"El camino del dolor se recorre una sola vez”
Él está ahí. Tendría que decir algo. Hace pocas horas cruzó la delgada línea
que separa las dos vidas; estoy segura que puede escuchar y verse a sí mismo
como nos observa a nosotros, a su alrededor.
En la funeraria lo han hecho bien. Acomodaron su cuerpo, lo maquillaron y
cerraron sus ojos. Su rostro aparece y parece que nos espera.
Llegan hijos y nietos. Él ve ese cariño. Parece estar bien. ¿Cómo será esa
sensación de estar y no estar?
Lo dejamos solo para que de una última mirada a su vida. Creo que piensa en su
perro: lo extrañará, le llevaba la comida y le movía su colita.
El del estacionamiento evocará la propina. Por mi parte derramaré algunas
lágrimas. A nuestros hijos les dejó una póliza. No debe creer que su amante
guardará luto.
Nada en su conciencia pesa de modo inusual.
Lo acompañamos a cruzar los silenciosos portales.
Al final del otro sendero nos reagrupamos para darle el último adiós.
Yo sé que debe haber gritado hasta que comprendió que era inútil y emprendió el
viaje definitivo y con él sus delirios de siempre.
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