado con el fuego emanado
de sus propios libros. Dicen que sus últimas palabras fueron: estamos hechos de
palabras.
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